Si me viera obligado a señalar un rasgo que describiera la época actual en su totalidad, no lo duraría un segundo: elegiría la aceleración.
Luciano Concheiro

Antes de comenzar, quiero aclarar que nuestro país vive una depresión, algunos argumentarán que no, que está todo normal y que en algunos sectores existe un avance representativo, eso es verdadero en buena medida, sin embargo, las composiciones reales de los acontecimientos, marcan que la tendencia real del consumo en varios sectores, se evidencian deprimidos.
Las ventas minoristas de México anotaron en septiembre de 2016 su mayor baja en nueve meses, según datos publicados hace un par de meses por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), evidencian una nueva señal del pobre desempeño de la demanda interna de la segunda economía de América Latina.
Las ventas al por menor bajaron un 0.7% en septiembre frente a agosto, según cifras ajustadas por estacionalidad. La caída es la más pronunciada desde el declive de 1.52% que registraron en diciembre de 2013. En el caso de las ventas al por mayor mostraron una contracción del 1.13%, hilando se segundo reporte a la baja.
Pero no es esa depresión a la que me refiero, sino a lo sucedido en el Colegio Americano del Noreste en Monterrey, una masacre afinada por la voracidad de la vida intensa y poco solidaria.
Suceso que evidencia, que estamos más desconectados que nunca; paradójicamente las capacidades de conexión han ido incrementando vertiginosamente, video llamadas, mejor recepción telefónica, vuelos y autos más rápidos; pero dicho patrón: nos conecta de lo lejano y nos desconecta de lo cercano.
Las familias hablan menos, los hermanos comparten casi nada, el ¿cómo te fue hoy?, se vuelve un diamante tan escaso como preciado. Quienes tuvimos la oportunidad de crecer con la cercanía familiar y la construcción de afinidades dentro de las relaciones, vemos con ironía lo que está sucediendo.
La llamada “red” de relaciones humanas (“red”: el juego interminable de conectarse y desconectarse) es hoy la sede de la ambivalencia más angustiosa, lo que enfrenta a los ciudadanos de la vida a una maraña de dilemas que causan más confusión de hacia dónde avanzar.
Bauman, reflexionando sobre las relaciones interpersonales modernas, y cómo nos comportamos las personas con los demás, señala que los efectos fundamentales de equiparar la felicidad con la compra de artículos que se espera que generen felicidad consiste en eliminar la posibilidad de que este tipo de búsqueda de la felicidad llegue algún día a su fin. […] Al no ser alcanzable el estado de felicidad estable, sólo la persecución de ese este objetivo porfiadamente huidizo puede mantener felices a los corredores que la persiguen
La felicidad se ha convertido en un negocio muy rentable. Ahora bien, la búsqueda de la felicidad a través de los objetos, se convierte en todo lo contrario a la felicidad.
Y sí, a esa felicidad no pudo llegar aquel chico de Colegio respetable e ingreso sostenido, que no pudo fraguar fortaleza, que tuvo la tristeza para atacar a sus compañeros y quitarse la vida. Algunos otros no son tan fuertes para mostrar su debilidad y tristeza, y no se quitan la vida de un tajo, sino que mueren siendo reactivos o sucumbiendo lentamente en la tristeza de las drogas, mostrando falsa felicidad y braveza.
Ese México reactivo, que vive derribado, abre paso a una práctica peligrosa dentro de nuestras cotidianeidades, cuya tarea nos pivotea en uno de los momentos que más encono existe, un panorama sombrío ya golpea a los que creíamos como fuente de alegría de futuro: los niños.
No debemos dejar de apostarle a la integridad, a la formación del carácter y el control del temperamento, a disfrutar lo pequeño, para contemplar lo majestuoso, mejorar nuestras afinidades con base en la tolerancia diaria.
Recordando:
 Ahí está el impacto de las narconovelas, el amarillismo de los artistas, y la lejanía de los afectos en la sociedad.
 Lo destacable fue la corriente de no compartir imágenes ni videos sobre la masacre.