El proyecto virtual “Jerusalén, aquí estamos” propone en una página web visitas guiadas a través del tiempo y el espacio que recorren la parte occidental de la ciudad dejada atrás por los palestinos en 1948, e intenta recuperar su memoria colectiva.
“Si las casas, las calles, los barrios y las ciudades pudieran contarnos historias… ¿Cuáles serían? El presente domina nuestro sentido del espacio, pero el pasado siempre permanece bajo la superficie, incluso cuando se ha ocultado social, política y económicamente”, reza la presentación de la iniciativa audiovisual recién lanzada y centrada en el barrio jerosolimitano de Qatamón.
El objetivo de “jerusalemwearehere.org”: que los participantes palestinos y sus descendientes rastreen el pasado de sus familias y “se involucren con el doloroso presente” al que muchos no tienen acceso de la mano (virtualmente hablando) de sus tres promotores: la israelí Dorit Naaman, el palestino Anwar Ben Badis y la palestino-estadunidense Mona Halaby.
Con un clic se salta de la pantalla a la recopilación de detalles e información de una realidad que se detuvo y comenzó a desvanecerse en 1948, cuando con la creación de Israel, Jerusalén quedó dividida entre la parte este, anexada al resto de Cisjordania y bajo control jordano, y la oeste, dentro del nuevo Estado.
“Como israelí, me sorprendió lo mezclada que estaba la ciudad. Para mí es importante contar la historia del vecindario porque era una fábrica de vida juntos, entre árabes y judíos. Había amistades, enemistades, negocios, escuelas… No hablamos de esto en Israel; no lo suficiente”, reflexiona Naaman en entrevista telefónica con Efe desde Canadá.
Son estos los recuerdos que quieren rescatar con los paseos virtuales por el recinto del Monasterio de San Simeón, donde el palestino Yusef Jarayseh ubica la casa familiar perdida a manos de la organización paramilitar Haganá; el pequeño hotel Semíramis, uno de los centros de cultura y ocio donde murieron 27 personas en un bombardeo en 1948, o el lugar del asesinato del noble sueco Folke Bernadotte, enviado de la ONU para mediar en el conflicto entre israelíes y palestinos.
Estos y otros sitios se ubican en un mapa que hace un trazado diferente de la ciudad con poemas como “Volveremos”, de Abd el Karim, o explicaciones del historiador israelí Ilan Pappe, intercaladas.
“Me molestaba que conociéramos las casas de gente famosa pero no supiéramos de quiénes son las viviendas de la gente normal”, explica Naaman.
En los enfrentamientos entre grupos armados judíos y árabes durante la guerra de 1948, y antes incluso, cerca de 30.000 palestinos huyeron o fueron expulsados de sus hogares en la Ciudad Nueva, según un informe del centro para los derechos de los refugiados Badil y el Instituto de Estudios de Jerusalén, quedando sesgada la historia e identidad forjadas en la urbe durante el Mandato Británico.
Algunos eran los residentes de Qatamón, una área residencial entre la Ciudad Vieja y Belén conocida en la época por ser uno de los barrios árabes de moda junto a Talbiya, al-Namamreh o Baq’a, donde la clase media-alta palestina había florecido y se había desarrollado hasta que las milicias judías de la Haganá pusieron fin a su presencia.
Pero más allá del desquite histórico, esta artista audiovisual reclama que hay que poner sobre la mesa que hubo palestinos que vivían en la ciudad y en la tierra que pasó a ser israelí, que más de 700,000 se convirtieron en refugiados que no pudieron regresar y que debe existir el derecho al retorno para ellos.
“Nunca habrá una solución política a este problema hasta que no lo hablemos. Esto es algo muy personal, pero esta es mi contribución mediante el arte para cambiar la idea de espacio, de lo que fue y lo que pudo ser”, cuenta Naaman.
En el vídeo promocional del proyecto, Halaby, otra de las creadoras, explica que muchos israelíes transitan por las calles a diario “sin tener ni idea de que caminan por los mismos sitios por donde los palestinos iban al trabajo, de compras o a visitar a los abuelos”, y apunta que los edificios son “vestigios” de ese pasado.
“Son cosas que pasan desapercibidas y la gente no se da cuenta de que aquí había una vida. Una vida rica, no sólo socioeconómiamente, sino cultural e intelectualmente”, abunda.
Aquí radica el deseo de Naaman: “Que la gente piense en los espacios en los que viven al mismo tiempo que “se humaniza a la gente, porque el discurso israelí, por lo general, la deshumaniza. Y no puedo creer que las personas no puedan reconocer a otro ser humano que sufre, con el que puedes empatizar”.