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El hombre que rigió los destinos de su país por más de cinco décadas, condicionó los rumbos políticos en la América Latina, desafió poderes mundiales hasta los límites de un conflicto nuclear, y sobrevivió a 11 presidentes de Estados Unidos y seis papas, falleció este 25 de noviembre a los 90 años en La Habana, según informaron medios oficiales.

La noticia fue dada a conocer poco antes de la medianoche del viernes en una alocución al país de su hermano, el presidente Raúl Castro.

Así fue el anuncio de la muerte de Fidel Castro

El mensaje indicó que Fidel Castro será cremado. Poco después el gobierno cubano anunció detalles del funeral de Fidel Castro y duelo nacional de 9 días.

Ninguna otra personalidad cubana del siglo XX consiguió mayor trascendencia que Fidel Alejandro Castro Ruz en la vida de sus compatriotas, en el ámbito continental y en los acontecimientos cruciales del mundo que le tocó vivir.

Pocos líderes políticos desataron en vida pasiones tan antagónicas entre sus contemporáneos y en el seno de su propio pueblo. Aclamado por millones de cubanos y de admiradores alrededor del mundo como protagonista de una revolución nacionalista que llegó al poder en 1959, favorecido por el carisma personal, el don de la oratoria y la fascinación popular, Castro protagonizó una transformación social que pronto comenzaría a sumarle enemigos y opositores, inconformes con la radicalización del proceso en marcha.

Fidel Castro

La revolución de Fidel Castro terminó siendo un parteaguas para los cubanos, con un impensado giro hacia el comunismo, la prisión cruenta, los paredones de fusilamiento y el exilio forzoso para miles de personas, incluyendo compañeros de fila, amigos entrañables y hasta sus propios familiares.

Pero, paradójicamente, marcaría también el cambio demográfico y urbanístico más importante en la historia del sur de la Florida, con el asentamiento y desarrollo de una pujante comunidad cubana que, a la larga, devendría sostén económico de su régimen durante los años más crudos de la crisis que azotó el país tras el desplome de la Unión Soviética y el campo socialista.

Fue tan temerario como implacable desde el poder, que condujo con mano dura y vocación espartana, reacio a aceptar criterios divergentes de los suyos. El espíritu desafiante que nutrió su carácter desde los días de la infancia, lo llevaron a impulsar arriesgadas aventuras con la impronta del voluntarismo.

Su legado es un país con economía frágil, improductiva y dependiente de la inversión extranjera, una vitrina de logros sociales en franco deterioro, y el éxodo imparable de la población en busca del futuro intangible que la revolución prometió para todos los cubanos.

“Fidel Castro fue una de las figuras que más ayudó a definir y a crispar la Guerra Fria, y que internacionalmente más llegó a personificar al lider rebelde en la última mitad del siglo XX”, considera el periodista e historiador Jon Lee Anderson, autor de una reciente biografía sobre Castro.

“Hizo que su pequeña isla-nación figurara casi como una potencia en ese tiempo e inspiró a muchos otros, para bien o para mal, a seguir no solo su estilo, sino también su ejemplo, desde Nelson Mandela y Yasser Arafat hasta Muhammar El Qaddafi y Hugo Chávez. Su legado legado es tan grande como polémico, y será combatido durante muchos años”.

Castro nació el 13 de agosto de 1926, a las 2 de la madrugada, en la finca Manacas del caserío de Birán, municipio de Mayarí, muy cerca del otrora central azucarero Marcané, en la antigua provincial de Oriente, Un niño vigoroso de 12 libras de peso.

El significado de la Casa Birán para los Castro

Fue el tercero de siete hermanos nacidos de la unión de Angel Castro Argiz, un inmigrante gallego reclutado por el ejército español para la guerra en Cuba, y Lina Ruz González, de ascendencia canaria e hija de campesinos pobres de la provincia de Pinar del Río.

Castro Argiz, quien fue capataz de la United Fruit Company en la zona oriental, se había convertido para entonces en un terrateniente con no menos de 11 mil hectáreas de tierra de su propiedad o arrendadas, que se extendían por valles y montañas, con cultivos de caña de azúcar, ganadería y explotación de pinares. Un hombre pudiente que posibilitó el nacimiento de Fidel Castro en cuna rica.

Castro Argiz dio empleo en sus dominios a los padres de Lina Ruz, Francisco Ruz y Dominga González, recién emigrados de Pinar de Río en busca de trabajo. Fue así que entabló contacto con Lina, se enamoró de ella y comenzó una relación extramatrimonial, pues él estaba casado, en primeras nupcias con Maria Luisa Argota, con quien tuvo cinco hijos.

