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¿Dónde están? ¿Qué les pasó? Son las preguntas que se hacen diariamente miles de familias, 27, 659 personas habían desaparecido en México hasta finales del 2015, de los cuales el 30% son menores de 18 años. Las cifras anteriores se refuerzan todos los días, e incluso los números podrían ser mucho más altos de lo que imaginamos debido a que además de las cifras oficiales existen infinidad de casos que no se denuncian por miedo, por desconfianza en el sistema o por tratarse de personas que nadie buscará.
La situación de inseguridad que vive el país no es exclusiva de un género o nivel socio económico, tampoco la edad importa, es algo que le puede pasar a cualquier persona y en cualquier momento. La mayoría de eventos se ha relacionado con el crimen organizado como respuesta final del hecho, sólo eso reciben los familiares, no saben por qué, muchos nunca aparecen y los que sí difícilmente son hallados con vida. Pero encontrar un cuerpo inerte no debería ser suficiente para cerrar un caso, porque como bien señalaba hace unos días Roger Waters, es inhumano no saber qué pasó.
Veracruz es uno de los estados con más violencia en los últimos días, se encontraron los cuerpos de 3 jóvenes desaparecidos junto con restos de otros aún sin identificar, en otro municipio aparecieron más cuerpos embolsados, un decapitado y en el norte del estado un comando atacó un bar dejando 3 muertos y 4 heridos. Para algunos son sólo cifras, mínimas si se comparan con las anteriores o el número total de desaparecidos en el estado: 2 mil 300. Pero detrás de cada número hay historias que quedaron inconclusas, rostros que los familiares esperan volver a ver y que nunca se olviden.
Los jóvenes que encontraron en bolsas y que desaparecieron el pasado jueves 29 de septiembre, tenían sueños, planes y metas como cualquiera de su edad. Génesis Urrutia, estudiante de comunicación era una alumna destacada de la Universidad Veracruzana y anhelaba irse a una maestría en España, Leobaldo Arroyo buscaba trabajo como contador y Octavio Baruch, estudiaba ingeniería bioquímica y disfrutaba de hacer ejercicio. La fiscalía del estado señalaba que el último joven tenía antecedentes delictivos, de ahí que su línea de investigación fuese el crimen organizado. Octavio es el segundo desaparecido en la familia, desde el 2015 buscan a su hermano sin tener aún información al respecto.
Los casi 28 mil desaparecidos en el país, no son números, son sueños truncados, familias laceradas, hijos que se quedaron sin padres o padres que claman por sus hijos, amigos de alguien, seres humanos que deben ser considerados como tal, y sólo por el simple de hecho de tratarse de vidas deberíamos ser conscientes de la situación que enfrenta el país. Veracruz no es el único estado con violencia, Tamaulipas lo supera por mucho en el número de ejecuciones, en el Estado de México abunda el secuestro, Puebla va a la alza en feminicidios, en Guerrero las calles siguen inundadas de comandos armados y la lista puede seguir, los que no podemos seguir así somos nosotros, esperando solución de un gobierno en el que pocos confían.
En Orizaba madres pedían apoyo para la búsqueda de sus hijos, querían pintar bardas que pertenecían al municipio, pero éstas estaban destinadas a usos publicitarios por lo que la solicitud fue negada, lo más que recibieron fue la distribución de tabloides en los municipios vecinos, pero esto no fue suficiente. Unidas por el dolor y desesperación decidieron formar un colectivo. Una de sus acciones es pintar los rostros de quienes buscan para que al menos en una pared quede la memoria de cómo les recuerdan quienes los vieron por última vez, la barda fue donada por una persona que entiende la importancia de abrir los ojos ante el dolor ajeno y ser solidarios, de recordar a quienes no están y preocuparnos por actuar en lugar de sólo lamentar las circunstancias de nuestro país.
Existen agrupaciones como la Federación Internacional de Periodistas que buscan ofrecer soluciones y protección. Ellos han creado un manual dirigido al gremio de los medios pero que podría ser utilizado por cualquiera, titulado A mí, sí me puede pasar. En él además de cifras dan una serie de consejos y recomendaciones para cuidar la integridad y de cómo actuar en casos de amenazas u otra serie de eventos. Lo que destaco de este manual son las sugerencias que quizás hemos escuchado más de una vez pero pocas veces aplicamos: prestar atención al entorno, tener comunicación constante con alguien, evitar rutinas. Estos puntos son simples, pero pueden ayudar a más de uno a no formar parte de las trágicas estadísticas.
Mientras tanto, como sociedad también podemos hacer lo nuestro, comenzando por hacer a un lado el miedo y la indiferencia, la mayoría de crímenes ocurre frente a otras personas que por miedo deciden ignorar el hecho y no decir nada, necesitamos tener una cultura de denuncia, pero también fomentar las condiciones para hacerlo de manera segura y tener la certeza de que alguien hará algo, para eso es necesario que en el gobierno tengamos personas capaces (pensemos bien en los representantes), y que demos seguimiento a sus acciones al frente de gobierno.
Creemos consciencias y seamos ciudadanos activos, parte de la impunidad que encubre todos los daños se genera por el “a mí no me afecta” y dejar que los funcionarios sigan obteniendo beneficios personales a costa del daño de a la población. Eduquemos responsablemente a futuras generaciones, apoyemos activamente a las organizaciones civiles que se preocupan por hacer algo, no todo depende de los gobiernos, más bien el primer eslabón de la cadena somos nosotros. Las redes sociales han sido de gran ayuda en la difusión de información, pero también ayuda si dejamos el activismo de escritorio y lo transformamos en pequeñas acciones del día a día. Al igual que muchos familiares de los desaparecidos, conservo la esperanza de que los buenos somos más y verdaderamente podemos lograr algo.