En la evaluación de cualquier campo, incluye la educación, sólo es útil compararse entre los iguales. Es condición fundamental para realizar un buen benchmarking. Hacerlo con los mejores, con los que están a años luz de distancia, no es productivo. Sólo sirve para el lamento, pero no para aprender y avanzar. Éste es un principio fundamental para analizar los resultados de la prueba PISA.

Durante la visita de Estado a Chile en el 2005, el presidente Vicente Fox y el anfitrión Ricardo Lagos platicaron, entre otros temas, sobre educación. De esa ocasión, recuerdo bien, me impresionó que el chileno dijera que cuando fue ministro de Educación no se comparaba con los resultados de PISA, sino con países semejantes. Y añadió que de los iguales se puede aprender porque las condiciones son semejantes.

Todos los países de América Latina que participan en la prueba PISA están por debajo del promedio general en los tres campos: lectura, matemáticas y ciencias. Chile ocupa el mejor sitio con el puesto 44, lo sigue Uruguay con el 47; Costa Rica, el 54; México, el 56, y Colombia, el 57. Más abajo viene Argentina, Brasil, Perú y la República Dominicana.

Si sólo se toman a los países latinoamericanos, el primer lugar por su nivel de educación lo tiene Chile, el segundo Uruguay, el tercero Costa Rica, el cuarto México y el quinto Colombia. Es pertinente preguntarse qué hacen los tres países de la región que salen mejor evaluados para aprender de ellos. Sirve poco o nada compararse con los cinco primeros: Japón, Estonia, Finlandia, Canadá y Corea.

Sería muy útil que los países latinoamericanos se reunieran para preguntarse el porqué de su bajo nivel en la prueba PISA. Chile y Uruguay no tienen, por ejemplo, una CNTE como existe en México, pero de todos modos salen mal evaluados. Existen similitudes en las dificultades educativas de la región que tienen que ver con problemas estructurales de carácter económico y social. Pero también con el diseño de los programas, la formación y valoración de los maestros y la organización de la escuela.

El refrán popular asegura “que mal de muchos es consuelo de tontos”. No planteo el conformismo. México está en América Latina no en la Península de Escandinavia ni forma parte de los países bálticos. Si ésa fuera su ubicación, otros serían sus números en la prueba PISA. Hay que asumir dónde se está y desde ahí, con grandes dosis de realismo, trabajar para mejorar los indicadores.

Los discursos de lamentación no construyen. Gustan a sectores de políticos, académicos, periodistas y líderes sociales que tienen espacio para expresar su opinión. Hay que contextualizar la información. Sólo así se puede ubicar la dimensión del problema y el camino por recorrer. En el espacio corto hay que ver cómo nos “emparejamos” con Chile y Uruguay. En el largo plazo con Estonia y Finlandia.

La prueba PISA se realiza a una muestra amplia de estudiantes que terminan la secundaria. Se hace cada tres años. La próxima es en el 2018. En el 2015 participaron los 34 países de la OCDE y otros 37 que se incorporan de manera voluntaria. La aspiración de México en el mediano plazo debe ser convertirse en el mejor de América Latina; tiene que avanzar tres posiciones, y no del mundo, que implicaría caminar 56 lugares. Eso es imposible. Un sueño guajiro.

Twitter: @RubenAguilar