1. Hace ya algunos años, era yo un infante que rondaba los 10 u 11 años, tuve la oportunidad de realizar un viaje por carretera a la parte sur de los Estados Unidos, concretamente al estado de Texas. Fue el recorrido clásico que se hacía en esos años vía México, D.F., Querétaro, San Luis Potosí, Ciudad Victoria, valle de San Fernando y de ahí hasta Matamoros para cruzar a Brownsville y de ahí hasta Houston, en un recorrido por la Isla del Padre, Harlingen, Hidalgo, San Antonio, San Marcos, hasta la capital petrolera de la Unión Americana, Houston. Fueron diez o doce días, un viaje que guardo muy bien en mi memoria, fue la primera vez que visité al vecino del norte. Total, que en la casa me han de ver dado unos doscientos o trescientos dólares para gastármelos en recuerdos, lo obligado que se compraba por aquellos años y una de las cosas que recuerdo muy bien es que todo lo que me compré en aquel entonces, absolutamente todo, estaba fabricado en China o en Taiwán (la antigua Isla de Formosa). Ya sabe usted, unos tenis, pantalones, camisetas, algún souvenir (los clásicos lapizotes, alguna taza, llavero, etc.). En ese entonces no entendía cómo funcionaba la economía, el comercio mundial y todo lo que tenía que ver con la industria maquiladora, pero ya desde entonces, China principalmente, se había convertido en el gran maquilador de los Estados Unidos, este país principalmente producía bienes de capital y materias primas (commodities). De esto parece que no se enteró Donald Trump, México adquirió ese estatus hará apenas veinte y tantos años, con la firma del TLCAN. Hoy el mundo está peor para los Estados Unidos, lo mismo se maquila en Filipinas que en Corea del Sur, en Singapur, México, Sri Lanka o Tailandia. Luego entonces es una posverdad que nuestro país le ha quitado la chamba a los trabajadores americanos, pero al hombre ‘pelos de zanahoria’ ya le gustó agarrar de su puerquito a México, y lo peor, no hay nadie que le pare el alto.
2. Releía hace unos días ‘El laberinto de la soledad’, una de las obras cumbre de Octavio Paz y mucho le haría bien a muchos releer este clásico ensayo. Probablemente tenga reflexiones que hoy en día ya están rebasadas, pero en lo esencial mucho de lo que ahí expresa Paz sigue teniendo vigencia. Recupero un extracto muy acorde con lo que muchos mexicanos de aquí están viviendo allá en estos momentos:
“AL INICIAR mi vida en los Estados Unidos residí algún tiempo en Los Ángeles, ciudad habitada por más de un millón de personas de origen mexicano. A primera vista sorprende al viajero —además de la pureza del cielo y de la fealdad de las dispersas y ostentosas construcciones— la atmósfera vagamente mexicana de la ciudad, imposible de apresar con palabras o conceptos. Esta mexicanidad —gusto por los adornos, descuido y fausto, negligencia, pasión y reserva— flota en el aire. Y digo que flota porque no se mezcla ni se funde con el otro mundo, el mundo norteamericano, hecho de precisión y eficacia. Flota, pero no se opone; se balancea, impulsada por el viento, a veces desgarrada como una nube, otras erguida como un cohete que asciende. Se arrastra, se pliega, se expande, se contrae, duerme o sueña, hermosura harapienta. Flota: no acaba de ser, no acaba de desaparecer.
Algo semejante ocurre con los mexicanos que uno encuentra en la calle. Aunque tengan muchos años de vivir allí, usen la misma ropa, hablen el mismo idioma y sientan vergüenza de su origen, nadie los confundiría con los norteamericanos auténticos. Y no se crea que los rasgos físicos son tan determinantes como vulgarmente se piensa. Lo que me parece distinguirlos del resto de la población es su aire furtivo e inquieto, de seres que se disfrazan, de seres que temen la mirada ajena, capaz de desnudarlos y dejarlos en cueros. Cuando se habla con ellos se advierte que su sensibilidad se parece a la del péndulo, un péndulo que ha perdido la razón y que oscila con violencia y sin compás. Este estado de espíritu —o de ausencia de espíritu— ha engendrado lo que se ha dado en llamar el «pachuco». Como es sabido, los «pachucos» son bandas de jóvenes, generalmente de origen mexicano, que viven en las ciudades del Sur y que se singularizan tanto por su vestimenta como por su conducta y su lenguaje”.
Hasta aquí el extracto. Tiene mucho de razón Paz, pero en la actualidad ya no hay ni ‘pachucos’ ni ‘pochos’, con las acepciones originales del término. Los mexicanos de allá cada vez se asimilan más al modo de vida norteamericano. Sí son mexicanos, no se afrentan de su origen, pero son mexicanos que cada vez más quieren vivir como los norteamericanos. Se acabaron los trajes y los sombreros con plumín estilo Tintán, y ya no hablan idioma pachuco (Te estoy divisando desde Acámbaro de los magueyes = Te estoy observando), hoy hablan un inglés casi perfecto y quieren ir a las universidades, y ya hasta celebran el día de acción de gracias (Thanksgiving Day). Los mexicanos de allá por eso ya no quieren volver a este país, les hemos quedado a deber y prefieren jugársela a pesar de Trump.
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@marcogonzalezga