Estaba a escasos dos metros de la puerta del despacho del licenciado Alberto Sosa Hernández, Magistrado Presidente del Tribunal Superior de Justicia del Estado de Veracruz. La gestión de un asunto me llevó a ese lugar. Sorpresivamente se abrió la puerta del despacho del Magistrado Presidente. Sin querer, bueno con querer, porque nací fisgón, miré al interior de aquella oficina. Sin pensarlo dos veces, me introduje al despacho del Magistrado aprovechando esa oportunidad que se me presentó. La persona que salía del despacho me vio con extrañeza, pero haciendo caso omiso de ese desdén, alcé la frente y pasé como si fuera la siguiente audiencia programada. Empujé la puerta y encontré al Magistrado hablando por teléfono. El Magistrado me saludó, he hizo un ademán con la mano para que me sentara. Con el saludo, se alivió sin duda un poco la tensión por esa conducta irreverente. Por supuesto que la entrada clandestina no había sido correcta, pero tampoco irrespetuosa, así lo pensé mientras esperaba. Canceló la llamada el Magistrado oprimiendo un botón en el celular. Vino hasta donde yo estaba el Magistrado y me estrechó la mano. Conozco al Magistrado Alberto Sosa desde la década de los años sesenta. Fui testigo presencial de su seriedad en los diversos encargos previos a su carrera judicial. Pido disculpas, le dije, por la entrada no muy adecuada a su despacho. Preguntó a que me dedicaba y le contesté que había acortado al mundo a la tierra que pisaban mis pies. Comentó el Magistrado que estaba por concluir su gestión al frente del Poder Judicial. Respondí que conocía de su responsabilidad y el difícil desempeño que ello conlleva. ¿Y cómo te sientes en la recta final?, le pregunté. Hice lo que tenía que hacer, desarrollé lo que tenía pensado, aunque reconozco que por la dinámica de los cambios sociales hay todavía mucho por hacer, obtuve por respuesta. ¿Nunca te arrepentiste de llegar al cargo?, volví a preguntar. No, porque lo busqué, y también porque cuando subí peldaño a peldaño la escalera hacia la primera titularidad del Poder Judicial aprendí cosas que podía mejorar, me contestó. ¿Te costó trabajo el ejercicio del cargo?, porque la política, según dicen, es de compromisos y de tragar sapos, agregué a la pregunta. Afortunadamente llegué sin compromisos externos, el único compromiso fue con la preocupación de cumplir con una buena administración de justicia; y lo de tragar sapos, nunca tuve necesidad de ofender a los anfibios, me contestó. ¿Quién padeció más con tu llegada al cargo?, le pregunté. Nadie, con todos guardo una relación de profundo respeto profesional y compartimos objetivos comunes. En algún momento pensé que la familia sería la más afectada por mi mayor ausencia, pero mi esposa y mis hijos han abrazado mi alma con palabras de aliento y de cariño en todo lo que he emprendido en la vida, dándome así la fuerza que siempre he necesitado, me contestó sensiblemente. El Magistrado Presidente del Tribunal Superior de Justicia, gran aficionado al rey de los deportes, el béisbol, igual que los distinguidos juristas Rubén Darío Mendiola Solano y Vicente López Estrada, está por concluir su mandato al frente de la delicada responsabilidad. Alberto Sosa bateó un cuadrangular, corrió a primera base, pisó la esquina de la almohadilla de segunda base en carrera vertiginosa, llegó a tercera, y está por concluir la carrera en el home. No hay fecha que no se llegue, es la sentencia del calendario que cuenta el devenir de los tiempos. Deber cumplido, ni más ni menos, enhorabuena. Gracias Zazil. Doy fe.