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AFP

“De ninguna manera”, así de tajante respondió el Kremlin a la posibilidad de devolver Crimea a Ucrania, a cambio del levantamiento de las sanciones contra Rusia, y tampoco “habrá un nuevo referendo” sobre el futuro de la península, como, según corre el rumor, propone la Administración de Donald Trump para dar legitimidad a la anterior votación y, resuelto el escollo, comenzar a restablecer la relación bilateral, deteriorada a niveles sin precedentes.

Al cumplirse este jueves el tercer aniversario del referendo que –con asistencia de más de 80 por ciento del padrón y la aprobación de 97 por ciento de los votos depositados– favoreció la independencia de Crimea y solicitar su ingreso a la Federación Rusa, el vocero del Kremlin, Dimitri Peskov, hizo pública la posición de Rusia respecto a estas dos hipotéticas posibilidades que, de un tiempo para acá, vienen filtrándose a la prensa con insistencia para encontrar una solución que permita poner fin al principal obstáculo para normalizar nexos.

La iniciativa –planteada como una suerte de globo sonda– se desvaneció hoy por dos motivos: el Kremlin no puede aceptar nada que ponga en duda la pertenencia de Crimea al territorio ruso, por tanto ofertas similares no son negociables, y tampoco admitir un segundo referendo que, aunque vuelva a ganar el sí a la separacón de Ucrania y el ingreso a Rusia, ponga en entredicho los resultados de la anterior votación.

Porque el hecho mismo de convocar de nuevo a las urnas en Crimea bajo supervisión internacional, equivaldría a reconocer que el anterior referendo se llevó a cabo de modo ilegal no sólo por carecer de observadores, sino por no contar con la autorización de Ucrania, como establece la práctica de acuerdo con las normas del derecho internacional.

No sorprendió la drástica negativa de Peskov, que –habida cuenta del contexto– no podía ser diferente. Otra cosa es cómo salir del atolladero, sin renunciar a posiciones de principios, como rechazar la exigencia de devolver Crimea, que la población rusa no entendería, después de tres años de incesante bombardeo informativo para presentar la incorporación de la península como el mayor logro de la política exterior de Rusia desde que se disolvió la Unión Soviética.

Por eso, sigue estancada la posibilidad de alcanzar un arreglo que ponga fin a la controversia a través de una concesión de Moscú. Del otro lado, sucede lo mismo y ello explica que haya fracasado la propuesta formulada por Andrei Artemenko, diputado de la Rada, en el sentido de celebrar un plebiscito para arrendar Crimea a Rusia durante 50 años a cambio de levantar las sanciones de Occidente contra Moscú, que no encontró respaldo en Ucrania.

Por ahora –mientras Estados Unidos sigue apegado a la política de la anterior Administración respecto a Crimea y este jueves, mediante una declaración del Departamento de Estado, exigió a Rusia devolver la península a Ucrania– todo indica a que el Kremlin espera un cambio desde Europa y apuesta a que la correlación de fuerzas dentro de la Unión Europea rompa la actual norma de aplicar decisiones por consenso.

El fracaso de Geert Wilders para convertirse en primer ministro de Países Bajos, a pesar de que su Partido para la Libertad obtuvo cinco escaños más, hace pensar a los más sensatos estrategas del Kremlin que no es ninguna garantía de éxito apoyar a controvertidas figuras de oposición –populistas, xenófobas y ultranacionalistas– que proclaman como meta terminar con las imposiciones de Bruselas.

Los más optimistas de ellos reviran que aún faltan las elecciones en Francia, Alemania y Austria y la situación puede cambiar, pero hasta ahora continúa vigente la resolución que el Parlamento Europeo aprobó hace ya más de un año y que exhorta al Consejo de la Unión Europea a mantener las sanciones contra Rusia hasta que ésta regrese Crimea a Ucrania, que se bien no es concluyente todavía sirve de fundamento para la política de los 28 países miembros.