Mis muertos están muy vivos, yo dirá que más vivos que nunca. Se me rebelan hasta en las cosas más disímbolas o simbólicas, como las quiera usted llamar o ver. Así pasa por ejemplo como cuando a uno se le ocurre pensar en voz alta y comparar, imprudentemente, un platillo esmerada y excelsamente cocinado en casa por nuestra esposa, irremediablemente se le viene a uno a la mente aquello de que: “Mi mamá lo hacía mejor”. ¡Ay de Dios padre, craso error!, pero en honor a la verdad por más excelencia que haya en las manos expertas de nuestra pareja a la hora de preparar algún platillo que de niño nos hacía nuestra madre, que nadie se ofenda, pero como lo hacía nuestra progenitora era otra cosa, para acabar pronto insuperable. Por eso siempre hay que tener cuidado cuando pensamos en voz alta.
En esas y muchas otras cosas más se evoca a la figura ausente de nuestros mayores. En todo están presentes, por eso dije al principio que los muertos, al menos los míos, están más vivos que nunca y gozan de cabal salud, así los veo, así los siento y así siento que mantengo encendida, aún después de su muerte, la flama de mis mayores, hermanos, abuelos, amigos y demás personas cercanas. Y hablando en términos de la tanatología (de Tánatos, el dios de la muerte), como que ya le perdí miedo a la muerte. Desde que estaba en la preparatoria, en una clase de filosofía recuerdo que se habló ampliamente del tema, y se me quedaron grabadas algunas concepciones filosóficas acerca de la muerte: “La vida es el largo camino a la muerte” y “Nacemos para morir”, lo que es algo único e ineludible para todos los seres vivos, pero en conciencia, la muerte solo la vivimos, concebimos, sufrimos, gozamos o padecemos los seres humanos, con todas sus consecuencias, para bien o para mal.
Para quienes somos cristianos es muy difícil hacernos a la idea de la muerte de un familiar o amigo (a) cercano. Pero todavía es más difícil aceptar, algunos piensan que es una locura incluso, que alguien pleno de sus facultades y capacidades cognitivas pueda determinar la mejor forma para morir, inclusive el momento en que tiene que ocurrir esto. Un antecedente de esto que estoy mencionando va muy de la mano con lo que se conoce como ‘eutanasia’ y digamos que el precursor de este procedimiento que ayuda a acelerar la expiración de la vida humana fue el médico estadounidense Jack Kevorkian. Esto ocurrió allá por la década de los ochenta del siglo pasado y era un procedimiento que básicamente –por eso fue muy censurado e incluso penado- consistía en asistir a las personas que así lo decidían a morir vía suicidio, proporcionándoles las herramientas.
Actualmente la eutanasia está permitida en algunos países de Europa, en los Países Bajos por ejemplo. En Bélgica tuvo mucha resonancia recientemente el caso de una atleta paralímpica con una enfermedad terminal, que después de asistir a las olimpiadas especiales de Brasil en este año, regresando a su país fue asistida para bien morir en una clínica especializada de ese país. Hace apenas unos días, en Holanda se dio otro caso de una señora a la que se le aplicó el procedimiento de la eutanasia, lo dramático del caso es que su esposo viudo no resistió la ausencia de su amada esposa y él se suicidó días después.
En México no sé qué tanto la religiosidad de la población podría influir para que se legislara a favor de la eutanasia, y no sé qué tanto podríamos considerar a esta como un derecho humano. Confieso que he leído poco al respecto, pero para pacientes con una enfermedad terminal, lesiva e invasiva, quizá el bien morir podría ser la solución a una vida insostenible de sufrimiento crónico. Lo pongo sobre el tapete de las discusiones, no es que necesariamente esté a favor, pero, a veces, quizá la muerte pudiera resultar el mejor remedio a una vida que en los hechos ya no es vida. Digo esto porque de alguna manera cuando alguien muere, en realidad sigue viva en la memoria y el recuerdo de quienes continúan por el sendero de la vida.
Es su obligación, pero eso no obsta para reconocerlo.- Yo no recuerdo antes a un alcalde capitalino que hubiera desplegado la labor que está realizando Américo Zúñiga Martínez, para mantener y conservar las calles de Xalapa en buen estado. Yo no quiero hacer de este espacio una numeralia, ni quiero que suene a una lisonja hueca. Como diría el clásico, ‘lo que se ve no se juzga’, por donde quiera están trabajando las brigadas de obras públicas reparando tramos importantes de vialidades, y eso es muy importante en una ciudad como Xalapa que en ese aspecto había estado muy alejada de la mano de Dios. ¿Qué no es suficiente, que todavía falta mucho por hacer?, pero por supuesto, pero lo que está haciendo Américo y su comuna no hay que soslayarlo y aunque está cumpliendo con su mandato, no está de más reconocérselo. Y nada más insistiría sobre dos casos que pasaron años para que una autoridad les metiera mano: Pípila, en el tramo de la terminal de autobuses de segunda, cosa que ya he mencionado con anterioridad, y Francisco Sarabia, en el tramo que va de Américas a Pípila, que estaba destrozado, para continuar con la misma calle de 20 de noviembre a Américas. Ahí la dejo.
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