Benito Juárez sentó la primicia que sigue siendo un principio básico en todo el mundo: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. En una democracia, todos los individuos estamos sujetos, gozamos podemos ejercer garantías, derechos y prerrogativas (libertades) cuya única limitante es no afectar las garantías, derechos y prerrogativas de terceros.
Lo anterior, lo comento porque con pena estoy viendo que se está reviviendo la vieja discusión, la vieja polémica de si es procedente o no, y conveniente también, otorgarle el derecho civil al componente social –no sé qué tan minoritario, pero mayoritario sí creo que no lo es- que integra la llamada comunidad lésbico, gay, bisexual y transexual (transgénero). Cualquier persona que viva con una condición humana diferente a la heterosexual, y lo digo con el mayor de los respetos, no quiero que mi expresión se tome, parezca o suene ofensiva, es algo que no eligió, es una condición del género humano que se da simplemente. Es como la condición de ser mujer u hombre. Cuando una pareja heterosexual gesta una nueva vida, lo hace sin la certeza de que la nueva vida que está gestando va a ser de tal o cual sexo.
Me parece que tenemos que evolucionar en estas convenciones que ya no tienen cabida en este nuevo siglo. Los matrimonios, casamientos o contraer nupcias por la vía civil es un derecho que, por supuesto, también pueden y deben acceder los miembros de la comunidad LGBT, por muy minoritaria que esta sea y lo digo suponiendo sin conceder. Es una comunidad que, en lo individual y en lo colectivo existe, es, es una realidad que a nadie debería espantar, avergonzar o causar alguna afrenta.
Hay ciertas cosas en la vida a las que hay que hacerse a la idea, ya debemos ir superando falsos tabúes. Por ejemplo, las mujeres y los hombres somos iguales, salvo las diferencias biológicas referidas al aspecto físico y al papel que juega cada uno en la gestación, de ahí en fuera somos iguales en todo, en capacidades intelectuales y cognitivas. Es cierto, probablemente seamos diferentes emocionalmente, tal vez la manera de sentir sea diferente, tal vez en algunas cosas pensemos distinto, fuimos educados de distinta manera –y no estoy seguro que pudiera haber una predisposición genética-, pero en esencia somos iguales. Jamás me he planteado siquiera que yo sea más capaz que mi esposa, ni siquiera lo he pensado, al contrario, en muchas cosas me supera de manera ostensible y, ni modo, ‘aquí nos tocó vivir’ diría Cristina Pacheco.
Hay que abrirse mentalmente a que dos personas del mismo sexo pueden ser capaces de amarse igual o hasta más intensamente que dos heterosexuales. Inclusive, dos personas bisexuales, que tampoco lo digo como algo extraordinario, es más, hoy debemos habituarnos a la idea de que hay personas pansexuales. Recomiendo leer algún libro o extracto biográfico sobre Salvador Dalí, se van a sorprender sobre las características sexuales de este genio catalán de la pintura, uno de los máximos representantes del surrealismo, y lo mismo podría decir de Gala, la que fue su pareja hasta su muerte.
Yo no quiero parecer ofensivo para nadie. Respeto los preceptos morales de todas las iglesias, pero lo eclesial corresponde única y exclusivamente a ese ámbito, repito, muy respetable por lo demás. El hecho de que dos personas quieran contraer nupcias o formalizar su relación por la vía del derecho civil es una cosa muy distinta sobre todo en un Estado que se precia de ser laico y corresponde nada más al terreno de lo civil. Permitamos pues que una minoría actúe y se desarrolle dentro de los parámetros democráticos. No lo tomemos ni lo veamos como una perturbación de la legalidad y la moralidad, ni como una potestad de una minoría que afecta los derechos de la mayoría.
Evolucionemos por favor, pasemos de un estadio mental a otro, y aceptemos las diferencias que se pueden dar en la condición humana por la naturaleza misma de los humanos.
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@marcogonzalezga