En Ecuador estuve en la elección presidencial, el pasado 19 de febrero, y luego por 15 días recorrí distintas regiones del país. Platiqué con personas de diversa condición social y simpatías políticas. Lenin Moreno, el candidato de Alianza País, el partido del presidente Rafael Correa, obtuvo 39.6% de los votos. Le faltaron cuatro décimas para no ir a la segunda vuelta, misma que tendrá lugar el próximo 2 de abril, contra Guillermo Lasso, de Creo-Suma.

Ahora, en los últimos 10 años he estado cuatro veces en este país, entendí mejor la importancia que tiene en el sistema electoral ecuatoriano el voto obligatorio y la segunda vuelta electoral. Aquí el voto no es un derecho sino una obligación que, de no cumplirse, no queda impune y tiene sanciones que se hacen valer. El ciudadano que quiera puede votar en blanco. La participación electoral en todas las elecciones ronda en 85 por ciento.

La obligatoriedad reduce de manera radical la relación clientelar entre partidos y ciudadanos y otorga a estos últimos gran independencia respecto a los primeros. Los electores votan porque deben hacerlo y no porque tal o cual partido hizo entrega de una dádiva, para “animar” la participación electoral. El órgano electoral no está llamando a los ciudadanos a votar y se reducen dramáticamente los costos de promoción del voto. En los hechos, no hay necesidad de hacerlo.

Lograr que se establezca el voto obligatorio debe ser una causa de la sociedad civil mexicana. Evitaría muchos de los vicios del actual sistema político e implicaría empoderamiento de los electores respecto a los partidos. Haría también más democrática la competencia electoral, que estaría sujeta a la obligación de votar y no al “compromiso” con los partidos. La perversa estructura partidaria de los actuales promotores de voto desaparecería.

La segunda vuelta tiene también claras ventajas sobre las elecciones de golpe de suerte o “descontón”. Obligan a la construcción de mayoría que desata un complejo proceso de alianzas y acuerdos que garantizan legitimidad y también dan estabilidad al sistema. Los perdedores de la primera vuelta pueden ganar espacio a partir de la negociación. No todo es para el ganador y nada para el perdedor, como ocurre en nuestro sistema político de una sola vuelta.

En éste alguien puede ser presidente con menos de 30% de los que se presentaron a votar, que no son más que 60% del padrón. Es claramente un presidente elegido por una minoría. Está muy lejos de representar a la mayoría. Eso provoca de entrada, como ha ocurrido con el presidente Peña Nieto, el rechazo de la mayoría. El actual sistema electoral de una vuelta ya dio y debe dar lugar al de dos vueltas.

La próxima reforma electoral debería contemplar estos dos pilares del sistema electoral ecuatoriano: el voto obligatorio y la segunda vuelta. Urge al sistema electoral mexicano elevar sus niveles de confianza y credibilidad. Estas dos medidas contribuirían claramente, para que eso ocurra. De otra manera el sistema se seguirá desgastando, provocando un creciente rechazo y desconfianza. México tiene mucho que aprender de las lecciones del sistema electoral ecuatoriano.

Twitter:@RubenAguilar