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México está lleno de violencia, la corrupción e impunidad reinan en todos los estados, el declive económico y la situación con el país vecino por el triunfo de Trump no dejan de ser los temas constantes en medios y conversaciones, pocas veces escucho a personas dialogando sobre qué hacer para “mover a México” en múltiples ocasiones he creído que los mexicanos dejamos todo en manos del gobierno, que nos resulta más sencillo exigir que proponer y aún en las nuevas generaciones somos muy capaces de juzgar el quehacer de los gobernantes pero pocas veces estamos verdaderamente informados de la situación del país (hay excepciones a todo).
Tuve la oportunidad de asistir a la 30 Feria Internacional del Libro de Guadalajara, uno de los eventos que me encanta por ver reunidos a tantos lectores, y principalmente notar el interés de muchos jóvenes en obras que van desde los clásicos hasta los best sellers del momento. En esta ocasión ingresé a las ponencias de personajes como Carmen Aristegui, Anabel Hernández y Javier Sicilia, quienes captaron mi interés por tratarse de conversatorios con Jóvenes y o presentaciones de libros con eventos relacionados a los mismos.
Los tres autores y seguramente otros más tenían en común algo en su discurso, de una forma u otra pese a ser de los principales críticos con el gobierno no responsabilizaban al mismo de la situación actual (o al menos no del todo). En el conversatorio con Carmen Aristegui un estudiante le preguntó: ─ ¿Qué opina sobre lo que nuestro presidente, Enrique Peña Nieto está haciendo con el país? ─A lo que la periodista respondió ─ ¿Por qué no opinamos de lo que le hemos permitido hacer con el país nosotros?, si cambiamos el ángulo es mucho más factible que las cosas empiecen a cambiar.─ y en efecto concuerdo con que gran parte del tiempo lo pasamos cómodamente en las trincheras pretendiendo dirigir las batallas desde computadoras, juzgamos la pobreza, la impunidad y otros tópicos pero conozco a más de un verdugo que también merece ser juzgado por cerrar los ojos ante los problemas, seguramente yo misma he pecado por omisión en más de una ocasión.
Pero basta de fingir que somos capitanes sin tomar el timón, en efecto viene un panorama crítico para la nación, hay múltiples problemáticas que nos aquejan en todas las entidades, mas no por eso habríamos de encasillarnos en lo malo cuando también hay mucho que celebrar, el país no puede reducirse a la violencia y la corrupción, porque también hay estados en los cuales se busca impulsar su imagen por medio del turismo y lo están logrando. Hay mexicanos que ponen en alto nuestro nombre gracias a su trabajo, otros como Anabel Hernández que no se quedan callados y tratan de abatir la corrupción desde lo que ellos saben hacer mejor, en el caso de la reconocida periodista, ella ha sido clave al revelar quiénes son los personajes detrás del encubrimiento al narcotráfico, de la impunidad ante múltiples crímenes y ahora de la verdad detrás del caso Ayotzinapa, sin embargo también fue muy enfática en la necesidad de hablar y estar unidos como sociedad, de mirarnos en el otro y pensar en cómo ayudarnos en conjunto.
Lo mismo pasó con Javier Sicilia quien mencionaba que el problema está en que todos hablamos sin conocer significados y cuando el significado se pierde las sociedades se corrompen, además nos hace falta escuchar para generar empatía y entender qué ocurre con los demás. Hay una frase que dice que el problema de la comunicación actual es que escuchamos para responder, no para comprender y aunque la perdida de significado y la distorsión de las palabras a la que hacía referencia Sicilia era algo más figurado que en sentido literal sí considero que el lenguaje también es importante al momento de avanzar como sociedad, en la actualidad hemos dotado de eufemismos a los males para adormilar las consciencias y repetimos palabras como democracia y libertad olvidando lo que realmente representan.
Como bien decía Eduardo Galeano, tiempo atrás Alicia tuvo que meterse en un espejo para conocer el mundo al revés, hoy quizás le bastaría con asomarse a la ventana. Y es justo ese mundo patas arriba el que deberíamos tratar de cambiar por medio del ejemplo del trabajo real de todos los días, ese que de verdad mueve voluntades y que por simple entusiasmo se contagia, quizás por el simple egoísmo de sentirnos bien deberíamos comenzar a disfrutar de la ayuda al prójimo, para después volverlo un hábito y descubrir que logramos mucho más cuando estamos unidos.