Mal momento para la deliberación y el debate públicos en Veracruz, entre ocurrencias, defensas y auténticas ociosidades. Ese también es el signo de los tiempos de cambio, de la alternancia; en el campo periodístico anteriormente había una especie de unanimidad, de jilgueros y apologistas del Gobierno estatal, con las honrosas excepciones de un pequeño grupo de valientes y honestos reporteros y columnistas. Ahora hay apertura e interlocución, con sus matices y fallas, como la ausencia cotidiana de un vocero que explique, aclare, puntualice y responda. Son prácticas insustituibles en materia de comunicación social como lo demuestran generalmente los Gobiernos del mundo.
El cambio llegó a los medios de comunicación abruptamente, sin convenios y sin línea no existen controles extra profesionales, solo el trabajo periodístico que permita sostenerse y crecer con sus lectores. La desaparición de algunos periódicos refleja su absoluta dependencia de los recursos públicos o su extravío ante la alternancia. Es altamente posible que esos medios ahora ausentes no tuvieran conducción ni algún tipo de papel realmente periodísticos, lo cual explicaría su tajante e inmediata desaparición. No se juzga, por supuesto, la labor que en ellos realizaban verdaderos trabajadores de la comunicación, quienes venden su fuerza de trabajo más no su conciencia.
Mal andaríamos si nos quedáramos en el anacrónico maniqueísmo del «todo está bien» o «todo está mal», como tampoco contribuiríamos seriamente al debate si no pasamos del desahogo y el ocio. Hay mucho de un legítimo afán de atacar, de obstruir, de señalar solo lo negativo y de cuestionar lo que sea si viene del nuevo Gobierno. Digamos que es una opción y hasta un derecho de quienes se dedican al análisis y la crítica, independientemente de sus motivaciones; de ahí se desprende el derecho de réplica y la sana interacción entre los funcionarios y los periodistas. A estas alturas nadie debería espantarse ni molestarse por recibir cuestionamientos si funge como autoridad pero tampoco si es replicado en su papel de periodista.
Los funcionarios del gobierno están sujetos a la observación ciudadanía y periodística como mecanismo de expresión social, mal se verían y confesarían déficit democrático si no están de acuerdo con la crítica y si no se abren al más exigente escrutinio ciudadano. Estos años han sido terribles para la imagen de las autoridades pero también significaron la derrota de la rendición de cuentas. Se debe asumir con absoluta convicción y trasparencia el alcance y significado de ser servidor público; no basta estar abierto a la crítica, hay que responderle y estimularla. La libertad de expresión es un derecho fundamental en la vida democrática, para lo cual los medios cumplen una función esencial.
De pronto ha surgido en un grupo de columnistas una tendencia inundada de complots, todo tipo de sospechas, ultimátum al Gobernador, escepticismo recurrente y decretos de fracaso. Resulta que si no se cumple determinada hipótesis o escenario particular, eso significa derrota e inutilidad de la alternancia. Quienes ya lo venían haciendo así o al menos parcialmente se ven bien, coherentes y normales; quienes se inauguran en la crítica tienen serios problemas de estilo y credibilidad. Bienvenida toda la crítica, sin vacilación alguna debe ser respetada por el Gobierno, además de registrada y respondida. No hay lugar para funcionarios omisos, escondidos u ofendidos por la crítica o las observaciones.
Son los saldos de la alternancia, sin ella no pasaría gran cosa en materia de libertades y transparencia. El ocio no es equivalente a la crítica, la especulación no es análisis y las teorías de complots son todo lo que no ocurrirá. En un plazo que espero no muy extenso vendrá la normalidad democrática en la relación Gobierno y prensa, sin obviar que los medios deben trascender el enfoque hacia la labor oficial para involucrarse con otros sectores y liderazgos de la sociedad.
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Recadito: No hay santones, son políticos con su proyecto de poder.