Fidel Castro fue uno de los hijos naturales de la relación de Lina y Angel, que no se oficializó legalmente hasta 1943.

El niño aprendió a leer a los cuatro años en una escuelita de Birán y dos años después fue enviado con la maestra Eufrasia Feliú y su hermana mayor, Angelita, a continuar sus estudios en el barrio de El Tívoli, en Santiago de Cuba. Fue también el momento en que el niño, que venía de tierra adentro, vio por primera vez la salida de la bahía santiaguera y conoció el mar, lo que lo dejó impresionado.

La experiencia, sin embargo, fue lacerante para el muchacho, que no aprendió gran cosa y pasó hambre y calamidades, y desencadenó su primera rebeldía, a los ocho años, de regreso a Birán: un bombardeo de piedras contra el techo de zinc de la casa que mantenía la maestra en el poblado.

Fue también a los ocho años cuando fue bautizado, con el cónsul de Haití, Luis Hibert, como su padrino.

Pero los maltratos continuaron en la casa de la maestra de El Tívoli y ante las nuevas protestas del muchacho, en marzo de 1934 su padre decide internarlo en el Colegio de la Salle, perteneciente a los salesianos, y luego, en septiembre de 1939, pasa al Colegio de Dolores, con los jesuitas, ambos en Santiago de Cuba.

El capítulo más singular de su paso por el colegio de Dolores es sin dudas su carta al presidente Franklin D. Roosvelt, fechada el 6 de noviembre de 1940. Escrita en elemental inglés, el adolescente de 14 años le pide ingenuamente a Roosvelt que le envíe un billete de 10 dólares que nunca ha visto y lo invita a visitar las minas de hierro de Mayarí, en su tierra natal.

Un gesto de amistad americana que contrastará al cabo de los años con el febril antimperialismo del joven rebelde devenido líder nacionalista.

Cinco años en las escuelas católicas santiagueras le habían convertido en un adolescente con sentido de la responsabilidad y disciplina, por lo que la familia decidió enviarlo al prestigioso Colegio de Belén en La Habana, también regido por los jesuitas, en septiembre de 1942.

Allí tuvo un desempeño sobresaliente en los deportes al punto de ser seleccionado el mejor atleta del curso 1943-1944, y forjó definitivamente su personalidad, con una educación recia que marcó su proceder en los años jóvenes.

Allí también trabó amistad con un joven -como él- proveniente de la zona oriental del país y de familia acaudalada, quien sería pronto su cuñado, su mejor amigo y, al cabo del tiempo, uno de sus más enconados enemigos: Rafael Díaz-Balart.

El padre Amando Llorente, a quien Castro le salvaría la vida tirándose a rescatarlo en una corriente fluvial durante una excursión por la Sierra de los Órganos, en Pinar del Río, escribiría una visionaria estampa de su discípulo y confidente en el libro de graduación: “Excelencia y congregante, fue un verdadero atleta, defendiendo siempre con valor y orgullo la bandera del colegio.Ha sabido ganarse la admiración y el cariño de todos. Cursará la carrera de Derecho y no dudamos de que llenará con páginas brillantes el libro de su vida”.

La entrada a la Universidad de La Habana, donde ingresó como estudiante de la carrera de Derecho el 4 de septiembre de 1945, marcó su alborada política y su hora de maduración intelectual.

Fueron años de turbulencia en el recinto universitario habanero, que contaba con plena autonomía institucional. No estaba exento de trifulcas internas y luchas entre grupo y pandillas gansteriles a las que Castro no estuvo ajeno y se vio obligado a encarar como alternativa para sobrevivir.

De hecho, su desempeño académico fue muy limitado e inestable en los primeros años de estudios, cambiando de Derecho a Derecho Diplomático y luego a Ciencias Sociales.

La Universidad y sus empeños de liderazgo dentro de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) lo impulsarían en sus primeras acciones políticas y escaramuzas militares de proyección latinoamericana.

Como presidente del Comité Pro Democracia Dominicana de la FEU, a mediados de 1947, Castro participa con el líder dominicano Juan Bosch en un intento de desembarco armado desde Cayo Confites, en la provincia de Camagüey, para derrocar al dictador Rafael Leónidas Trujillo.

La expedición fue interceptada en la Bahía de Nipe y la mayoría de sus protagonistas arrestados y conducidos al campamento militar de Columbia en La Habana, pero Castro logró escapar a nado hasta un cayo cercano.

