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EFE

Cinco años después de que una turba enfurecida apaleara hasta la muerte al dictador Muamar Gaddafi, la guerra y la división política dominan Libia, convertida en bastión de los grupos yihadistas en el norte de África y paraíso para las mafias que trafican con inmigrantes en el Mediterráneo.

El caos que se agudizó aún más el pasado fin de semana después de que milicias leales al antiguo mandatario de Trípoli asaltaran uno de los principales complejos de la ciudad y retaran al frágil gobierno de Unidad Nacional, designado hace seis meses por la ONU.

Siempre soñamos con la posibilidad de que hubiera una revolución, pensábamos todo el tiempo en cómo hacerla, pero Gaddafi era muy fuerte y el país estaba muy cansado, así que nos sorprendimos cuando alguien lo logró», explica el exdiputado Naser Seklani.

«Sí, estábamos felices de habernos librado de Gaddafi. Pero cinco años después comenzamos a preguntarnos quién hizo de verdad la revolución y sentimos que no fue una revolución libia, sino una decisión internacional, y eso nos crea una desazón tremenda», agrega.

Antiguo oficial del Ejército Gadafista y uno de los primeros en sumarse al alzamiento, Seklani es hoy uno de los miles de libios ricos y formados que podrían ayudar a reconstruir el país, sin embargo, lo han abandonado para exiliarse en Túnez.

Encarcelado por el dictador entre 1980 y 1988, este hombre de 62 años creyó que la revuelta abriría un nuevo camino, así que reunió a un grupo de amigos y familiares y puso su fortuna al servicio de un nuevo partido, con el que logró ser elegido diputado en las primeras elecciones libres.

Lo que está haciendo ahora Naciones Unidas prueba esta teoría. Porque en las reuniones que celebra estos días lo que intenta es imponer a esa gente que estuvo fuera y que los libios rechazan porque vienen para trabajar en favor de EU, Europa, Catar y no del pueblo», afirma.

Un lustro después de que fuerzas internacionales bajo mando de la ONU ayudaran a los rebeldes a derrocar a Gaddafi, Libia es un estado fallido, víctima del caos y de la guerra civil, en el que decenas de milicias luchan por el poder y el control de los recursos naturales.

En la actualidad tiene tres gobiernos: dos en la capital, que compiten por el liderazgo en el oeste del país, y otro en Tobruk, que domina las regiones del este y controla los principales recursos petroleros.

De los dos en Trípoli, el primero se formó tras un fallido acuerdo de paz auspiciado por la ONU y firmado en diciembre por miembros del antiguo gobierno de la capital y una pequeña parte del Parlamento desplazado en Tobruk.

Pese a que cuenta con el pleno apoyo de Naciones Unidas, EU y la UE, carece de respaldo popular y de la legitimidad que le tiene que proporcionar la citada Cámara.

Desde que fuera formado en abril, su único logro ha sido formar una alianza de milicias, lideradas por la poderosa ciudad de Misrata, para tratar de expulsar a la rama libia del grupo yihadista Estado Islámico de la ciudad de Sirte, que controla desde febrero de 2015.

El segundo se conoce como Congreso Nacional General (CNG), una entidad de ideología islamista que gobernó durante los primeros años el país pero que no reconoció el resultado de los comicios celebrados en 2014.

Miembros del CNG asaltaron edificios oficiales el pasado fin de semana y ordenaron la salida del gobierno de unidad, al que acusaron de haber agudizado la crisis política y de ser incapaz de mejorar las condiciones de vida de la población, que sufre constantes y largos cortes de suministro eléctrico.

En el este, el hombre fuerte es el mariscal Jalifa Hafter, un antiguo miembro de la cúpula Gadafista reclutado en la década de los ochenta por la CIA y convertido en el principal opositor en el exilio, que se opone a los dos gobiernos en Trípoli.

Hafter, al que ahora la ONU trata de contactar para sumarle a los planes de paz tras meses obviándolo, combate en Bengasi y ha advertido de que no parará hasta llegar a la capital.

El conflicto es aprovechado por los grupos yihadistas, que se han extendido por todo el país, y por las mafias de tráfico de personas, que han hecho de Libia su mejor lanzadera de inmigrantes irregulares en el Mediterráneo.

Según diversos organismos internacionales, desde 2015 más de 15 mil personas han muerto frente a las costas de Libia al intentar alcanzar las costas de Europa.