Me preocupa el estado actual de enfrentamiento que hay entre el gobierno federal y la iglesia por el tema de la iniciativa del presidente Peña Nieto. El PRI como que está capitulando ante la iglesia y está como queriendo echarle tierra encima a la iniciativa presidencial para elevar a rango constitucional y legalizar el matrimonio igualitario en todo México.

En el Congreso han dejado claro que la propuesta no es prioridad para los grupos parlamentarios que tienen el control de ambas cámaras, de diputados y de senadores, Gamboa Patrón y Camacho Quiroz parece que le han hecho el vacío al presidente. Y es que parece que en el gobierno están como escamados, es evidente la falta de seguridad y la pérdida de autoridad ante el momento político tan complicado que vive el país, ‘el humor social no está como para más bollos’.

Lo anterior, dicho de otra manera equivale a un gobierno debilitado, herido-, que da señas de fatiga, de cansancio, y eso la iglesia lo ha detectado, ha olfateado la sangre y se ha ido con todo en contra del gobierno para evitar, por todos los medios posibles, que dicha iniciativa pase en el Congreso. El gesto ha sido interpretado por algunos observadores como una suerte de rendición del partido del gobierno, ante sectores más conservadores y reaccionarios de la sociedad que, respaldados por la Iglesia, han emprendido una ferocísima embestida en nombre de las buenas conciencias a fin de impedir los matrimonios entre iguales, o sea entre personas del mismo sexo, cuya institución civil sería reconocida en las 32 entidades federativas del país –ya se reconoce creo que en 12-.

Ya lo he dicho en otras ocasiones, soy un católico, agnóstico y laico. Sé que es una definición harto incomprensible y hasta se podría tomar por contradictoria, pero así es mi concepción ontológica de la doctrina. No niego, pero tampoco afirmo, más le concedo a la iglesia católica un conjunto de valores morales con los cuales coincido, pero a la hora de definir mi posición política me confirmo como laico. Soy un firme creyente que una cosa es el poder político civil y otra el reino de Dios, es decir, lo que es de Dios a Dios, y lo que es del César al César.

El matrimonio o la unión legal entre iguales no es un asunto que atañe a las iglesias, cualquiera que esta sea. Con el perdón de todas ellas pero es un asunto del libre albedrío de las personas, es un asunto estrictamente de los derechos civiles, es un asunto del derecho civil, es un asunto de derechos humanos y de reivindicaciones sociales, y nada más. Que dos personas adultas del mismo sexo se amen (quieran, estimen, se tengan afecto o consideración) y/o decidan vivir una vida en común es un asunto que solo atañe a ellos, por lo tanto tienen todo el derecho de exigir al Estado una vía que les permita formalizar su unión legal por la única vía que es el de las leyes civiles.

Hablar de la comunidad lésbico-gay es hablar de un grupo social existente dentro de un conglomerado social más amplio que es al que conocemos como sociedad civil. Lo mismo se aplica a quienes optan por cambiar de sexo, son una realidad que no se puede ocultar debajo del tapete o negar su existencia. Por lo tanto, el Estado debe hacer todo lo que esté a su alcance para integrar un marco legal que regule y normalice su forma de vida, permita el cambio de personalidad jurídica e identidad, según sea el caso, brindándole el acceso a todas las formas de acreditación e identidad como es el asentamiento del nombre en el Registro Civil, el acta de nacimiento, la Cédula Única de Registro Poblacional, la credencial de elector, la Cartilla Militar y el pasaporte internacional.

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