En noviembre de ese año daría un paso fundamental para sus crecientes aspiraciones políticas: se afilia al Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), organización devenida cantera de líderes con fuerte arraigo popular, con Eduardo Chibás a la cabeza.

A finales de marzo de 1948, es enviado a Colombia como delegado de la FEU a la IX Conferencia Interamericana. Por esas inextricables conjuras del azar, Castro tenía citación para encontrarse con el candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán la misma tarde del 9 de abril en que lo asesinan y se desata la revuelta popular conocida como el «Bogotazo».

Proyectos Fracasados de Fidel Castro

A su regreso a Cuba, decidió contraer matrimonio con Mirta Díaz-Balart, estudiante de Filosofía y hemana de su amigo Rafael. La boda se consuma el 12 de octubre de 1948, dos días después de la toma de posesión presidencial de Carlos Prío Socarrás, candidato del Partido Auténtico y que sería, a la postre, el ultimo mandatario electo democráticamente en una elección pluriparidista en casi siete décadas de la historia cubana.

El viaje de bodas se realiza a Estados Unidos, con estancias en Miami y Nueva York. Castro aprovecha para explorar posibilidades de aprender inglés y continuar sus estudios de Derecho en universidades norteamericanas, pero al final la pareja retorna a Cuba. El 1 de septiembre de 1949 nace el primer hijo del matrimonio: Fidel Félix Castro Díaz-Balart.

Fidel Castro y Nueva York: amores y odios, de Manhattan a Harlem

Uno de sus amigos cercanos de aquellos tiempos, el periodista y politico José Pardo Llada (1923-2009), contaba una anécdota que ilustra la personalidad y las prioridades de Fidel Castro como jefe de familia.

El matrimonio sobrevivía con 100 pesos que Angel Castro Argíz le enviaba mensualmente. Un día Castro se interesó en la colección de las obras completas de Benito Mussolini que había adquirido el periodista. “Me pidió llevarse prestados los libros y le dije que no, entonces fue y los consiguió por 90 pesos”, relató Pardo Llada. “Con los 10 pesos restantes del estipendio compró un queso y la familia estuvo comienzo queso por un mes”.

Finalmente en 1950 obtuvo el título de abogado. Pero Castro no estaba interesado en conseguir pleitos legales sino competir en la política. El suicidio Eduardo Chibás, líder del Partido Ortodoxo que lo inspire desde su etapa universitaria, el 16 de agosto de 1951, fue un detonador.

Se inscribió por una circunscripción de La Habana como candidato independiente a la Cámara de Representantes, pero el golpe de estado de Fulgencio Batista, el 10 de marzo de 1952, dio al traste con el proceso electoral y suspendió las garantías constitucionales en la nación.

Castro no se quedó de brazos cruzados. Denunció a Batista ante un Tribunal de Urgencia por violar la Constitución establecida en 1940, pero la demanda fue rechazada. El siguiente paso fue entonces la conspiración utilizando sus contactos con el ala juvenil del Partido Ortodoxo. Comenzó así a fraguarse la acción armada que lanzaría su nombre a la arena internacional.

Después de una sigilosa elaboración del plan de ataque y traslado de las armas, Castro dirigió el asalto, con 135 jóvenes armados, al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba, en la madrugada del 26 de julio de 1953. Simultáneamente, otro grupo consuma el ataque al Cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en la ciudad de Bayamo.

El Moncada era una fortaleza estratégica, con más de 3,000 armas. La idea era propiciar un levantamiento popular, animar a las guarniciones a respaldar a los asaltantes y llamar a una huelga general en una zona donde el rechazo al régimen batistiano era ostensible.

“Si vencemos mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera y seguir adelante. El pueblo nos respaldará en Oriente y en toda la isla”, manifesto Castro en un discurso ante sus seguidores horas antes del asalto.

Pero la operación militar fue un rotundo fracaso, más de 60 atacantes mueren en la acción o víctimas de la repression desatada, y los sobrevivientes se dispersan con el propósito de escalar hasta la Sierra Maestra.

Fidel Castro, el culto que nunca cesó

Castro y un grupo de sus hombres es capturado mientras se encaminaba a la zona montañosa. Es juzgado y decide asumir su propia defensa, con un alegato que constituyó la exposición de su programa politico y de transformación social para el país. Su intervención, luego impresa clandestinamente, es conocida como “La Historia me Absolverá”.

