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La Jornada

Las cenizas de Fidel Castro fueron depositadas en el cementerio de Santa Ifigenia de esta ciudad, en una ceremonia privada, pero no familiar, pues asistieron varios de los invitados internacionales que estuvieron la noche del sábado en el acto político en la plaza Antonio Maceo.

Según acompañantes de uno de los invitados especiales, los restos de Fidel Castro fueron colocados en una suerte de mausoleo de forma ovalada a la derecha de la tumba de José Martí y sobre la piedra está inscrita una sola palabra: Fidel.

Al lado hay otra inscripción con el célebre concepto de revolución acuñado por el comandante Castro en el año 2000: palabras como modestia, honestidad y altruismo sobresalen en el texto.

La urna con las cenizas del jefe revolucionario fueron entregadas por su viuda, Dalia Soto, a dos miembros de la guardia de honor, quienes las depositaron en el sitio donde reposarán.

Luego de una ceremonia militar que incluyó 21 cañonazos, Raúl Castro fue el primero en acercarse a depositar una flor. Luego lo hicieron la esposa del extinto líder, sus hijos y algunos de los invitados extranjeros.

Poco antes, los santiagueros habían vuelto a salir a las calles para dar la despedida al «jefe máximo de la revolución». El ambiente estuvo cargado de solemnidad, quizá por tratarse del último trecho de un recorrido de más de 900 kilómetros y del último de nueve días de duelo.

El sepelio no fue transmitido por la televisión cubana. En cuanto pasó la caravana, los camiones de la televisión cubana comenzaron a recoger sus cables. Algunas fuentes de medios locales dijeron que las imágenes serán difundidas posteriormente.

Las cenizas de Fidel fueron depositadas cerca del lugar donde reposan los restos del poeta y héroe nacional José Martí, de quien Fidel Castro se consideraba continuador.

Martí no viajó armado desde México, pero también pasó por nuestro país. En un viaje a Estados Unidos, Martí escribió sobre su aprecio por nuestro país: “… por más grande que esta tierra sea, y por urgida que esté para los hombres libres la América en que nació Lincoln, para nosotros, en el secreto de nuestro pecho, sin que nadie ose tachárnoslo ni nos lo pueda tener a mal, es más grande, porque es la nuestra y porque ha sido más infeliz, la América en que nació Juárez”.

Varias filas de jóvenes con cortes de cabello militar se despliegan a unos metros del cementerio. Nadie se puede acercar.

La mayor parte de los que toman el camino de regreso son jóvenes, muchos de ellos con uniformes escolares. Las casas al paso de la caravana han están llenas de banderas, letreros de despedida e imágenes del comandante.

Hebert Noa, profesor jubilado, carga en el pecho una docena de medallas por sus servicios: «La revolución aquí está garantizada», dice, secamente.