Buen día apreciado lector:

De nuevo agradezco la oportunidad que se me brinda en este espacio para que quienes me dispensan la honrosa atención al estilo personal de escribir mis vivencias, lo quieran leer.

La breve ausencia sirvió para reflexionar tras la amarga experiencia familiar de finales de junio.

Vuelvo ahora a publicar comentarios anecdóticos y temas de actualidad periodística después de pensarlo mucho.

De entrada le digo claramente que lo que pasó a mi familia a finales de junio de este año, nos ha llenado de miedo.

Antes les presumo: mi Apá José Antonio, que vivó 93 años allá en Acayucan, escribía textos sobre ciertos sentimientos que llamaba “Cantares de mi Sentir”, algunos de los originales que conservo, serían muy atractivos si la opinión pública los conociera.

Los escribió en la soledad de la casa que construyó en los arrabales del pueblo, luego que por problemas, se vio obligado a vender el hogar paterno de Hidalgo 11 y luego de enviudar relativamente joven de mi madre Soledad.

En ese nuevo refugio acompañado de mi hermano Enrique, sobrevivió muchísimos años escribiendo composiciones que yo le “corregía” en ortografía y cuyos originales que por ahí conservo en mi cuarto de los tiliches, me guardaba para cada que llegara a visitarlo. Eran letras de amor, armonía y nostalgias.

Por eso lo bauticé como “El Poeta de la Soledad”.

En mi caso mis textos, mis columnas, en general son reflexiones de la vida periodística que inicié como seguido lo cuento, vendiendo periódicos en Acayucan y poco después, alentado por el dueño, escribiendo experiencias deportivas a los 16 años de edad.

Lástima que alguien que debe conocer don Ramón Roca Morteo o Yolanda Gutiérrez, (sin careo) perdió el archivo de los primeros años del Diario El Mensaje, de Acayucan, de mi padrino Yayo Gutiérrez, donde constaba lo que señalo.

Si aparecieran, lo pagaría creo que yendo a bailar a Chalma, pero más canijo, a Juquila, que de aquí hacia allá son como más de 24 horas de rodar ininterrumpido en autobús de “tour”.

Acostumbrados a vivir en paz, había dejado de escribir por miedo, por el pánico que nos provocó esa mala acción públicamente conocida. Lo hago, no puedo negarlo, con ese increíble temor que jamás, nunca de los nuncas pensé que a mi me tocaría.

En mi trayectoria de vida periodística nunca jamás pensé que nuestros pueblos vivirían experiencias tan espantosas que en la actualidad para los gobernantes del país por conveniencia o acaso por ingenuidad tal parece que pasan desapercibidas, con lo que van exacerbando los ánimos inevitablemente hacia los desbordamioentos sociales. Eso no, no es posible carajo.

Hoy, con todo el temor, la tensión y el miedo, si los gobernantes no pueden o no quieren actuar para garantizar nuestra paz, solo queda pédir a Dios que voltee para acá; que si el gobierno federal no puede resolver nuestros problemas, el Creador no actúe con nosotros como cuando Noé en Sodoma y Gomorra y encuentre en el pueblo veracruzano gente honesta, gente de bien, como nuestros viejos y nuestros jóvenes y nos evite tantas atrocidades como las que motivaron el mítivo diluvio. Que efectivamente cumpla su promesa manifiesta a través de los arco iris que hemos visto pasar.

En lo personal, aquella noche que festejaba mi cumpleaños, tras el violento incidente ante mis desesperados reclamos creo que si escuchó mis protestas porque encontró peticiones convencionales de amigos influyentes.

 

Es tan grave la situación en el país que aquí le pasó unos comentarios publicados ayer en un diario de circulación nacional:

 

«¿Cómo acabar con la vida social y comercial de una ciudad? Permitiendo la instalación de grupos criminales, incumpliendo con tareas de coordinación con grupos federales enviados para contener la violencia, no investigando los crímenes ni recomponiendo el tejido social. Así, de ese modo, se ha acabado con la cotidianidad de Chilpancingo, la capital de Guerrero.

“En esa ciudad, de acuerdo con un trabajo que ha presentado EL UNIVERSAL, todos coinciden en que el ambiente se enrareció desde 2008, pero desde 2010 cambió la vida citadina para la población. Por protocolo de “sobrevivencia” ninguna ambulancia llega al sitio donde se haya generado violencia, antes de que llegue la policía; ya no se puede hablar con libertad ni en las calles ni en los taxis. No se dice “narcotráfico” ni “narcotraficantes”, por referencia es “maña” o “esa gente”. Los pocos empresarios que aún residen también han modificado sus labores habituales. Sus negocios están blindados con puertas de acero, cámaras de seguridad, circuito cerrado, y algunos empleados están armados. Parece difícil creer que la descripción anterior es de una ciudad mexicana, ubicada a poco menos de 300 kilómetros (unas tres horas en auto) de la capital del país.

 

“…Para que una sociedad se desarrolle, sus integrantes no deben sentir temor. Que salir a la calle en la noche no represente riesgo, que la apertura de un negocio no se haga con el miedo a que alguien vendrá a extorsionar. Lamentablemente, el cambio se notará cuando desde la cúpula del poder, municipal y estatal en principio, se adopten decisiones contra la inseguridad, pero eso aún no se ve muy claro”.

 

Esto es parte del editorial de ayer.

Dios lo bendiga por siempre a usted amable lector y nos bendiga a todos.

gustavocadenamathey@nullhotmail.com