Fue sentenciado a 15 años de prisión junto a un grupo de asaltantes y enviado a cumplir la sanción en Isla de Pinos. Las condiciones del trato a los prisioneros no pudieron ser mejores, e incluso Fidel Castro se vanagloriaba, de ciertos manjares que consumía en su celda. Allí también cosechó un epistolario notable que su entonces cercano amigo, el periodista Luis Conte Agüero recogería en el libro Cartas del presidio, en 1959.

Tras 22 meses de prisión fue liberado, junto a su hermano Raúl y otros 18 asaltantes, tras decetarse una amnistía presidencial, el 15 de mayo de 1955. Un mes después, fundó, con carácter clandestino, el Movimiento 26 de Julio, organización desde la que relanzaría sus planes revolucionarios.

Marchó a México el 7 de julio de 1955. La estancia en tierras mexicanas, con una incursión ilegal en Estados Unidos para reunirse con el derrocado presidente Prío Socarrás, le servirá para reagrupar fuerzas, reunir dinero y entrenar un grupo de seguidores con la finalidad de una nueva aventura armada.

Allí también se producirá su primer encuentro con un médico argentino llamado Ernesto Guevara que se sumaría a los preparativos para la expedición que saldría el 25 de noviembre de 1956 del Puerto de Tuxpan, con 82 hombres, a bordo del yate Granma.

El día que Fidel Castro fue un espalda mojada

La travesía es afectada por tormentas, pero consigue llegar a las costas orientales de Cuba, por la playa Las Coloradas, en la zona de Cayuelos, cerca de Manzanillo, el 2 de diciembre.

El desembarco estaba coordinado con un grupo encabezado por Frank País para tratar de tomar Santiago de Cuba, pero el retraso de la expedición frustra la acción armada del 30 de noviembre.

Alertado el ejército, despliega un operativo en la zona y los expedicionarios son dispersados a 72 horas de su arribo, luego de un bautismo de fuego en Alegría de Pío.

Los escasos sobrevivientes, entre ellos Fidel y Raúl Castro, el Che Guevara, Juan Almeida y Camilo Cienfuegos, logran la retirada hacia la Sierra Maestra para organizar una guerrilla.

El gobierno llegó a lanzar la falsa noticia de la muerte de Castro. La naciente guerrilla logra su primer gran golpe publicitario con una entrevista al líder revolucionario que realiza el periodista Herbert Matthews y que publica el diario The New York Times el 17 de febrero de 1957.

“Fidel Castro, el líder rebelde de la juventud cubana, está vivo y peleando con éxito en la intrincada Sierra Maestra, en el extremo sur de la Isla. El presidente Fulgencio Batista tiene la crema y nata de su ejército en la región, pero hasta ahora está en desventaja en la batalla por vencer al más peligroso enemigo que jamás haya enfrentado en su larga y azarosa carrera como regidor de los destinos cubanos”, escribió Matthews.

El año 1957 marca un momento de consolidación de la guerrilla y de sus mandos. Castro aprovecha el momento favorable para firmar el Manifiesto de la Sierra Maestra, un documento programático que lo compromete a «celebrar elecciones generales para todos los cargos del Estado, las provincias y los municipios en el término de un año bajo las normas de la Constitución del 40 y el Código Electoral del 43 y entregarle el poder inmediatamente al candidato que resulte electo».

Una promesa que sepultaría paulatinamente tras su llegada y afianzamiento en el poder.

La lucha guerrrillera se fortalece en la medida que se desmorona la credibilidad del régimen de Batista. Los sectores más acaudalados comienzan a manifestar simpatías por el cambio en un país donde crece la represión y la inestabilidad.

Para agosto de 1958, el Ejército Rebelde cuenta con más de 800 combatientes y Castro decide llevar la guerra de oriente a occidente, con una invasión que recuerda la estrategia de los mambises frente al coloniaje español.

“Definitivamente esta no fue una guerrilla pobre”, considera José Alvarez, historiador y profesor emérito de la Universidad de la Florida, quien calcula en $35.6 millones (equivalentes a unos $250 millones actuales) el respaldo monetario que recibió la lucha insurreccional cubana.

Desmoralizado y sin el respaldo de Estados Unidos, el régimen se derrumba. El 15 de noviembre de 1958, Fidel Castro parte de su comandancia en la Sierra Maestra para encabezar la ofensiva final del Ejército Rebelde.

