El arte en esencia es un mensaje y el artista un mensajero. El receptor de ese mensaje es cualquier persona que lo pueda contemplar. Una sinfonía, un óleo, un poema, una canción, un escultura, una danza, una obra de teatro, una película, cada objeto artístico contiene un mensaje. Sin embargo, sea que uno tenga la competencia o no para entender ese mensaje a plenitud, el verdadero arte conmueve al tiempo que nos brinda una experiencia estética.

Por supuesto también hay productos artísticos, espectáculos artificiales y artificiosos que buscan deslumbrar a los neófitos, al tiempo que pretenden venderse como lo más sublime del arte en su disciplina.

Jarocho es uno de esos productos artísticos a los que en un principio el gobierno de Miguel Alemán aportó mucho presupuesto para que después pasara a manos de particulares. Sin embargo vale señalar que Jarocho no es jarocho. Este espectáculo o show como los mismo integrantes lo llaman, tiene pretensiones de musical de Broadway, pero también de ballet folclórico, al tiempo que mezcla las danzas tribales con la contemporánea. Algunos afirman que todo esa mescolanza de bailes aderezados con música de las diferentes regiones de nuestro estado “rescata la esencia de Veracruz”, refiriéndose quizá a la cultura.

Pero la cultura veracruzana es el rostro de un pueblo que se ha ido moldeando a través de los tiempos y no a partir de las ocurrencias de un coreógrafo que pensó se podía meter el folclor veracruzano, su música, su baile y sus canciones, en una licuadora en la que también se depositaba la danza contemporánea, el flamenco, el tap y las danzas tribales, para después vender ese licuado a los incautos y snobs que, desconociendo lo que es la cultura veracruzana, pagaron al precio que les pusieron, un espectáculo que resulta falso hasta en el nombre.

La experiencia artística se crea a través de un vínculo que resulta del mensaje que se emite, y que forja una comunicación que enlaza al artista con el espectador. Pero si el mensaje se enuncia distorsionado, como en este caso Jarocho, ese enlace no se da. En Jarocho se advierte cómo los bailarines, músicos y cantantes disfrutan de su espectáculo, pero el espectador veracruzano apenas alcanza algunos momentos de goce estético, y eso gracias a los elementos en los que se reconoce, la música y el baile veracruzano que por ahí se asoma tratando de sobrevivir al caos. Quizá los que desconocen la cultura veracruzana compren la idea de que éste es un espectáculo original que merece pena.

Pero qué bueno que existen espectáculos como Jarocho, porque gracias a ellos podemos valorar más la obra de maestros como Miguel Vélez Arceo y Alberto de la Rosa o grupos como Tlen Huicani y el Ballet Folclórico de la Universidad Veracruzana, quienes nos muestran el verdadero rostro, sin distorsiones, de nuestro Veracruz.

 

Postdata 1: Jarocho en el Velódromo; a caballo regalado sí se le ve colmillo

Por cierto, el Velódromo de Xalapa es un lugar inadecuado para presentar este tipo de espectáculos. Agradecemos, los que fuimos invitados para ver el espectáculo, pero ¿a quién se le ocurrió poner cámaras entre la vista de los espectadores y el escenario? ¿Por qué dejaron tomar video a gente de pie? El sonido era pobre, la luz escasa, el escenario pequeño y muy lejano. Estando parejo el piso donde colocaron las sillas, cualquier cabezón que se pusiera adelante nos robaba toda la visión. Lo siento, pero no soy de los que creen que a caballo regalado no se le ve colmillo.

 

Armando Ortiz                                               aortiz52@nullhotmail.com