*La vida no es siempre una cuestión de tener buenas cartas, sino, a veces, de jugar bien una mala mano. Camelot.

EN MI ALDEA

Domingo por la mañana. A las seis de la mañana suena el despertador del hotel W New York de Broadway, que en el camino la empresa, vía internet, preguntó si me había sentido cómodo, les dije que ni máiz, eran como la autopista de Capufe: caros y malos. Eso sí, muy céntrico porque das diez pasos y está la esquina de Times Square, donde en las horas pico, que son todas, aquello parece carnaval de Veracruz, gente y gente caminando y sorprendiéndose del resplandor de las luces de los anuncios y las pantallas de las televisoras que nunca se apagan. Un baño rapidín y bajar en busca del taxi. Vamos al aeropuerto JFK, Terminal uno donde la línea aérea Interjet de Miguel Alemán, exgobernador de las estrellas, se apoderó de todos los lugares donde volaba Mexicana. En cerca de 45 minutos ya estamos en Migración y pasando los controles. El aeropuerto más vigilado del mundo, junto al De Gaulle de Paris, pues desde el 11-S, cuando los talibanes de Al Qaeda les atacaron sin piedad, el mundo de la aviación ya no fue el mismo. Quitarse zapatos, todo lo que suene, ahora piden que saques hasta el dinero en papel y lo pongas en tus manos. En fin, un chequeo y nada más, a tomar un break y un café y aguardar las 11 de la mañana, para subir y tomar los espaciosos asientos. A las 11 y piquito se elevó, tomé las últimas fotos de ese viaje, al infinito alcancé a ver la Estatua de la Libertad y la Isla Ellis, donde llegaron todos los migrantes europeos. Por allí en 1892 entraron los primeros migrantes, solo eran rechazados los que traían alguna enfermedad y por eso se le conoció también como la Isla de las lágrimas (The Island of tears). Habría que escoger unas películas de esa historia y ponérselas a Trump, para que sepa cómo se formó ese país, de puros migrantes que llegaban huyendo a la hambruna de Europa y se convirtieron en trabajadores para hacer esa América grande, en busca del Sueño Americano, como lo es en estos tiempos modernos con los jornaleros y trabajadores mexicanos, que hacen el trabajo que a ellos no les gusta hacer, porque se ensucian sus manitas.

EN CDMX

Arribamos y tenemos un puente de tres horas para transbordar rumbo a Veracruz, destino final. Comimos en un restaurante mexicano del aeropuerto, el Cucara Macara (así se llama), por las escaleras de la salida internacional, el molito y las enfrijoladas y una tampiqueña que se extrañaban, aunque solo fuera una semana. Al otro chequeo, aquí sin problemas ni tanta seguridad. Anuncia la línea que hay una demora de dos horas. Vemos muchos vuelos igual. Es por el atasco que sufre el aeropuerto de CDMX, cuando al inútil Vicente Fox le blandieron los machetes los campesinos de Atenco y le dio miedito a que paralizaran su paralizado gobierno, la obra del nuevo aeropuerto se suspendió, se fue por la borda. Ahora con este de Peña Nieto, que vendrá en algunos años, quizá le quiten el peso de la tardanza a los vuelos nacionales, que es donde hay más demoras. México mueve ya millones de pasajeros (en 2015, 38 millones 443 mil pasajeros) y los apretujones y las demoras a la orden del día. Allá como a las 9 abordamos, debimos haber salido a las 7. Sin pena en 45 minutos se veían las luces de Veracruz y poco antes el resplandor del bello Pico de Orizaba, que tenía nubes como anillos circundantes. El piloto medio balín, se zarandeó un poco y cuando salieron los flaps, para nivelar y sustentar, ya estábamos tocando tierra en Veracruz. Me fui y el dólar estaba a 18.60, al regreso a 20.70, en una semana gracias al triunfo de Trump nos devaluamos un diez por ciento. En los acomodamientos para bajar, platiqué con un paisano. Vaya coincidencia, habíamos viajado desde Nueva York por los mismos vuelos y apenas lo divisé en Veracruz. Me dijo que venía 9 días a reunirse con la familia, cercano a un pueblo de Cardel y que, como nosotros, desde las 6 de la mañana andaba en aeropuertos. Le comenté que fui a la elección a Washington y él me aseguró que votó por Hillary, que todos están sorprendidos de que haya ganado pelos de elote (eso es mío), pero que quienes allá trabajan, como él, con las normas de la honradez y el esfuerzo no tendrían ningún problema, pese a que este animal ayer mismo haya amenazado que repatriará 3 millones de migrantes. El amigo, a quien no pregunté su nombre, tiene 20 años viviendo al otro lado del Hudson, y hace la vida americana y se integra ya como ciudadano a ese país que hoy, estoy seguro, los Padres Fundadores de la Patria se asombrarían de que, cuando la elección la programaron por Distritos Electorales, jamás pensarían que un bruto ganaría así, porque Hillary tuvo más votos del uno por uno, del voto por voto, casilla por casilla. La Casa Blanca será ocupada por un improvisado. Quizá la gente así lo decidió, seguro la mitad de esos americanos piensan como él. Yo solo le dejo aquí -para terminar estos relatos que iniciaron un día 6 y terminaron un 13 de noviembre, cuando desde Washington vi la caída de la favorita y en Filadelfia nos pegó un frio durísimo, sitio que comimos una hamburguesa de campeonato en el Red Owl, de Chestnut Street-, le dejo a Trump aquella frase del gran Abraham Lincoln, y creo que muchos americanos le deben llevar la biografía de él, para que sepa cómo gobernar con humanismo.

El presidente dijo: “No haré nada con maldad. De lo que yo me ocupo es demasiado grande para manejarlo maliciosamente”.

Se lo dijo en corto, cara a cara, a un Unionista de Luisiana, en 1862.

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