En la noche final del año, Batista huye y los rebeldes toman el poder. El 1 de enero de 1959 Castro proclama el triunfo revolucionario con un discurso desde el balcón del Ayuntamiento de Santiago de Cuba: “Ni ladrones, ni traidores ni intervencionistas, esta vez sí que es la Revolución”, aseguró en su alocución al pueblo santiaguero.

Fidel Castro hace su entrada triunfal en La Habana el 8 de enero en medio de multitudinarias muestras de apoyo y festividad.

El mito de su figura comienza a reforzarse durtante en acto de recibimiento, cuando una de las palomas puestas en libertad se le posa en su hombre. Su discurso es de esperanza, pero hará una advertencia premonitoria ante el optimismo y la alegría desbordantes de la multitud: “No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil”.

Y en efecto, la revolución triunfante enfrentó sus primeros retos en su primer año de estreno, que combinó decisiones justicieras y confusión política, desmanes y excesos de la tropa al mando.

FIDEL CASTRO

Los acontecimientos se suceden con el vertigo de las horas cruciales. Castro viaja a Venezuela y Estados Unidos. A su regreso proclama la Ley de Reforma Agraria, que confiscó todas las propiedades de más de 420 hectáreas de extensión, incluidas las tierras de su propia familia.

Los llamados tribunales revolucionarios juzgan a colaboradores de la dictadura y las sentencias a pena de muerte se suceden a granel. Se producen las primeras escisiones y deserciones en la cúpula, el arresto y encausamiento del comandante Huber Matos y la desaparición del popular comandante Camilo Cienfuegos.

En medio de discrepancias con el gabinete encabezado por el presidente Manuel Urrutia, Castro renuncia a su cargo de primer ministro, el 17 de julio de 1959, en su primera jugada estratégica de manipulación de masas.

Su regreso al puesto tras una avalancha de protestas y concentraciones convocadas por las organizaciones con lemas como “Fidel, contigo hasta la muerte”, sería la luz verde para avanzar su plan de radicalización y centralismo autoritario.

Fidel Castro, el mito que nunca cesó

Las primeras tensiones abiertas con Washington, la nacionalización de empresas y la confiscación de propiedades, y el acercamiento la Unión Soviética desde 1960 definen la etapa inicial del proceso revolucionario bajo la égida de Castro, que tendrá que enfrentar los embates de fuerzas internas dispuestas a derrocarlo e incluso de manifestaciones de sectarismo político bajo la órbita de Moscú, encabezadas por Aníbal Escalante, veterano líder socialista.

Escalante fue destituido como secretario de las Organizaciones Revolucionarias Integradas en marzo de 1962 y obligado a refugiarse en la Unión Soviética.

Pero el fenómeno resurgiría años después en ex miembros del viejo Partido Socialista Popular (PSP), arrestados y juzgados en el llamado “proceso de la microfracción”, en enero de 1968.

Su popularidad es alta aún durante la década de los sesenta, pero el país se ha polarizado con ribetes de confrontación, sacudido por sabotajes, conspiraciones y grupos de alzados en zonas rurales del centro del país.

Varios acontecimientos serán catalizadores para los rumbos del proceso revolucionario y el ascenso de Castro como figura de liderazgo tercermundista. Una suerte de David enfrentado al Goliat del Norte, deificado por los movimientos de izquierda y las personalidades más renombradas de la intectualidad mundial, como Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir.

El vapor francés «La Coubre», que transportaba armas hacia Cuba, es objeto de un sabotaje con explosivos, causando 101 muertos y más de 200 heridos, el 4 de marzo de 1960. En el sepelio de las víctimas, Castro enfatiza la voluntad de resistencia ante las agresiones con una frase que definirá su retórica de trinchera para siempre: “Patria o Muerte”.

El 3 de enero de 1961, Estados Unidos rompe relaciones diplomáticas con Cuba. Tres meses después, el 15 de abril, un ataque aéreo contra tres aeropuertos del país precede la invasión de 1,500 expedicionarios por Bahía de Cochinos, en el mayor intento armado por derrocarlo.

Las fuerzas invasoras son aplastadas en 72 horas, con Castro al frente de las operaciones. La revolución deja de ser un proyecto nacionalista de ideología amorfa para declarar a los cuatro vientos su carácter socialista y su consiguiente compromiso con el Kremlin.

El líder que había condenado las “difamaciones” de calificarlo como comunista, aseveraba con entera satisfacción en una comparecencia televisada que era «marxista-leninista y seré marxista-leninista hasta el último día de mi vida».

