*La vida sería imposible si todo se recordase. El secreto está en saber elegir lo que debe olvidarse. Camelot

PANCHO GALINDO (PARTE II)

Othón González Ruiz llamó a quien esto escribe, desde su exilio. Me refrescó la memoria de aquella visita cuando, en Ciudad de México, después de comer en un restaurante picudo de los de Reforma, me dijo: “Vamos a visitar a don Pancho”. Don Pancho no era otro más que el legendario Francisco Galindo Ochoa, poderoso jefe de Prensa de Diaz Ordaz y José López Portillo y asesor de Salinas, en sus tiempos de presidente casi imperial. Era un hombre muy bragado. Cuando llegamos, preguntó por “Miguelito”, así le decía de cariño al gobernador Miguel Alemán Velasco, a quien le disgustaba que le dijeran Miguelito, porque ya no era chiquito y ya había crecido. Pero Galindo Ochoa contaba que lo vio jugar de pequeño, lo mismo en Palacio Nacional que en Los Pinos, cuando su padre fue presidente de la República. Nos atendió su secretaria Erika, la secre de muchos años, una mujer bella, que digo bella, cuerísima. Cuando entramos a esa oficina, cubierta las paredes de parquet y con un busto de Benito Juárez, el hombre portaba al cinto un revolver calibre 38, como John Wayne en Rio Bravo. Yo creo que le quedó la costumbre de aquellos tiempos revolucionarios, cuando todo lo dirimían a balazos, o quizá era para cuidarse de los bandoleros que habitan en esa ciudad de la nube gris y de los asaltos. Hombre platicador, narró algunos eventos de su vida. Ya pocos le visitaban, vivía sus últimos años recordando el esplendor del poder, la magia que se tiene cuando se manda y muchos obedecen, porque, lo dijo Shakespeare: “Donde hay poder hay conspiración”. Y vaya qué las habrá habido en su tiempo. Dirimió como réferi el pleito entre el presidente Jolopo y el expresidente Echeverría. Aunque un día les dijo: ahí se ven, arreglen sus problemas solos porque, cuando dos elefantes se pelean, la hierba es la que sufre. Y él era la hierba. Si alguien quería ver al presidente, había que pasar por la aduana de Galindo Ochoa. Nadie se movía sin su consentimiento. Pegado al muro en su oficina de Reforma tenía un domi original del logotipo del IMSS, donde seguro algo tuvo que ver en esa idea y en ese logotipo que aún sobrevive. Comía por lo regular a un lado, en el afamado restaurante Champs Elysees (Campos Elíseos, en mexica), atendido por su propietaria, doña Paquita. Antes lo hacía en el Four Season, pero un mal día llegó y su mesa estaba ocupada, y eso era un desdén para él, que acostumbraba tener su mesa reservada, un agravio que no perdonaba. Al final de su vida, ya desayunaba en casa y ahí invitaba a sus amigos, algunos empujaban su silla de ruedas, donde vivía postrado sus últimos días. Othón dice que lo conoció porque un día se lo presentó Emilio Gamboa Patrón. Fue padre de Tina Galindo, la exitosa productora de teatro y representante artística. Hay cientos de anécdotas de Pancho Galindo Ochoa. Usted solo pique Google y ahí le saldrán cientos. Lo quise recordar cuando lo visitamos en su oficina propia de Reforma. Tiempos de aquellos vientos. Jalisciense, nacido en 1913, murió uno de esos días septembrinos de 2008. A sus 95 años de edad, con mucha historia de poder en su memoria. Con su ADN de poder presidencial.

MULTA AL SINDICATO PEMEX

Una nota sobresalió hace unos días. El INAI (Instituto Nacional de Transparencia la Información), inició el proceso sancionador contra un sindicato, el de Pemex. Sucede que un particular pidió la información del sindicato de Pemex, donde pedía todo: gastos de 2015, notas, recibos, gastos de viaje, fomentos de actividades culturales y deportivas, todo lo que le otorga la empresa a ese sindicato, que opera recursos públicos. Como la ley obliga a entregar datos, Pemex sindicato se ha hecho de la vista gorda. Y cada día, el INAI le aplica una multa de 10 millones de pesos diarios, hasta que aflojen el cuerpo y entreguen la información. Atrás quedaron los días en que ese sindicato corrupto manejaba la empresa, era dueña de los contratos y hasta porcentajes recibía de las obras de los constructores. Cuentan que el día que Peña Nieto ordenó aprehender a la maestra Elba Esther Gordillo, el denominador común quería que fueran por Romero Deschamps, su dirigente. Aseguran que llegó a Los Pinos y llevaba la renuncia a la mano, como aquella vez que Carlos Salinas aprehendió a La Quina y Jongitud, el otro líder corrupto de maestros, le puso la renuncia a Salinas en el escritorio, se la aceptó diciéndole, para estar a tono con Juan Gabriel: “Fue un placer conocerte”, y llegó Elba Esther. Los sindicatos han mandado en nuestro país, cuando deben ser las empresas, los sindicatos están para defender a sus agremiados, no para dar órdenes donde no deben. Ocurre en muchos estados del país, pero ya soplan vientos de cambio.

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