Tres veces volteó a vernos “Briseida”. Tres veces le vimos escurrir lágrimas de sus ojos. Aquella vaca, “Briseida”, era una compañera de juegos para toda la chiquillada del pueblo. Sacudió “Briseida” la cabeza como queriendo tirar el lazo que la sostenía de medio cuerno. Sacudió la cabeza “Briseida” como queriendo librarse de la muerte presentida. Resoplaba “Briseida” sobre el polvo del camino y los matojos verdes a su paso rumbo al matadero. “Briseida”, cara blanca, piel dorada, cuernos en repunte, ubre venosa, antes ojos alegres, ojos hoy de miedo, paisaje de muerte. Había un intenso dolor en el pecho de todos nosotros, porque sabíamos hacia donde iba “Briseida”, era la escena rumbo al cadalso. Un día antes escuchamos que Tirso, el “Panelas”, apuntaba en un papel de estraza los pedidos de la gente: un kilo de palomilla, dos kilos de pulpa negra, apartado el tuétano, me traes un buen fajo de sangre para la moronga. Me vendes una pata para la gelatina, me apartas el cuero para curtirlo, me apartar el rabo para el caldo. Total, “Briseida” ya estaba repartida en pedazos para después de su muerte. Llegó Briseida caminando al segundo tramo del desfiladero. Ahí, junto a la roca en la que se apareció el santo patrono, “Briseida” se echó a descansar. Los vaqueros le aguardaron con cariño mientras descansaba. Muchos jugamos con “Briseida”. Muchos montamos sobre el lomo de “Briseida”. Seguido pasaba “Briseida” por las veredas que rodeaban al caserío. “Briseida” era parte del paisaje del pueblo. Ruperto acostumbraba torear a “Briseida” con un trapo de cocina. “Briseida” empujaba a Ruperto con su cabeza procurando no dañarlo, sabía “Briseida” que esto era un juego. Pero esa vez que lazaron a “Briseida” a cabeza de silla y la jalonearon, sabíamos que eso distaba mucho de ser un juego. “Briseida” recordaba cuando se llevaron a otras vacas compañeras así, en esa forma, lazadas, por la fuerza, y jamás regresaron. Ahora el turno era de ella, no solo lo presentía, estaba convencida de que moriría, era el momento, era su momento de muerte, extrañaría la risa alegre de cada chiquillo del pueblo, le escurrían lágrimas a “Briseida” bañando su cara. El peste de la adrenalina invadía su cuerpo y cada rincón de su alma. Moriría, ya nada había que hacer, el tiempo de vida se agotaba. Llegando al matadero todo estaría perdido. Prosiguió su camino “Briseida”, se veía muy serena, quizás ya había aceptado su muerte inevitable. Al llegar al matadero, alzó la cara y nos miró, ya no tenía lágrimas en los ojos, su esperanza de vida había muerto. Sujetaron tres personas a “Briseida” en el robusto árbol localizado en el centro del poblado. Le pasaron la manea por entre las patas traseras para derribarla al suelo. Chinto traía en las manos la bandeja para la sangre y el filoso cuchillo del sacrificio. Fue en ese momento en que corrimos alejándonos de ese maldito lugar. Llegamos agitados hasta la orilla del río y nos sentamos en silencio sobre la gran piedra. Ahí estuvimos hasta que cayó la noche y con su oscuridad nubló las razones. Una ola de canícula caliente, fuera de temporada, apareció por instantes como volando hacia el matadero. Sin duda era la muerte que iba por “Briseida”. Gracias Zazil. Doy fe.
Comentario al margen: Majestuosa, la Ciudad Judicial de San Andrés Tuxtla. Diseño, espacios y equipos integrados, son factores para una buena impartición de justicia. Sin duda la obra calentará la economía de la región.