El diferendo con Washington llega a sus puntos más álgidos. El recién estrenado presidente John F. Kennedy autoriza la Operación Mangosta, un programa de guerra subversiva con acciones económicas, sicológicas y de inteligencia, y apoyo a grupos insurgents internos.

En febrero de 1962, el embargo comercial es impuesto en su totalidad contra la isla. Y en respuesta, Castro se juega su más arriesgada carta política y militar: instalar cohetes nucleares soviéticos en Cuba para frenar los eventuales planes de invasión desde Estados Unidos.

Fidel Castro, Nikita khrushchev, Raul Roa

La instalación del armamento nuclear es descubierta y en agosto de 1962 se desencadena la Crisis de los Misiles, el episodio más peligroso de los días de la Guerra Fría. Kennedy ordena un bloqueo naval y aéreo alrededor de la isla y el mundo se ve abocado a un holocausto.

Luego de 13 días en vilo, la crisis amaina con un compromiso bilateral Washington y Moscú que excluye y encoleriza a Castro. La Unión Soviética acuerda retirar los misiles nucleares soviéticos instalados en Cuba a cambio de que Estados Unidos se comprometiera a no invadir la isla.

Aunque los puntos exigidos por Castro para la retirada de los misiles no entraron en la negociación, su papel de estadista quedó catapultado a los primeros planos mundiales y Cuba quedó en posición de mayor posicionamiento en la región, a pesar del aislamiento diplomático que le impuso su expulsión de la Organización de Estados Americanos (OEA), en enero de 1962.

Castro se sintió con más seguridad entonces para personalizar su poder, desarticular los vestigios de la pequeña propiedad que sobrevivían en el país y ampliar la influencia cubana en los movimientos de liberación alrededor del mundo.

La constitución en 1965 del Partido Comunista de Cuba como única organización política del país fue la consumación institucional de su poder absoluto sobre la sociedad, que profundizó con los campamentos de trabajo forzado para desafectos y desviados ideológicos, en 1966, la “ofensiva revolucionaria” contra los establecimientos privados en 1968, y la Ley contra la Vagancia, que en 1971 decretó como delito la desocupación laboral.

Un país que distaba mucho de las bondades democráticas y la restauración de derechos constitucionales que Castro esgrimió para hacer su revolución.

Pero Castro quiso que su capital politico se multiplicara en influencias por Latinoamérica y los países del Africa colonial.

En los días en que el Che Guevara estructuraba una guerrilla en las selvas bolivianas, el líder cubano convocó en La Habana a la Primera Conferencia Tricontinental, en enero de 1966, para proclamar abiertamente que “el movimiento revolucionario puede contar con los combatientes cubanos en cualquier rincón de la Tierra”.

Fue la plataforma que sustentaría la pretensión castrista -mezcla de megalomía y desbordado altruismo- de legitimar la revolución cubana como un esfuerzo de transformación extendido al mundo.

Bajo el manto del “internacionalismo proletario”, Castro ideó, lanzó y dirigió desde La Habana las aventuras militares cubanas que se materializaron desde comienzos de los años 60 mediante la participación en guerrillas en Venezuela, Congo y Bolivia, o en el envío de asesores y tropas regulares a Argelia, Siria, Angola y Etiopía.

En el caso de la cooperación militar con Angola (1975-1991), Castro llegó incluso a dirigir batallas estratégicas desde su oficina de La Habana, inmerso en un conflicto bélico que superó en tiempo a todas las guerras libradas por la independencia cubana en el siglo XIX, con un monumental costo económico y miles de cubanos muertos, mutilados y traumatizados.

La historia, sin embargo, recogerá su incursión africana como un aporte sustancial para el fin del apartheid en Sudáfrica, reconocimiento avalado por el propio Nelson Mandela.

El elíxir de la renovada luna de miel con los soviéticos con la incorporación de Cuba al CAME, en 1972, la institucionalización del país y ciertas mejorías en la situación económica interna, le hicieron perder de vista un fenómeno que se atizó tras las visitas de la comunidad cubana desde Estados Unidos, autorizadas a partir de 1978: el descontento de sectores populares por la falta de libertades cívicas.

Más de 100 mil cubanos irrumpieron en la Embajada del Perú en La Habana en abril de 1980, ante los ojos atónitos del propio Castro, quien no asimiló en un primer momento lo que había sucedido. No pedían irse del país los despojados de propiedades por el gobierno revolucionario, sino los hijos auténticos e incrédulos de un proceso que les había prometido un futuro luminoso.

