Ante lo que considera una amenaza a su seguridad nacional -y mientras se mantenga el riesgo-, Rusia instaló de modo permanente en el enclave de Kaliningrado, ubicado entre Polonia y Lituania, misiles tácticos Iskander-M y sistemas de defensa antiaérea S-400, que apuntan hacia objetivos de la infraestructura de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y componentes del escudo antimisiles estadunidense en Europa.
Anunciada por el Kremlin al menos desde 2008 como posibilidad para contrarrestar la aproximación hacia sus fronteras de tropas y armamento de la OTAN, ya es un hecho. Durante los ocho años recientes, Kaliningrado albergó este tipo de misiles tácticos –dotados de cargas convencionales y/o nucleares y capaces de destruir blancos a 500 kilómetros de distancia– y diferentes modificaciones de sistemas de protección tierra-aire, sólo de manera temporal como parte de las maniobras militares que cada año se llevan a cabo en el territorio ruso adyacente a la región del Báltico.
El gesto de buena voluntad por parte de Rusia -en el contexto posterior al fin de la Guerra Fría- de no emplazar armamento moderno en el linde mismo de la OTAN empezó a replantearse a partir de las constantes señales hostiles de Estados Unidos y la alianza noratlántica, cada vez más cerca de la frontera rusa.
La expansión hacia el este de la OTAN propició, entre otras causas, el deterioro de la relación entre Moscú y Washington, y su aliado Bruselas, lo que llevó –entre otras causas– al actual nivel de confrontación, que es ya no de modelos ideológicos antagónicos, sino de países capitalistas con intereses geopolíticos divergentes e igual capacidad de devastación.
La decisión de instrumentar el despliegue de los Iskander-M y los S-400 en Kaliningrado se tomó en mayo anterior, cuando Estados Unidos inauguró el sistema Aegis Ashore en la base de Deveselu, Rumania, dotado de tres baterías con 24 misiles interceptores SM-3, con lo cual entró en estado operativo la segunda fase del escudo antimisiles de Estados Unidos en Europa.
Aunque el Pentágono y la OTAN aseguran que esa parte del escudo busca evitar un eventual ataque con misiles de mediano y corto alcance desde fuera del espacio euroatlántico y, dicen, no afecta la seguridad nacional de Rusia, el Kremlin califica de provocación la puesta en funcionamiento de esa instalación militar en territorio rumano.
Durante los seis años que duró su construcción, Moscú pidió garantías vinculantes de que las rampas de lanzamiento del Aegis Ashore no podrán usar misiles crucero u otra modalidad de armamento ofensivo. Aún no recibe ningún texto que contenga ese compromiso legal por parte de la OTAN, la cual justifica su negativa con el pretexto de que un Estado no miembro pretende establecer limitaciones a sus sistema defensivos. Ello, por supuesto, sólo incrementa las dudas de Rusia.
Por eso ahora, antes de que el Pentágono termine de construir en Redzikowo, Polonia, la tercera fase de su escudo antimisiles, prevista para 2018, Rusia ya comenzó –según acaba de confirmar su ministerio de Defensa– el despliegue de los Iskander-M, que estarán listos para destruir los radares e interceptores de la nueva base desde Kaliningrado, a tan sólo 180 kilómetros de distancia.
Al mismo tiempo, el emplazamiento permanente en el enclave ruso de los Iskander-M y los S-400 se inscribe en la lógica de la actual y peligrosa confrontación de Rusia con Estados Unidos y sus aliados europeos, toda vez que no parece militarmente indispensable para neutralizar los radares y misiles de la OTAN: Moscú cuenta con suficientes misiles balísticos, submarinos nucleares, bombarderos estratégicos y otros componentes de su arsenal nuclear tan efectivos o más para que nadie amenace su seguridad nacional sin recibir la inevitable demoledora respuesta.