Tras las fallidas marchas de la Ciudad de México, una convocada por Televisa al través de sus analistas políticos que, confundiendo popularidad mediática con liderazgo social aceptaron el desafortunado encargo; y la otra convocada por la camaleónica señora Wallace, encarnado esta vez al “masiosare” oficial, ha quedado claro que la unidad nacional no se obtiene por decreto, ni espantando a la gente con el petate del muerto.
Pretender con una marcha mostrar una realidad inexistente, equivale a confundir a los halcones del norte ampliamente informados con la tabula rasa de las blancas palomas. De una ingenuidad conmovedora.
La unidad nacional fortalece cuando es genuina. Cuando no se busca montar como representación teatral. Si de eso se trataba, los organizadores tendrían que haber ido a buscar a los responsables de las apoteóticas representaciones de semana santa en Ixtapalapa. Habrían tenido un éxito seguro.
Autocomplacientes consigo mismos, los organizadores de las marchas fallidas, ahora culpan a los mexicanos de falta de conciencia sobre el peligro que significa Trump para México y los mexicanos, confirmando aquello de que el éxito tiene muchos padres, y el fracaso pura madre.
El primer autogol de los dueños de las marchas, fue su incapacidad de acordar un único tema que las convocara en vez de varios y todos ellos contrapuestos. Un motivo, que tal vez, hubiera logrado, sino multitudes, por lo menos el consenso de tirios y troyanos “Todos por México” jamás se utilizó y si alguien lo hizo, quedó en un muy lejano segundo plano. Otro aspecto crucial desatendido, es que la convocatoria no incluyó a la “raza”, a los líderes populares con verdadero arrastre en sus barriadas, que también son mexicanos, aunque no hayan estudiado en Harvard, y que más allá de sus inevitables filias, quieren a México porque es su único país. Pero estos segmentos populares, no fueron convocados o no quisieron asistir, para no hacerle el caldo gordo a los de Televisa ni a la Wallace.
La realidad, es que hay muchas otras formas de defender al país, que alzarnos en una sola voz contra el sátrapa del norte, y peor aún cuando esa voz se bifurca: una respaldando al gobierno y otra descalificándolo y pidiendo deponerlo. Este intento fallido de querer mostrar unidad nacional con calzador, puede incluso llevarnos a pegarnos un balazo en el pie, craso error, cuando hay otras formas de hacer valer los intereses nacionales.
Coincido con Silva Herzog Márquez cuando afirma, que lo que nos debilita frente al agresor, no es nuestra diversidad sino nuestros fracasos. Los retos que tenemos los mexicanos son muy distintos y no podremos encararlos si decidimos soslayarlos en aras de una mentira fraguada, que no impactará en el ánimo de la Casa Blanca, ni servirá de respaldo a los negociadores del gobierno, reacios a dar a conocer a la ciudadanía del país, la propuesta de México. Habría que recordarles a éstos señores
que no se trata de un proceso de licitación en donde las propuestas de la empresa se mantienen en secreto, sino de defender los principios de una Nación llamada México, en donde todos los mexicanos somos accionistas, o deberíamos serlo.
Frente a la deportación masiva de nuestros paisanos, pretender una marcha de ficticia unidad, equivale a soslayar, de nueva cuenta, las razones por las que ahora están allá. No dejaron un lecho de rosas cuando se fueron de su país que es el nuestro, se la jugaron, y ahora tienen un proyecto de vida en el país vecino. Ellos requerirán negociar con mucha energía, con mucha convicción y fuerza, para hacer valer sus derechos y en ello, requerirán del mayor apoyo de los consulados mexicanos, que ya están empeñados en esa fundamental tarea, haya marchas o no.
Por lo que se refiere a la construcción del muro, Estados Unidos tiene todo el derecho de hacer lo que le dé la gana en su territorio, y en cuanto a la arbitraria pretensión de Trump de que lo pague México, el gobierno del presidente Peña ya tendría que haber activado una estrategia jurídica por todo lo alto, con los tribunales de Estados Unidos que no son rebaño de Trump, como lo han mostrado, y los internacionales. Sobre todo porque el barbaján del norte tiene mucha prisa en decir a sus votantes que ya metió al orden a México.
En cuanto al TLCAN, si el gobierno mexicano va a negociar reformas, necesitaremos mucha desunión, activa y beligerante, de los segmentos perjudicados, para que se hagan escuchar por los desconfiables emisarios que hoy tenemos.
Que haya desacuerdo entre los mexicanos sobre el modo de encarar la amenaza Trump, no es asunto malo, lo deseable sería que el presidente de México escuchara las voces de especialistas en el tema bilateral y en la negociación, e incluso que los involucrara en el proceso de negociación. Un asunto de tal envergadura para el presente y futuro de México y los mexicanos, no puede quedar en las exclusivas manos de sus más cercanos. Eso sí es preocupante.
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