La sagaz opción del líder dolido fue abrir el puerto del Mariel para dar paso al mayor éxodo de la historia contemporánea cubana: 125,000 personas dieron muestras de su desencanto en un silencioso plesbicito contra su régimen.

El Mariel causó una verdadera efervescencia social y agitó las peores pasiones entre la población, azuzada por la propaganda oficial y los discursos de Castro para hostigar, golpear y avergonzar a los que se marchaban. Una herida que aún persiste en el imaginario nacional y la conciencia colectiva.

Sus ambiciones políticas se reflejaron también en sus pantagruélicos planes económicos, a medio camino entre el idealismo y la soberbia. Pero si bien su genio político para prevenir y adelantarse con audacia a los acontecimientos está fuera de discusión, las decisiones en el plano de la economía suman una larga lista de descalabros, pifias y acciones delirantes, algunas con resultados nefastos para el desarrollo del país.

Después de arduos intentos por desecar y experimentar con cultivos en la Ciénaga de Zapata, a comienzos de la década de los 60, Castro emprendió un arriesgado proyecto conocido como Cordón de La Habana, que debía de abastecer de alimentos a los ciudadanos de la capital, y que incluía desde frutales y vaquerías hasta plantaciones de café en unas 30,000 hectáreas.

Para proteger los cultivos, ordenó plantar árboles que sirvieran de protección en caso de huracanes: “Tenemos que hacer unas cortinas rompevientos tales que en el medio de un ciclón cualquiera se pueda sentar detrás de una cortina a leer el periódico”, explicó el líder al referirse al plan en septiembre de 1967. No hubo ni frutales, ni café, ni árboles protectores contra huracanes.

La próxima parada de los megaplanes fue en 1970, cuando se propuso realizar la mayor zafra azucarera de la historia cubana y producir 10 millones de toneladas de azúcar. La Zafra de los Diez Millones movilizó al país en función del superobjetivo azucarero, que apenas superó los ocho millones.

Castro por primera vez subió a la tribuna para hablar de reveses y llamó a convertir la vergüenza en espíritu de trabajo. Treinta y dos años después, en junio del 2002, ordenaría el desmantelamiento de la industria azucarera, dejando en función solo las mitad de los 156 centrales existentes en la isla.

Gabriel García Márquez, uno de sus más fieles amigos, describió al Fidel Castro que creía conocer en los siguientes términos: “Un hombre de costumbres austeras e ilusiones insaciables, con una educación formal a la antigua, de palabras cautelosas y modales tenues e incapaz de concebir ninguna idea que no sea descomunal”.

Ni siquiera en la etapa final de sus días, retirado de las funciones nominales del poder, Castro renunciaría a la concepción de planes que traerían soluciones salvadoras para su pueblo y la humanidad entera. Fue así que desde el 2011 se dedicó a cultivar y experimentar con cultivos de moringa oleífera y morera “como fuentes inagotables de carne, huevo y leche”.

Cuando el proceso revolucionario debía haber llegado a su madurez, Castro enfrentó acaso los mayores retos de la sobrevivencia del régimen. Las reformas emprendidas por la Unión Soviética tras la llegada de Mijaíl Gorbachev al poder abrieron una brecha de discrepancias políticas e ideológicas que pasaron de la desconfianza a la crisis.

En 1989, al calor de las imparables transformaciones en el Este europeo y en vísperas de la caída del Muro de Berlín, Castro se vio obligado a encarar una tormenta interna de implicaciones internacionales. En el lapso de un mes arrestó y fusiló al General de División Arnaldo Ochoa Sánchez, Héroe de la República, combatiente de la Sierra Maestra y uno de los más aguerridos jefes militares de las contiendas internacionalistas.

El fusilamiento de Ochoa junto a otros tres jefes militares buscó limpiar la participación del gobierno cubano en el narcotráfico internacional. Castro dirigió la sesión especial del Consejo de Estado para confirmar la sentencia de pena de muerte del tribunal. Al caso de Ochoa siguió la Causa No.2, que terminó con la condena a 20 años de uno de sus hombres de máxima confianza y jefe de su escolta personal, el General José Abrantes, quien murió de un infarto en prisión en 1991.

La desintegración de la URSS y el fin de los generosos subsidios soviéticos forzaron a Castro a tomar decisiones que no eran de su agrado. Abocado a la catástrofe con un plan de economía de guerra que llamó “período especial”, Castro permitió la circulación del dólar en el país, autorizó la inversión extranjera y descorrió las compuertas para la entrada masiva de turistas.

