Los nicaragüenses votaban hoy en unas elecciones a las que el presidente Daniel Ortega acude sin que haya un rival de peso que le impida ganar un tercer mandato consecutivo, en un ambiente de progreso económico que ha neutralizado denuncias de autoritarismo y fraude.
El respaldo a Ortega y a su esposa y compañera de fórmula, Rosario Murillo, ronda el 70 por ciento, según encuestas, gracias a sus exitosos programas sociales y a un mejor clima de negocios en uno de los países más pobres de Latinoamérica.
Desde las costas caribeñas a las cordilleras volcánicas, unos 4 millones de nicaragüenses mayores de 16 años están llamados a las urnas, que abrieron a las 07.00 hora local (1300 GMT) y comenzarán a cerrar a las 18.00 hora local.
Ortega, de 70 años y que apareció poco durante la campaña, ha prometido defender los logros de su «revolución socialista, cristiana y solidaria», con la que redujo la pobreza en 13 puntos porcentuales en la última década, según datos oficiales.
Él es el único que ha trabajo para los pobres y lo seguirá haciendo porque es su esencia. Viene del pueblo y trabaja para el pueblo», dijo Jose Vicente Pong, jubilado de 64 años, quien votó por el ex guerrillero marxista en el centro de Managua.
Pero sus enemigos dicen que busca una «dictadura familiar» con algunos de sus hijos en puestos clave de la administración y lo acusan de utilizar la justicia para eliminar los límites constitucionales a la reelección y aplastar a sus enemigos.
¿DICTADURA FAMILIAR?
La oposición virtualmente desapareció después de que una decisión judicial por una vieja disputa por el liderazgo del Partido Liberal Independiente (PLI) sacó de la carrera electoral al principal contendor de Ortega.
Los diputados que rechazaron aceptar la sentencia fueron separados de sus cargos.
Tan solo Maximino Rodríguez, un ex rebelde de la Contra que combatió al sandinismo en la década de 1980, apenas logró sumar un 8 por ciento de la intención de voto con Partido Liberal Constitucionalista (PLC), mientras parte de la oposición promueve la abstención contra «el fraude».
Estados Unidos y organizaciones internacionales han expresado sus dudas sobre la desintegración del PLI y la negativa de Ortega a aceptar observadores internacionales, que criticaron la falta de transparencia en comicios pasados.
Mientras, su alianza con los empresarios ha ayudado a Nicaragua a crecer un 5 por ciento promedios en los últimos cinco años, impulsado por las principales exportaciones -carne, café y oro- así como por las remesas y la inversión extranjera.
Una parte substancial de ese progreso ha sido financiado con petrodólares venezolanos, dirigidos a programas sociales y subsidios energéticos. La oposición denuncia que esos fondos también fueron a parar a negocios privados vinculados a Ortega.
Con algunos altibajos, Ortega ha mantenido una relación relativamente cordial con Estados Unidos, su viejo enemigo de la Guerra Fría, sin descuidar sus alianzas con Rusia e Irán.
Si se afianza el poder, los mayores retos del mandatario serán la menor cooperación por la crisis en Venezuela y la amenaza de que Washington impulse la iniciativa Nica Act para frenar la ayuda multilateral al país centroamericano.