Ayer 6 de febrero de hace 100 años mi madre en vida hubiera cumplido 100 años de nacimiento. Mi madre Rosa Gama González nació un 6 de febrero de 1917 en la ciudad de Córdoba, Veracruz. Fue la octava de 9 hijos, de una familia de escasos recursos que supo salir adelante a base de esfuerzo, tesón y mucho trabajo. Fue una madre ejemplar, con una inteligencia natural, mucho sentido común, pero sobre todo fue una mujer abnegada en la mejor acepción de la palabra, que amó profundamente a su numerosa familia, solidaria, directa, que decía las cosas con mucha claridad y sin rodeos, que enfrentó siempre la vida con la frente en alto y con dignidad. Decir algo tan gastado como que mi madre fue mi ‘heroína’ es cierto, pero en mi caso sí lo fue, ella hubiera dado estoica la vida por cualquiera de sus hijos, fue un referente, un faro de luz, una buena madre que además de darme la vida me enseñó a vivirla y mucho de lo que sé de los secretos de la misma se los aprendí a ella.
No exagero cuando digo que de mi madre podría escribir un libro, un largo libro sobre su vida, una novela quizá, con capítulos felices, llenos de dicha y otros no exentos de pasajes dolorosos, como la vida misma de todos los seres humanos. Fue, como la mayoría de las madres mexicanas, valiente, esforzada y con un sentido del sacrificio personal como pocos tienen. Se propuso sacar adelante a su familia y lo logró, acompañada de mi padre con el que logró sacar adelante un matrimonio de más de 60 años, con sus altas y bajas, no exentos de problemas y de momentos amargos, pero con una unidad familiar a toda prueba.
Para los 9 hijos que sobrevivimos de los 11 que originalmente concibió, siempre se trazó los horizontes más altos y ambiciosos, que hace un tiempo era lograr un título universitario: “Papelito habla”, decía con toda la gran sabiduría de la experiencia de una mujer que por necesidades familiares solo pudo terminar el tercero de primaria, pero a veces los sinsabores de la vida le enseñan a uno cosas que ni la universidad ni los doctorados lo logran.
Pido una disculpa a los lectores por permitirme compartir estos pasajes intimistas con todos, pero siempre me he sentido profundamente orgulloso y satisfecho por la madre que tuve, y daría todo por revivir aunque sea unos breves momentos que pasé a su lado, disfrutándo de su forma de ser, que me reí hasta de sus alegrías y ocurrencias que eran muchas, era una delicia verla cocinar y cantar rivalizando los tonos agudos de Libertad Lamarque a la hora de cantar ‘Uno’, su tango preferido de Enrique Santos Discépolo o Rosa de Agustín Lara (“… La más hermosa, la primorosa flor que mi ser perfumó”).
Murió a los 82 años con 9 meses de un 9 de diciembre de 1999, después de una larga y penosa enfermedad que la mantuvo postrada los últimos años de su vida. Sus restos eternos reposan en una urna familiar en la iglesia de San José Obrero en mi ciudad natal.
En recuerdo de Rosa Gama González, en el centenario de su natalicio. DEP.
cronicadelpoder1@nullgemail.com
@marcogonzalezga