En el verano de 1994, su revolución enfrentó la primera revuelta callejera. Era un síntoma de los nuevos tiempos. Cientos de personas recorrieron las calles de Centro Habana con gritos de libertad, a lo que el gobierno contrarrestó con fuerza. Sofocado el incidente, Castro se personó en el lugar y horas después ejercitó una eficaz estrategia: abrir las fronteras para que 35,000 cubanos escaparan por vía marítima hacia Estados Unidos.

El diferendo con Estados Unidos vivió poco después uno de sus más agrestes momentos. Dos avionetas de la organización Hermanos al Rescate fueron pulverizadas por aviones Migs cubanos, causando la muerte de cuatro pilotos, el 24 de febrero de 1996.

La acción fue públicamente avalada por Castro y propició la promulgación de la Ley Helms-Burton, firmada por el presidente Bill Clinton. La ley puso fin a un período de relativa distensión y furtivos acercamientos entre ambos gobiernos, y marcó una nueva escalada de desencuentros bilaterales.

Tres años después, sin apagarse las tensiones por el derribo de las avionetas en el Estrecho de la Florida, la disputa enrolaría durante siete meses a Washington, La Habana y el exilio de Miami por el regreso a Cuba del balserito Elián González, con el líder cubano al mando de la campaña que movilizó al país por el reclamo. Fue la crónica de una victoria anunciada, que Castro empleó para emponzoñar las tirantes relaciones entre los exiliados cubanos y la Casa Blanca.

Ya septuagenario, el reloj biológico comenzó a hacerle estragos. El 23 de junio del 2001 sufrió un desmayo mientras pronunciaba un discurso a pleno sol en las afueras de La Habana. De sus propias palabras afloró la designación del sustituto: «Realmente después de mí, (Raúl) es el que tiene más experiencia, más conocimiento”. Una caída posterior al terminar una intervención en Santa Clara, el 20 de octubre del 2004.

La operación de brazo y pierna fracturados fue con anestesia por vía raquídea por recomendación del propio paciente, que se resistía a la pérdida de consciencia temporal para poder seguir dando instrucciones sobre el manejo de la situación creada.

Tras una tensa visita a Argentina, su último viaje al extranjero, sobrevino la intervención quirúrgica de emergencia, ocasionada por una crisis intestinal. El lunes 31 de julio del 2006, una proclama leída en la televisión nacional anunciaba su alejamiento temporal del poder y la entrega del mando a su hermano Raúl.

La convalecencia fue prolongada y difícil.

La primera operación resultó fallida y hubo que someterlo a nuevas cirugías para salvarle la vida. Pero su salud no le daba para continuar el ritmo de antes. El 19 de febrero de 2008 anunció que no aspiraría a ser reelecto al frente del Consejo de Estado y que declinaba definitivamente sus funciones como jefe máximo tras 49 años de ejercicio del poder.

«No aspiraré ni aceptaré -repito- no aspiraré ni aceptaré, el cargo de Presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe», escribió en un artículo aparecido en el diario Granma.

Al asumir oficialmente el mando del Consejo de Estado, Raúl Castro recibió la aprobación del Parlamento para consultarle al gobernante saliente ‘‘las decisiones de especial trascendencia” para el futuro del país, principalmente las relacionadas con la defensa, la política exterior y la economía nacional.

Aunque en los días que siguieron a su renuncia Fidel Castro hizo apariciones públicas, algunas de ellas enfundado en su uniforme verdeolivo, escribió decenas de artículos sobre la situación nacional e internacional, recibió a mandatarios e ilustres visitantes en su hogar y marcó con frecuencia su terreno de influencia y poderío, el declive físico y mental del otrora invencible guerrero fue cada vez más evidente.

Apartado cada vez más de la luz pública, sus períodos de silencio alimentaron cíclicamente los rumores de su muerte desde el exterior, especialmente en la comunidad de Miami.

Tras el histórico anuncio de la liberación de los tres espías que pemanecían en cárceles estadoundienses y la normalización de relaciones entre La Habana y Washington, el 17 de diciembre del 2014, su ausencia y hermetismo indicaron que tal vez que el anciano líder no había podido siquiera racionalizar los acontecimientos por los que había empeñado fuerzas hasta el final de su existencia.

El hombre que soñó con alcanzar la gloria terminó sus días convencido de que la realidad siempre supera la imaginación de los seres humanos: “Los soñadores no existen, se lo dice un soñador que ha tenido el privilegio de ver realidades que ni siquiera fue capaz de soñar”, declaró en una entrevista del 2006.