El amor es, según las definiciones más tradicionales, una fuerte inclinación emocional hacia otra persona. Pero sobre el tema prefiero que hablen los poetas. El amor, dice Octavio Paz en La llama doble. “es una atracción hacía una persona única: a un cuerpo y a una alma. El amor es elección”. Para Sabines “el amor es la prórroga perpetua”, esa búsqueda insaciable de los amorosos.
Pero para que el amor exista debe de haber dos elementos imprescindibles. Para Roland Barthes estos dos elementos son el sujeto amoroso y el objeto amado; para Paz se identifican de acuerdo a su rol activo o pasivo, pero ese rol se intercambia y en un descuido, en un abrir y cerrar de ojos, el sujeto amoroso puede pasar a ser objeto amado.
Los amantes preferimos la definición diáfana de Carson McCullers. Para ella en el amor sólo existen dos sujetos, el amante y el amado, y esto lo explica muy bien en su novela La balada del café triste.
En la novela se trata el tema del amor. Pero no es ese amor de los cuentos de hadas donde el príncipe rescata a su amada de un dragón, o donde se enamora de la plebeya y después de sortear muchas dificultades viven felices para siempre. Carson McCullers, atraída por esos seres solitarios y anodinos, narra la historia de un amor perverso. Perverso en el sentido de que los protagonistas no son el estereotipo de los enamorados.
Miss Amelia es una mujer más hombruna que femenina. Es dueña de un almacén y de una destilería clandestina. Estuvo casada con un hombre que se enamoró de ella, pero ese matrimonio sólo duró diez días con la amenaza del amante de acabar con la amada. A partir de entonces Miss Amelia vive sola administrando sus bienes. Una noche llega al pueblo un jorobado que se presenta como su pariente.
Miss Amelia se enamora del engendro que de entrada se convierte en el ser amado. Ese conocimiento de su condición lo vuelve altanero, desdeñoso, pero los lugareños se ven obligados a respetarlo por la relación que lleva con Miss Amelia. Y uno no se explica el porqué de esa relación. Ha de ser el narrador, en un ejercicio reflexivo, quien se detiene y nos explica su comportamiento: “Ha llegado el momento de hablar de amor. Porque Miss Amelia estaba enamorada del primo Lymon. (…) ¿Qué clase de amor era, pues, aquel?”.
La escritora delimita los roles de esas dos personas, uno es el amante y otro el amado. Cada uno de ellos proviene de regiones distintas. El amante de una región donde la soledad ha ganado territorio. Cree que al amar exorciza esa soledad, pero su condición de amante le hace conocer otra soledad, nueva y extraña. Barthes la llama angustia de amor, donde el sujeto amoroso “se siente asaltado por el miedo a un peligro, a una herida, a un abandono”. Por su parte el amado, como objeto de ese amor, puede ser la persona más inesperada. Dice Carson McCullers: “El amado podrá ser un traidor, un imbécil o un degenerado. (…) La persona más mediocre puede ser objeto de un amor arrebatado, extravagante y bello como los lirios venenosos de las ciénagas”. Pero de los dos, es el amante quien más posibilidades tiene de experimentar el amor, aunque el estar enamorado no se lo garantice.
Estar enamorado no es amar, es estar en la antesala del amor. De hecho muchos enamorados nunca llegan a amar, porque el amor es correspondencia. Pero aun así, el amado puede provocar este sentimiento en el amante y sin embargo, a pesar de que el amante experimente amar, el amado puede estar muy ajeno a esa emoción.
No hay peor condición de un amante, que entregar su voluntad al ser amado y dejar que éste disponga a su antojo de su destino. Entonces desearíamos no estar enamorados.
Pero no nos quieten el amor, porque como en el poema de Machado, una vez que se ha arrancado la espina, en medio de la noche nos encontrarán aullando: “Aguda espina dorada quién te pudiera tener, en el corazón clavada”.
Armando Ortiz aortiz52@nullhotmail.com