*De Groucho Marx: “En las fiestas no te sientes jamás. Puede sentarse a tu lado alguien que no te guste”. Camelot.

 

HACE DOS AÑOS (2015)

 

Hace un par de años, en 2015, cuando el PRI lo era todo y los gobernadores eran de ese partido, fui a La Candelaria, a su fiesta del 2 de febrero. Rememoro ese relato para mis lectores, de aquella visita

 

EN LA CANDELARIA

 

2 de febrero. Amanece con viento frio. Rolo de Orizaba a Tlacotalpan. Tomo la carretera de Capufe, fea, cara y mala y bordeo Salinas, un pueblo donde el tamal de elote se sublima. Es el Día de la Candelaria. Tlacotalpan es Pueblo Mágico y desde 1998 Patrimonio Cultural de la Humanidad. Dice Wikipedia que su nombre significa ‘tierra partida’. Ahora es la Fiesta de la Candelaria. Llegan cientos, miles de todas partes del país a maravillarse de ese pueblo, cuyas casas de tejas y pintadas con colores muy mexicanos, asemejan cuadros de Orozco o de Diego Rivera, de aquellos nuestros grandes pintores, donde en sus corredores los viejos de la tribu y las señoras de edad en las mecedoras de madera ven pasar la tarde y contar sus cuitas, escenas muy de esa ciudad.

Hoy hay algarabía. Cruzo los dos puentes, el de Alvarado y de Tlacotalpan, ambos de paga, de los 20 pesos que recaudan entregan al Ayuntamiento de Alvarado y al de Tlacotalpan aproximadamente 8 millones de pesos anuales (2015). Los letreros avisan que ‘Se sancionará al que maltrate al Toro’. En la antigüedad el animal era maltratado, lo utilizaban para escarnio y lo hacían cruzar el rio como desesperados, eso se acabó, la Sociedad Protectora de Animales está allí, a las vivas.

Llega uno y el pueblo es una romería. Los soneros jarochos y la música grupera con conjuntos a la calle. El comercio al pie. Los vendedores de todo. Desde los toritos hasta los tamales. Mucho comerciante de fuera, de los de tipo tianguistas. Las chelas rolan de mesa en mesa. Vendrá mas tarde el paseo por el rio, donde en botes y lanchas los pobladores pasean a la Virgen de la Candelaria. Mientras eso llega, hay que comer donde se pueda. Hay familias, platico con una de apellido Peña, que tienen 20 años viniendo el 2 de febrero. De Monterrey, no se lo pierden por nada.

Allí solía llegar el gran escritor, Germán Dehesa (QEPD), donde había comelitona con su viejo amigo, Vitico Perea. Pero eso quedó en la historia.

En esa zona donde el escritor Roberto Blanco Moheno magnificó la mejor novela costumbrista y pueblerina que se ha escrito: ‘Un son que canta en el rio’: “¡Bogando, con una Chingada! Llegábamos a la Trocha. El Julián, el Arturo, y el José María flojeaban con los remos, mientras el Enrique apenas si apretaba el canalete. Yo iba, acurrucado a proa, escogiendo los mejores pescados para la casa de gachupín. Y el tío Tamarindo, sentado en la popa, acababa de soltar la voz a través de la boca chimuela, amargada por años y años de chupar la fuma de tabaco traída de San Andrés: ¡Bogando, bogando, con una chingada!”.

Llego a la afamada Casa de Rafaela Murillo, como si fuera de Coco Chanel, se vende la mejor ropa bordada a mano, compro dos blusas. Mil y pico cada una, nada baratas. Parecería que me metí a Zara, la tienda del español Amancio Ortega, el más rico de España, solo que aquí en casa antigua, con tejados y mujeres de vestimenta típica. Reza un letrero que se hacen trajes de jarochas a la medida, que esos deben andar en los 8 mil pesos para arriba. Pero los valen. Ofertan tres mecedoras de madera, al pie. No pregunto el precio. Es un lugar donde el Rio Papaloapan lo bordea y lo hace más bello. Hace algunos años inundó el pueblo, se desbordó y desalojaron buena parte de la ciudad. Hoy no pasa nada. La Naturaleza se apiadó del día. Es más, hace un poco de fresco porque un Norte azota Veracruz y mueve el agua del rio y agita las conciencias. Entro a un Museo, el encargado me pide no tomar fotos con flash, como en el Louvre cuando se planta uno frente a la Gioconda, que tiene un cristal antibalas porque un día un locochón la daño. Aquí se ve poco, una máquina Singer viejísima, más vieja que Kamalucas, un filósofo de mi pueblo. Así se pasa el día, entre miradas, entre relatos, entre vivencias, entre ver a la gente vieja del pueblo que, con orgullo, ven pasar a miles de turistas que muy seguramente ayudan a esa economía. Se come bien, se pasa bien el día, así lo vi, así lo cuento, aunque, como dijera Mario Benedetti: “No vayas a creer lo que te cuentan del mundo (ni siquiera esto que te estoy contando) ya te dije que el mundo es incontable”.

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