MAS DE TREINTA años, para ser exactos, treinta y uno, es el tiempo que ha transcurrido desde aquél fatídico diecinueve de septiembre de mil novecientos ochenta y cinco, cuando la tierra movió desenfrenadamente el suelo de la ciudad de México, causando serios daños en varios edificios, donde lo más triste fue la muerte de miles de mexicanos que se encontraban en hoteles y oficinas a la hora de los terremotos.

El movimiento telúrico, con apenas dos minutos de duración, generó el caos, la muerte y la destrucción, apenas amanecida la ciudad más grande del mundo, así considerada por muchas razones.

Eran las siete de la mañana con diecisiete minutos y cuarenta y siente segundos, cuando se inició el más terrible de los episodios en la vida cotidiana de los habitantes de esta gran ciudad.

No hubo tiempo para poder defenderse, cuando menos, para más de diez mil personas que quedaron atrapadas entre los escombros de los edificios que fueron destruidos en segundos por el movimiento, que según expertos en esta materia, la energía liberada por este fenómeno solo era comparable a la explosión de por lo menos treinta bombas atómicas como aquella que destruyeran las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, en Japón.

La noticia, a esa hora de la mañana, corrió como la misma fuerza natural que azotó a la ciudad de México.

La desesperación se hizo evidente en todo el país y en el extranjero, debido a que muchas personas se hospedaban en hoteles del centro de la capital mexicana, principalmente en aquél simbólico edificio que albergaba el hotel Regis.

La historia de estos hechos, ha sido clara, precisa, contundente, respecto a la destrucción que generó este fenómeno. Por eso, estos acontecimientos no se olvidan y permanecen en la mente de todos los mexicanos, incluyendo a las nuevas generaciones que se han informado sobre estos temblores, más que nada, por las nuevas estrategias que se han utilizado para evitar que los daños de estos fenómenos naturales, causen más estragos.

Nunca, el país y la ciudad de México, construida sobre suelo fangoso de lo que fue la antigua Tenochtitlán, habían sufrido daños de tal magnitud, hasta que se presentó este terremoto, cuya magnitud fue de ocho punto uno en la escala de Richter y cuyo epicentro fue localizado a unos quince kilómetros de profundidad en el Océano pacífico, a unos cuantos kilómetros de las costas de Michoacán.

Fue un verdadero infierno que se produjo a partir de este movimiento telúrico, el cual no se pudo evitar, ni siquiera en lo más mínimo, porque para entonces, no se conocían eventos de esta naturaleza en México, que hubieran sido antecedentes y por lo tanto, experiencias que usar en esos momentos, salvo el caso del terremoto ocurrido en esta ciudad de Xalapa, en el año de mil novecientos veinte, con una intensidad de seis punto dos grados, perdiendo la vida seiscientas cincuenta personas.

Hoy, todos los mexicanos, volvemos a recordar estos hechos del fatídico diecinueve de septiembre de mil novecientos ochenta y cinco, conmemorando una vez más estos acontecimientos y rindiendo tributo a quienes fueron víctimas de la furia de la naturaleza.

Pero a pesar del dolor y la tristeza que invadió a varias regiones de México, principalmente, la capital de la República, la férrea voluntad de cada uno de los mexicanos, fue el principal elemento para levantarse y volver a mirar al mundo con la satisfacción del deber cumplido ante la desconocida fuerza que azotó al pueblo mexicano en lo general.

Las estadísticas, hasta ahora, no muestran un número exacto de las víctimas, pero todas ellas, son ahora recordadas y bendecidas y aunque el dolor humano continúa, siempre hay un motivo para seguir adelante.

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EN AQUEL AÑO de mil novecientos ochenta y cinco, se pudo constatar la plena voluntad de los mexicanos en lo general, para acudir, sin mayor interés al llamado de la patria, para unirse en todos los sentidos y apoyar las acciones implementadas para el rescate de muchas personas que salieron, por fortuna, vivas de aquellos terremotos que sacudieron la ciudad de México.

Esto demuestra que nada esta perdido totalmente, que hay siempre una posibilidad de levantarse y continuar por el sendero de la superación.

México, en mil novecientos ochenta y cinco, lo demostró claramente, por lo que siempre existirá la esperanza de ver resurgir a un pueblo aún cuando el caos pretenda destruirlo.

Dos importantes enseñanzas podríamos destacar de aquellos acontecimientos de los terremotos: Una, la gran solidaridad de los mexicanos, demostrada a todo lo largo y ancho de la nación, pues todos, de alguna manera, contribuyeron para solventar las grandes necesidades que se presentaron entre las familias más afectadas por estos hechos. La otra, sin duda, fue la gran generosidad de los pueblos del mundo, que también, en aras de apoyar a los mexicanos, enviaron su ayuda.

Todo esto demuestra que los humanos estamos unidos cuando es necesario.
Que somos solidarios ante la desgracia y que sabemos acudir en los momentos más precisos en que se requiere.

No todo esta perdido, se insiste, pues siempre arderá la llama de la esperanza, aunque haya quienes, en su afán de conseguir satisfacer sus necesidades personales, se olviden de que también son humanos y que tarde o temprano, la justicia, terrenal o divina, los alcanzará inexorablemente.

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A RAIZ DE LOS TEMBLORES en la ciudad de México, el gobierno y la sociedad misma, comenzaron a sentir la necesidad de prepararse ante estos fenómenos naturales y aquellos, que incluso, generados por la mano del hombre, son eventos devastadores.

Poco a poco, se fue creando conciencia y como resultado de estas preocupaciones, nació el Sistema Nacional de Protección Civil, que más tarde se fue implementando en todos los Estados y municipios del país, por lo que ahora, hay mayores posibilidades de enfrentar estos acontecimientos sin la perdida de tantos seres humanos, como sucedió en los terremotos de la ciudad de México, y de algunas otras ciudades de estados y municipios, que también sufrieron el embate de las fuerzas sobrenaturales..

La protección civil, es una necesidad que por fortuna, se ha vuelto una verdadera cultura entre los mexicanos. Así se ha creado una gran red de apoyo inmediato para acudir en apoyo de familias y pueblos enteros que sean afectados por cualquier fenómeno destructor.

El gobierno, ha puesto especial énfasis en estas actividades, como un serio compromiso con la sociedad. Es algo, que independientemente de todo lo que pueda suceder en una administración, nacional, estatal o municipal, es digno de reconocerse.

Aquí, en el Estado, hay conciencia de ello.

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Y MAÑANA, aquí nos encontraremos, si otra cosa no sucede.

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