Vaya tema el de la corrupción. Es una enfermedad de la cual pocas naciones están a salvo. No estoy seguro que sea un problema cultural que los pueblos traigan fijado en su secuencia genética, pero es un flagelo que lo mismo se da en los países más avanzados como Japón, en donde ya ha provocado hasta suicidios entre los políticos a los que se le han comprobado corruptelas. Para los nipones es una deshonra ser acusados de corruptos. En España no hay un antecedente igual desde que la democracia fue restaurada, equiparable a los niveles de escándalo alcanzados en la actualidad. En sus redes han caído lo mismo populares que socialistas. Bueno, ni el ex presidente de la Generalitat de Cataluña, Jordi Pujol, un símbolo del independentismo catalán, se ha salvado, pasando por su mujer e hijos, que se han visto involucrados en reprobables actos de corrupción pública.
En Italia la corrupción es toda una tradición. Los italianos tienen el muy deshonroso honor de ser considerados como los más corruptos de la Unión Europea, lo que ya es un decir, y el Estado Vaticano tampoco se ha salvado de corruptelas. No hace mucho el banco Ambrosiano, cuyo principal accionista era el Vaticano, se vio involucrado en negocios turbios de la mafia siciliana. Y de este lado del Atlántico mejor ni hablamos, en Brasil también es un problema que los cariocas vienen arrastrando de hace un buen tiempo para acá, y hoy los políticos izquierdistas Dilma Roussef y Lula Da Silva no se han salvado de sus garras. La estatal empresa Petrobras, otrora modelo de eficiencia y de negocios públicos que los brasileños presumían a todo el mundo, finalmente también fue presa de ilícitos.
Y bueno, de México ya ni hablamos, en verdad los mexicanos estamos hasta la madre de la corrupción. Ha socavado instituciones, gobiernos y no ha distinguido entre colores partidarios, lo mismo se ha dado entre tricolores, que entre azules y amarillos, prácticamente ninguna organización partidista se ha salvado de la quema. Y no lo digo como algo que cause la menor gracia o sea digna de festejo alguno, por el contrario, indigna, lastima y agravia a la gran mayoría de los mexicanos que ya no estamos dispuestos a tolerarla.
Pero la corrupción todavía es peor cuando la actuación de los políticos se vincula con otras formas de delincuencia, es decir, que va más allá del ominoso acto de apropiarse de los bienes públicos, y se asocia con la delincuencia organizada y la económica, siendo esto último todavía más censurable porque cuando los negocios rebasan el ámbito público y se mezclan con el ámbito privado parece ya no haber escapatoria para los ciudadanos.
Son reprobables los casos de nepotismo, extorsión, tráfico de influencias, uso indebido de información privilegiada para fines personales, la connivencia y la conspiración en el ámbito de lo público, sobre todo en el terreno de las causas judiciales, de la procuración de justicia y cuando se violan los derechos humanos. En México, por desgracia, todas estas formas están presentes de manera regular, como una manifestación social, política y económica, haciendo que prevalezca un ambiente de injusticia, corrupción e inequidad, lo que caracteriza a nuestra vida pública –y también privada- desde hace mucho tiempo.
En lo personal lamento que el presidente Enrique Peña Nieto no haya tenido la suficiente sensibilidad, como para entender que el ‘mal humor social’ que priva entre la mayoría de los mexicanos, se debe en mucho a que no quiso ponerse como máxima autoridad de la nación, por encima de esta ruidosa realidad que tanto nos lacera, en una posición en donde él se haya mostrado a cabalidad intolerante ante cualquier sospecha de corrupción. ¿Que todos los mexicanos somos corruptos por naturaleza?, bueno pues había que ponerse por encima de todos y castigar a los corruptos. Yo estoy seguro que, como él mismo lo dice, ningún presidente se levanta todas las mañanas con el ánimo de joder al país, pero sí era necesario que una autoridad en la posición que él tiene, se levantara todos los días con la firme convicción de condenar y castigar el más mínimo indicio de corrupción, viniera de donde viniera y se diera en donde se diera, en el ámbito de lo público o de lo privado.
Qué pena y qué lamentable que no entendiera que ese era el papel moral y ético con el que tenía que cumplirle a todos los mexicanos, inclusive lo hubiéramos perdonado si para cumplirlo se hubiera puesto por encima de la ley.

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