*Algunas personas son tan grandes durante sus vidas, que incluso parece que la muerte no se las lleva por completo. Camelot:
BUSCAR A SINATRA
A Sinatra puede que en su tiempo lo hayan buscado sus amigos, los mafiosos. Era un orgullo tener a Frank de su lado y, si se podía, que tirara una cancioncita en uno de sus eventos, como lo retrata Mario Puzo en la cinta El Padrino. Buscar a Sinatra se volvió un deber, para quienes amamos su música. Yo llegué tarde a su vida, porque cuando él cantaba en Las Vegas con los malosos del Rat Pack, aún era chico y ni a Visa llegaba. Ni modo de ir a Las Vegas de indocumentado, en tiempos antes de Trump, el pelos de elote. A Sinatra me lo imagino todas las mañanas, porque en mi cuarto tengo un surtido de sus famosos sombreros (foto). Si he buscado a Sinatra, cuando ya había fallecido. Y le veo en Netflix, donde hay un documental precioso. Un día con mi amigo Rico, el amigo que no es rico, deambulamos por la Pequeña Italia (Little Italy), ese barrio neoyorkino en Manhattan, que los chinos se lo están comiendo como nos quiere comer Trump, y de unas cuantas cuadras donde formaban un pequeño Chinatown, han ido expandiéndose hasta dejar solo unas pequeños espacios de restaurantes italianos, los de pasta y pizza y heladería (gelato). Si uno recuerda El Padrino, este se filmó en el barrio italiano, en una fiesta de San Genaro, su patrón. Cuando Rico y yo caminamos, quisimos ir a uno de pizzas y de pastas, las legendarias. Había varios, pero buscábamos a Sinatra. Con los mandiles meseros que están en la calle al paso y a las vivas metiendo gente, te gritan en italiano que uno pase: “Passare. Benvenuto”, y mueven la servilleta para meterte a como dé lugar. Los restaurantes están llenos de posters de los verdaderos mafiosos: los Gambino, Costello, Lucky Luciano, Capone, los capo di tutti capi, que todos eran italianos sicilianos por la gracia de la maldad, allí mismo al lado en las tiendas de suvenires te los venden. El asunto es que si uno pregunta cuál era el restaurante de Sinatra y cuál su mesa favorita, todos te llevan al rincón y dicen que ahí comía el patrón. Mentira. Pero repites la pregunta y en todos los restaurantes juran por la Biblia y señalan mesa adónde comía. Aunque los conocedores y sus biógrafos señalan que iba a uno en el centro, su restaurante favorito. Un lugar poco atractivo con apariencia italiana en el West 56, llamado Patsy’s. Este, dice la leyenda de Sinatra, es el lugar donde se podía relajar, donde se sentía más cómodo. Cuentan que quien lo llevó a ese restaurante fue Tommy Dorsey, el primer jefe que lo contrató como crooner. Lo llevó y le dijo al dueño: “Engórdenlo”. Sinatra era flaco, delgado, parecía mal alimentado. Ya pintaba para escribir la leyenda y conocer a Ava Gardner, años después. Uno busca a Sinatra y lo encuentra. Alguna vez en un juego beisbolero de los Yankees de Nueva York, cuando ganaron y se coronaron en su división, al final la gente se pone de pie berreando y delirando y por los altavoces comienza la canción de Sinatra, New York, esa que es un himno de la ciudad. Otra de ellas es la que bailó pelos de elote, Donald Trump, con su esposa, la inmortal My Way.
LA DE TALESE
En octubre de 1965, hace 52 años, Gay Talese escribió la que consideraron, en su tiempo, la mejor pieza de periodismo en 70 años. Un reportaje de Talese, quien venía de NYT y pasó al Esquire. Vanity, entrevista a Talese, a sus 85 años luce lúcido. Recuerda y cuenta la historia. El editor quería que el reportero lo entrevistara. Sinatra estaba en la cúspide de la fama y del dinero. Gay se negaba, opinaba que ya no había nada que preguntarle a Sinatra, que había sido entrevistado por todo mundo. En aquella época Sinatra enamoraba a Mía Farrow, de 19 años, Sinatra tenia, en 1965, una compañía de cine, de discos, aerolínea privada y una empresa de piezas para misiles, con 75 empleados. Lo correteó por un mes, Sinatra nunca lo vio, solo una vez en un bar, le dijo, de mesa a mesa: ‘Gay, tomate algo’. Fue todo, y cuando pedía verlo le decían, Sinatra está resfriado, de allí el título. Yo leí esa obra maestra del reportaje, hace pocos años, no la conocía, pero la he vuelto a releer unas diez veces, y no se cansa uno de admirar cómo se puede hacer el mejor perfil de alguien, sin siquiera verlo ni preguntarle, solo con el talento del Nuevo Periodismo que ya portaba Gay Talese. El reportaje premiado pueden verlo en Internet. Se llama así; Frank Sinatra está resfriado. Todo porque van a hacer una película de aquella historia, dirigida por el gran Martin Scorsese y producida por otro grande, Scott Ruddin, el que produjo El show de Truman, Las horas, la Red social o Steve Jobs. Cuenta Galese en la entrevista, que jamás supo si Sinatra la leyó. Esa pieza maestra. Le envió una carta que nunca le respondió:
“Vine como un amigo. Me voy como un amigo. Ya sabía que usted era una fuerza viva, ahora lo creo más todavía. Le deseo mucha suerte para enfrentarse a su inigualable talento”.
Años después, le pregunté a su hija Tina:
“Ya sabe, él nunca se lo diría, pero creo que le gustó”.
Y un final que Talese imaginó para su texto:
“Siento que no hayamos podido hablar más. Buenas noches Frank. Buenas noches Gay”.
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