El número de animales que viven en agua dulce y salada se ha reducido de media un 81 por ciento en las últimas décadas, según un informe presentado ayer por la organización mediambiental WWF.
En comparación con los años 70, muchos menos reptiles, anfibios y peces habitan ríos y mares. “Para una organización de defensa del medio ambiente este también es un valor aterrador y sorprendentemente negativo”, señaló en declaraciones a dpa Christoph Heinrich, de WWF.
“Un río grande como el Congo carece casi completamente de peces”, apuntó.
También en Alemania el medio ambiente se ha resentido en los últimos años, tal y como revela un reciente informe publicado por WWF que constituye una especie de termómetro del hábitat terrestre.
Las conclusiones: la Tierra está enferma y su fiebre no para de subir. “Podemos casi comprobar que la humanidad, desde los años 70, ha sobreexplotado claramente el planeta y eso cada año va a peor”, indicó Heinrich.
Esto no tiene sólo consecuencias para los arrecifes de coral situados a miles de kilómetros, sino también para los ecosistemas que se encuentran en la puerta de nuestra casa: la perdiz y el avefría apenas se ven en la actualidad, dice Heinrich.
En Europa hay cada vez menos alondras comunes que se ven obligadas a vivir en “campos estériles” de la agricultura moderna en los que no pueden encontrar ningún insecto con el que alimentarse.
Los autores del informe han podido confirmar la existencia de más de 14.000 especies de vertebrados en todo el mundo, una cifra que en la práctica supone una reducción media del número de especies de cerca del 60 por ciento entre los años 1970 y 2012.
El reporte apunta además que la humanidad no necesita cada año los recursos de una Tierra, sino que, en términos numéricos, necesitaría los recursos de 1,6 Tierras. Por ejemplo, se corta más madera en los montes de la que se planta.
Por si esto fuera poco, las personas viven cada vez más años y, según el informe de WWF, serían necesarias dos Tierras para cubrir las necesidades anuales de alimentación, agua y energía de la humanidad.
La base estos cálculos hay que encontrarla en la llamada “huella ecológica”. Esta refleja cómo influye la acción del hombre en el ecosistema y finalmente en la Tierra. Se calcula tomando como base una hectárea y cuánto más bajo es el valor resultante, mejor.
Dado que estos países desarrollados no son capaces de cubrir sus necesidades a través de sus propios recursos, se levantan, por ejemplo, campos de soja en Sudamérica. Su aparición supone llevarse por delante ecosistemas autóctonos, tales como la selva tropical.
Y esta soja, la que se cultiva al otro lado del Atlántico, termina aterrizando de nuevo en establos de Alemania como forraje.
“Se subestima la potencia de destrucción de la carne”, insiste Heinrich, quien apuesta por un menor consumo de productos cárnicos que posibilite comer carne de mayor calidad.
En opinión de la organización WWF una utilización responsable de los recursos debería situarse como prioridad en la agenda política. En este sentido, apuestan por subir la carga impositiva de determinados productos y de intensificar controles sobre el origen de los alimentos.
“El Gobierno debe sentarse con los representantes económicos y abordar con ellos una cadena de distribución que sea sostenible”, recalcó Heinrich.
A su modo de ver, las empresas se deberían comprometer a no utilizar determinados alimentos como la soja o el aceite de palma, cuyo cultivo lleva aparejado la destrucción de cientos de hectáreas de selva en el trópico.
Lo cierto es que recuperar las áreas que una vez fueron destruidas, junto con las especies de animales que allí vivían, es extremadamente complicado o imposible.