A Paloma Nachón
Me encontraba decepcionado, la decepción tiene un amargo sabor que me seca la boca. Para mí la decepción es un sentimiento que provocan agentes externos. Uno no se decepciona de sí mismo, acaso se desengaña, se arrepiente. La decepción me sabe a susto, a sorpresa, a pena. Y lo peor de todo es que lo que decepciona no engaña, porque la decepción no viene de una promesa no cumplida, sino de esas promesas insinuadas que nos hacen los amigos, esos guiños de coquetería que nos hace la vida; ella, la vida, dice que nos besará en la boca, pero termina dándonos un simple apretón de manos o peor aún, una patada por detrás.
En ese estado de ánimo me encontraba cuando hallé entre mis libros un volumen de cuentos de Raymond Carver. Hacía tiempo que no leía a Carver. Como muchos buenos autores que han llegado a mi vida, éste también me lo recomendó mi amigo Raúl Hernández Viveros.
A finales del siglo XX la obra de Raymond Carver se sumó a esa propuesta que retrataba la realidad de una manera cruda y desencajada: el realismo sucio. En sus relatos Carver apostaba a la brevedad, a lo lacónico para expresar de pronta manera sus historias en las que casi siempre habitan alcohólicos reformados, desempleados, divorciados, ancianos jubilados, seres que hemos pretendido colocar en el desván, un lugar donde nadie los pueda ver.
Sus personajes conviven en una realidad difícil, amenazante. Cada hombre o mujer siente esa amenaza y reacciona de acuerdo a sus temores. El horror cotidiano que reside en los cuentos de Carver es más nocivo que el horror de los cuentos de Poe. El horror de Poe suele ser transitorio, ocurre mientras los personajes viven una experiencia extraordinaria, pero pasa y después de descender al Maelstrom, vuelve la calma. El horror de los cuentos de Carver es cotidiano, permanente y no alcanza solución. Sus personajes viven con la esperanza de una segunda oportunidad, creen merecerla porque han hecho esfuerzos, porque llevan seis meses sin probar alcohol, porque han conseguido un trabajo de medio tiempo; creen merecer otra oportunidad, pero no saben que la vida brinda pocas oportunidades. El terror que se vive en los cuentos de Carver está en lo cotidiano. Es más terrorífico para un hombre quedarse sin empleo con tres hijos en edad escolar, una hipoteca por pagar y 45 años cumplidos; frente a esta situación cualquier espanto o fantasma es juego de niños.
Por ejemplo, en el cuento “El elefante” el personaje del que nos habla Carver recibe la llamada de su hermano que le pide prestados 500 dólares. Él sabe que su hermano no le va a pagar, pero de todos modos le manda el cheque. El hombre que tiene al menos un trabajo seguro, también tiene que mandar un cheque a su madre de 75 años, a su hija que tiene dos retoños y vive con un vago que no ha logrado conseguir empleo, a su exesposa que amenaza con los abogados y por si fuera poco también tiene que lidiar con un hijo en la Universidad que lo intimida con volverse traficante de drogas si no recibe a tiempo el dinero que su padre le manda. Él tiene que cargar con todos, como el elefante de sus sueños, es decir, su padre.
Uno de mis relatos preferidos es “La casa de Chef”, que se encuentra en el volumen de cuentos Catedral. Es la historia de un matrimonio de alcohólicos reformados que deciden darse una nueva oportunidad. Para esto alquilan la casa de Chef y se van a vivir ahí. Todo empieza a funcionar de forma idílica. De momento sólo les importa la reconciliación y empiezan a vivir una edad dorada. Se levantan temprano y desayunan, salen a pescar, a arreglar el jardín, se sientan en el porche para mirar el atardecer y recordar los buenos tiempos. Hasta que un día, después de varias semanas, llega Chef y les pide la casa. Resulta que a la hija de Chef la ha dejado el marido y darle la casa a ella es la única manera en que Chef puede ayudarla. De ahí en adelante todo es incertidumbre. No saben si la vida esté en condiciones de brindarles otra oportunidad, no lo saben y se sienten amenazados ante esa nueva circunstancia.
La literatura de Carver me fascina por su capacidad de síntesis, de observación, por el terror que imprime en sus personajes. Pero Carver no sólo es un profeta del desaliento, Carver en medio de tanto “realismo sucio” también nos hace un guiño optimista.
“De qué hablamos cuando hablamos de amor” es una reflexión sobre lo absurdo de pensar que la pareja que se tiene en el presente es el hombre o la mujer de nuestra vida. En la mesa de un antecomedor se encuentran dos hombres y dos mujeres. Dos parejas que se aman pero que, cada uno de los presentes, ya ha tenido una relación anterior.
Uno de los cuatro personajes de este cuento está consciente de esa disyuntiva amorosa. Dice que si él muriera seguramente su pareja se casaría con otro hombre y encontraría el amor, como lo encontró con él. En el cuento se habla de la tormentosa relación de una de las presentes con un hombre que juraba amarla hasta la muerte. Cuando la relación con ese sujeto se hizo insoportable ella lo dejó, pero él no la dejó a ella. La perseguía, amenazaba a sus pretendientes, los acosaba. Al final intentó matarse de un tiro, con tan mala suerte que no murió instantáneamente, sino que la cabeza se le hizo de doble tamaño por la lesión de la bala. Murió y la mujer que narra esa experiencia dice: “pero me amaba, a su manera, pero me amaba”.
Al final, y como si se tratara de una fábula, uno de los personajes que es cirujano, que seguramente hacía operaciones del corazón, se siente con autoridad para explicar lo que es el amor. Él es quien cuenta la historia de unos ancianos a manera de fábula. Los ancianos chocaron su camper contra el auto de un joven de unos 20 años. El joven murió de inmediato, pero los ancianos sobrevivieron, quedaron con muchas lesiones, tantas que tenían todo el cuerpo vendado; estaban inmovilizados. El anciano, sin embargo, a pesar de haber sobrevivido, estaba triste. Cuando el doctor le preguntó el motivo de su tristeza, el anciano le dijo que, con tanto vendaje, con tanto aparato inmovilizador, le era imposible mirar a su esposa que se encontraba en la cama de junto. El anciano había salvado la vida, pero lo que en realidad le importaba era mirar a la mujer que amaba.
Me encontraba decepcionado porque sigo creyendo en los demás, pero después de leer a Carver he recuperado el optimismo. La literatura es un reflejo de la realidad. No podría enumerar la cantidad de cuentos que me han servido de catarsis, que han acomodado cosas dispersas en mi mente, jerarquizado gozos y temores; a veces justificado derrotas y enaltecido triunfos, en ocasiones hasta denunciado vicios.
Pero la literatura también es un contrareflejo, si es que existe esa palabra. A los 25 años leí por primera vez a Carver y me sentía completamente ajeno a sus personajes. Hoy, entrado a los 40, veo que esos personajes me siguen pareciendo ajenos, a pesar de que algunas de sus circunstancias me han abarcado. No me veo reflejado en esos personajes y ese es un motivo de optimismo. Además, si a ellos la vida les brinda oportunidades, creo que a mí todavía me guarda algunas sorpresas; todavía tengo la esperanza de que un día, mirando el atardecer, la vida se acerque y me bese en la boca.
Armando Ortiz aortiz52@nullhotmail.com