Decir que vivimos en democracia puede ser de obviedad y fácil o un engaño complejo; para ser serios hay que partir de la precariedad de nuestra democracia local a tono con la del país. El proceso de desarrollo democrático es de contrastes, zigzagueante, de avances y retrocesos; ahora lo sabemos; no hay la claridad y certidumbre sobre un avance seguro e inevitable, no, también hay parálisis y retrocesos en la vida y el sistema democrático. En Veracruz, en forma apabullante, estamos pasando por una muy delicada situación financiera con implicaciones sociales y políticas que pone en evidencia que faltaron controles y contrapesos para impedir el saqueo del erario y el deterioro de la vida pública.

La democracia es viva, con resultados y bienestar social, o no pasa del papel y el formalismo; es evidente que poco hemos aprendido y aprovechado colectivamente de la democracia; poco sabemos de ella y más poco la practicamos. Cuesta mucho a algunos sectores y liderazgos asumir mínimos de cultura democrática; lo podemos ver en el ejercicio de libertades, cuando solo exigimos derechos sin estar dispuestos a cumplir obligaciones. Al respecto hay un debate por organizarse en los medios y otros ámbitos.

En el marco de los escándalos del gobierno anterior, todavía pendiente del desenlace penal por fuga y resolutivos varios, se dieron largas y difíciles jornadas de protestas que implicaron bloqueos de oficinas y calles por trabajadores burlados en sus derechos básicos. Dichas movilizaciones se generalizaron hasta provocar el caos y descontento del resto de la población; no hay que omitir la solidaridad lograda por los trabajadores en porciones importantes de la sociedad al ver que sus demandas eran justas. De reiteradas las protestas, en algunos momentos excesivas, cayeron en afectaciones severas a la vida cotidiana de la gente.

Llegamos al punto en que las libertades se cruzan, siendo tan valida la de manifestación como la de tránsito, obligando a una reflexión y definiciones de los liderazgos y autoridades sobre su ejercicio. Queda claro que las libertades no son absolutas si se vive en sociedad, que cada uno cede algo de ellas para sumar en orden y seguridad sociales. Es impensable una sociedad sin reglas, democráticas en este caso, donde cada quien hiciera lo que quisiera, en la anarquía. Precisamente es el Gobierno el encargado de hacer cumplir esas reglas, para eso se le elige y da un mandato.

En cualquier país, sin importar su orientación ideológica, por mínimos de orden, está prohibido bloquear vías estratégicas; se preserva con ello la movilidad de las poblaciones y se mantiene un ambiente de respeto a las mayorías y a la legalidad. Cuando se viola la ley, de poco en poco, se evoluciona a un deterioro moral y de tendencia criminal. Es una condición democrática el respeto a las normas legales, aplicable a todos. No debe haber excepciones en la aplicación legal, no hay banderas que justifiquen el que se pase por encima de los intereses de la colectividad.

Observo con rubor preocupante un descenso en los debates sobre las manifestaciones que bloquean calles, no sobre las manifestaciones en general, lo cual sería muy sano, sino sobre las acciones de fuerza y presión que buscan obtener beneficios parciales. Hay que ser muy claros y escrupulosos al respecto: no es lo mismo una marcha en movimiento continuo y un mitin en plaza pública a un bloqueo deliberado que busca afectar a la gente, una especie de extorsión, para obtener beneficios. No debe haber concesiones a grupos de vivales, para los que la tranquilidad y derechos de los demás es secundario; su actuación no hace democracia y sí provoca daños. La fuerza pública, estrictamente respetuosa de los derechos humanos, debe actuar legítimamente cuando se ponga en riesgo a la gente y se afecte a la población; no se trata de reprimir, más bien su labor debe ser disuasiva.

Recadito: Concierto navideño de la Orquesta Sinfónica Infantil y Juvenil SEV-DIF el 16 de Diciembre, a las 17:30, en la explanada de oficinas centrales.