*De Di Stefano: “Me retiré a los 40 años porque mis hijas un día me miraron y me dijeron: ‘Papá, calvo y con pantalones cortos, no quedas bien’. Camelot.
Ese clásico de clásicos
Hace un año, por estos tiempos, cantaría un corrido de la revolución, anduve y andé por Madrid, pedazo de la España en que no nací. Fui con mi nieto de 11 años, Chicharito, a ver el juego Real Madrid-Barcelona, uno de eso clásicos que solo el que ve lo vive, como dijera el gran Ricardo Garibay: ‘Lo que ve el que vive”. Europa se sacudía por los atentados terroristas y en Paris en el Bataclán y en una brasserie cercana al estadio de fútbol, cobraron vidas inocentes esos malditos terroristas a quienes nada detiene. Llegué como romero buscando no a Dios, buscando al eficiente Concierge del hotel Liabeny, mi amigo Pedro, a quien había llamado días antes para que, por medio de sus influencias, que tiene más que un yunista ahora en el poder en Veracruz, me apartara un par de boletos para el clásico. Cuando me dijo el precio, por poco me voy de rodillas a pedirle a la Virgen de Guadalupe que no encarezcan eso, que los mortales humildes tenemos derecho a ver a los mejores futbolistas del mundo reunidos en 90 minutos, aunque sea una vez en la vida. Como pude rompí mi alcancía y allí me tenéis con mi nieto yéndonos a una odisea futbolista a casi 10 mil kilómetros de nuestra Orizaba, en un huso horario de 7 horas de diferencia. Los clásicos suelen ser clásicos, como el de nuestra aldea, Chivas-América. Otra vez me tocó un par de veces ver en Buenos Aires el Boca-River, aquello es de ensueño y emoción, no porque tenga los mejores jugadores del planeta, esos los tienen los españoles, sino porque es como un Circo Romano, a la salida hay muertos pues los dos bandos se acuchillan, se cobran las afrentas de los goles o del triunfo y la derrota, echando mano de los fierros como queriendo pelear, se ven como los yunistas a los duartistas. Dirimen los odios futbolísticos así, con tinta sangre del corazón, diría Julio Jaramillo. Una compañía que a eso se dedica, creada por unos jóvenes, pasan por ti al hotel en unas combis y te dan los boletos, mediante una lana, nada comparado con España. Cuando el juego termina, sale primero la porra contraria, media hora después nos dejan salir a nosotros, los civiles, y al final salen los de casa. Así evitan muertes.
EN EL BERNABEU
Del hotel Liabeny de la calle Salud 3, en Plaza Sol, tomé un taxi, el estadio está relativamente cerca, o se puede ir en Metro y te deja en dos por tres. Tomé dos horas de anticipación, porque la Guardia Civil una noche antes puso los perímetros del estadio en estado de sitio, nadie se acercaba. Revisaban cañerías, instalaciones de gas, retiraban automóviles, lo que estorbara sospechoso. Real Madrid-Barcelona es el juego que concentra la audiencia televisiva de una final de un Mundial. Así nomás, para que se den una idea. Y los 90 mil que les vimos, somos agradecidos a la vida y casi cantamos aquella rola de Violeta Parra: Gracias a la vida, que me ha dado tanto…
Los tiquetes con los que entramos, así lo he hecho siempre, son de gente del club que compra sus bonos anuales y les sirve para hacerse de un dinero extra, llaman a los hoteles y los ofrecen para los turistas. Llegamos y una hora antes pajareábamos afuera, había más policías que en Irak. Mariano Rajoy puso en estado de sitio el estadio. Europa temblaba de miedo. Todo el perímetro acordonado por policías a caballo, hombres y mujeres. Patrullas. Las cadenas televisivas del mundo entrevistaban a la gente que llegaba poco a poco. ESPN, FOX, las deportivas y las españolas. A la entrada, a revisar lo revisable, habían pedido a las mujeres no llevar bolsas ni nada que creara problemas. Como nosotros éramos dos varones, no tuvimos problema. Llevábamos la representación de Veracruz, patria querida. No recuerdo si Chicharito ya había partido de ese equipo, ahora de capa caída porque no mete un gol, ni de penalti, pero a él alguna vez lo vi jugar paseando su gloria, como una vez la paseó el gran Hugo Sánchez, el más grande mexicano que allí jugó y dejó records que apenas se están abatiendo. Un reconocido por los madrileños, que no le regatean nada, como aquí se lo regateamos. A medio tiempo ondearon una gigantesca bandera de Francia, por los atentados. El juego fue lo de menos, aunque ese partido lo perdieron los de casa, era cuando Barcelona llegaba invencible, abatible de la mano de Messi, Neymar y Luis Suárez, esa tripleta que verla jugar en armonía vale más que cualquier delantera del planeta. Parece que son de otro mundo y fueran paridos por los dioses. Salimos cabizbajos, el triunfo no se nos dio, esta vez, pero como dijera Eduardo Galeano: “En su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol”.
Salimos por la calle de la Castellana rumbo al hotel a tomar el Metro. El estadio Bernabéu se asienta en un sitio donde no hay aparcamientos, muy pocos, la directiva ya planea el nuevo en otro lugar, pero con la misma gente, como dijera Juan Gabriel. Los juegos suelen jugarse allá nocturnos, a las 10 de la noche. Esta vez fue en la tarde, como a las 2pm. Vivimos una odisea y unos tres días después, nos tocó en suerte al ir a Barcelona a visitar al Cónsul y ver de nuevo al Barca clavarle 5-1 en una Champions, creo que a la Roma, en ese sitio donde el Camp Nou se estremece y se convierte en su Circo Romano. Fue el mismo día que a Joaquín López Dóriga, el gran comunicador, ahora dado de baja en Televisa en enero, le entregaron el Premio Ondas, en Barcelona, premio donde agradeció en su discurso a su maestro, el gran Jacobo Zabludovsky, pero esa es historia para otro día menos pensado.
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