Ayer veía y escuchaba en el noticiario de la noche a cargo de Denise Maerker al secretario de Hacienda y Crédito Público, José Antonio Meade Kuribreña, a quien la periodista realizó una rápida entrevista en vivo, hablando por supuesto del tema del momento, o sea, el del incremento al precio de la gasolina.
El funcionario, contrastando con otras apariciones que hemos visto de él en la televisión, se lo veía molesto, irritado, hasta un poco fuera de su acostumbrada calma y prudencia que lo caracteriza. Denise, incisiva como suele ser lo trató de acorralar preguntándole acerca del costo que el gobierno federal le carga al precio final del combustible por concepto de IEPS e IVA, tributos que impactan considerablemente el precio final de la gasolina. La cosa es que el funcionario se defendió como pudo, evidentemente no dejó satisfecha con su explicación a la periodista, tampoco al teleauditorio y, por lo que se pudo apreciar, tampoco él quedó muy satisfecho que digamos.
Pero este caos que estamos viviendo con toda la serie de desmanes y saqueos que se están dando a partir de esta semana en prácticamente toda la república, no es coyuntural o producto de una calentura (encabronamiento) momentáneo de la población, porque más allá del vandalismo y del río revuelto que se está generando en muchas poblaciones, lo que es un hecho es que lo que está pasando en el país es un hartazgo generalizado que se ha venido acumulando y la olla exprés ya no aguanta tanta presión social ante la corrupción, ante la torpeza evidente del gobierno federal y ante su irresponsabilidad social y falta de sensibilidad.
Podrán dar todas las explicaciones y comparar el precio de la gasolina que se expende en México en relación con los más de 120 países en los que, según el secretario Meade Kuribreña se vende a un precio mayor que el con el que se vende en México, pero es que esa explicación no es suficiente para revertir la sensación que hay entre la población de que en realidad de que lo que se trató con el incremento al precio de la gasolina, fue de una puñalada que el gobierno federal le infringió a la población, porque la gasolina mueve todo y de ella depende la buena o mala marcha de la economía y, lo que es peor, de ella depende en gran medida la inflación que es, como se suele decir, un impuesto silencioso pero muy costoso a la población.
No sé en qué vaya a acabar todo esto que amenaza con terminar con la paz social en México por el hastío que hay en muchos sectores de la población, pero a mí me queda la impresión de que esta medida está asociada a una severa crisis financiera de falta de liquidez que está afectando el ritmo de gasto y de inversión del gobierno federal, sobre todo ante la devaluación del peso y ante los precios del petróleo que en nada han ayudado a fortalecer las finanzas públicas, pero sobre todo porque este gobierno financió su gasto en los primeros cuatro años de administración en el incremento del déficit público y con el aumento del endeudamiento del crédito exterior.
Nadie duda que el precio de la gasolina a partir del incremento sea el precio justo que debemos pagar todos los consumidores del combustible, pero a la par de este incremento se debieron dar algunas medidas para aminorar sus efectos, como qué, por ejemplo que los diputados federales no se hayan dado el bono navideño que se dieron, que los consejeros electorales del INE tampoco hubieran abusado de sus compensaciones de fin de año y que, se meta a la cárcel a todos quienes han abusado del poder para enriquecerse impunemente, ah, y que el presidente demuestre un poco más de sensibilidad ante el panorama general de la política nacional.
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