No soy un aficionado cien por cien al cine musical, soy un simple aficionado al cine, al buen cine. No me decanto por el cine musical especialmente hablando, pero no me disgusta, tampoco es mi preferido, pero cuando se hace buen cine, no importa que sea musical, lo importante es la factura, la historia, la actuación, la dirección y la música, y tratándose de La La Land (City of Stars), la más reciente propuesta del novel director Damien Chazelle (1985, Providence, Rhode Island) de tan solo ¡32 años!, pues caray, que agradable sorpresa, me gustó, salí con un agradable sabor de boca del cine.
He visto muchos musicales, como seguramente los lectores también. Desde Mary Poppins (1964), con las sublimes actuaciones de Dick Van Dike y Julie Andrews; las mismísimas Blanca Nieves (1938), La Cenicienta (1950), La Bella Durmiente (1959), La Novicia Rebelde (1965) y La Bella y la Bestia (2010) también de Disney; Grease (1976), Víctor Victoria (1982), con música de Henry Mancini; Fiebre del Sábado en la Noche (1977), Nace una estrella (1976) y las clásicas Cantando bajo la lluvia (1952), el Mago de Oz (1939), Amor sin barreras (1961), hasta las Fama (1980), Cabaret (1972), Flashdance (1983), Chicago (2002), Cabaret (1972), New York, New York (1977), Oliver (1968), Molin Rouge (2001), y para qué le sigo. Ese tipo de cine si bien no es mii preferido, me gusta, me divierte y es cine al fin y al cabo, y es parte de la historia del cine, sobre todo del de Hollywood.
Además, es mi apreciación, después del cine musical hollywoodense habría que poner al cine mexicano y después de este al español. No recuerdo una película francesa, italiana tampoco, por ahí hay una que otra producción hindú, pero el cine musical mexicano lleva mano con producciones que no desmerecen. Damien Chazelle, que es un joven director egresado nada más y nada menos que de Harvard, ya en 2014 nos había sorprendido con Whiplash: música y obsesión, que en lo particular no fue muy de mi agrado, pero ahora con La La Land, el muchacho si nos dejó con el ojo cuadrado, por algo está nominada en 14 categorías, entre ellas las principales.
Con las actuaciones muy solventes de Ryan Gosling y de Emma Stone, es a la vez, una historia de amor y una historia de sueños, la misma película parece, a veces, un sueño en sí misma. De él, Gosling, es de esos actores que no necesitan ser profusamente elocuentes en sus diálogos para demostrar su tamaño de actor. Ya le he dicho en otras ocasiones, Ryan Gosling tiene una personalidad tan fuerte que es capaz de actuar nada más con la mirada, con sus gestos, con sus movimientos, sugiere más con los ojos de lo que sale como una expresión por su boca. Desde Crimen Perfecto (2007), al lado del consagrado Anthony Hopkins, a quien le gana la partida en un notable duelo actoral, hasta Drive (2011), una película de estilo noir, en donde nuevamente lo sobresaliente de Gosling son sus miradas, sus gesticulaciones, sus silencios, que dicen más que sus diálogos.
De su pareja (perfecta) Emma Stone, es una heroína atípica, que desempeña un papel muy convincente como una ‘actricita’ incipiente que quiere llegar a ser una estrella de Hollywood y él, un apasionado del jazz, quiere cumplir también con ese sueño, el de convertirse en un gran intérprete del género jazzístico. A ella ya la habíamos visto en un papel fuerte, de carácter en Birdman de Alejandro González Iñárritu. Pero lo importante de esta película y sus protagonistas es que a los dos los unen los sueños rotos, son un par de soñadores como todos los seres humanos, se ha preguntado usted qué pasaría si dejara de soñar alguna vez. ¿Quién no ha tenido un sueño de grandeza alguna vez? No quiero sonar cursi pero La La Land puede tocarnos las fibras más sensibles del corazón, me identifico en muchos sentidos con la cinta de Chazelle.
Si usted me lo permite la calificaría como una gran película, muy bien ambientada y excepcionalmente fotografiada. Véala, no se va a arrepentir, y vuelva usted a soñar otra vez en su vida.
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@marcogonzalezga