Hoy el tema está en el debate. Los banqueros lo tuvieron como argumento central de su “80 Convención Bancaria”. Ciertos sectores y medios lo manejan como la amenaza latente para los gobiernos y las clases pudientes de que, de llegar a gobernar México un líder populista, destruiría el sentido de las instituciones, pretendería soluciones mágicas y llevaría al país al aislamiento del contexto internacional afectando su orden social, económico y político.
Pero ¿Qué es el populismo? Independientemente de encontrar su origen en los movimientos políticos en Rusia en el siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, utilizado para describir la ola anti intelectualista– de corte socialista– que defendía la creencia de aprender del pueblo antes de erigirse en guías, o la base ideológica que llevo al surgimiento de los movimientos contra el gobierno en Norteamérica que dio origen a “People s Party” o partido del pueblo, el término fue adoptado finalmente en la academia hasta la década de los 50 del siglo pasado, por Edward Shils dándole un sentido novedoso.
La formulación de Shils, no refería a un tipo de movimiento en particular, sino a una ideología que podía encontrarse tanto en contextos urbanos como rurales y en sociedades de todo tipo: “una ideología de resentimiento contra el orden social establecido por alguna clase dirigente o que se supone poseedor del monopolio del poder, la propiedad, el abolengo o la cultura”. Por eso el populismo tomo diferentes formas en el mundo, describiendo los sentimientos irracionales de las masas para ponerlas contra las élites y de esa manera se tomó como materia de estudio.
De ahí que el diccionario de la Real Academia Española hoy defina al “populismo” como: “aquella doctrina o tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”. La cuestión es que con el paso del tiempo, la búsqueda de la captación de adeptos se ha venido deformando, lográndose a costa de lo que sea ya sea por medios lícitos o ilícitos, o a través de actos honestos o deshonestos.
De acuerdo a Eduardo Fernández Lueña, en su documento “Mitos y realidades de los movimientos populistas”, percibe una descripción muy cercana a la realidad: “Los movimientos populistas son una expresión social del descontento, no son regímenes dictatoriales, no son solo de izquierdas, no son un fenómeno exclusivamente latino. Los movimientos populistas nacen de regímenes democráticos que se sirven del descontento social para tomar, concentrar y centralizar el poder político, con el objeto de imponer un régimen autoritario y acabar con las libertades”.
Y ello lo hemos visto suficientemente en Latinoamérica. Movimientos que nacieron por la resistencia o rechazo de la gente hacia los regímenes autocráticos o corruptos, que a través de sus líderes atrajeron a los grupos humanos resentidos y decepcionados y que al unirse generaron suficiente fuerza para vencer en las urnas, pero, que una vez que llegaron al poder político, no supieron gobernar , lo centralizaron, hicieron leyes a modo, impulsaron la reelección de por vida de sus cabecillas, trasgredieron las libertades de los ciudadanos y terminaron siendo iguales o peores que aquellos que en un inicio cuestionaron o destituyeron.
Y es que es muy sencillo atraer a la gente a través del discurso populista, porque se dibujan soluciones atractivas , incluso mágicas a los problemas y paralelamente se utiliza un discurso de descalificación–justa o no—hacia los gobiernos, actividades políticas o instituciones, con el fin de atraer reflectores o electores. Y así surgen los supuestos guías, líderes del “pueblo” –honestos o deshonestos, de juguete o reales–abanderando las causas no resueltas de la sociedad, prometiendo soluciones rápidas e inviables, fomentando el encono entre los sectores de una región o país y… de esa manera cifran su liderazgo.
El problema es cuando llegan al poder. Es cierto, garantizan multitudes pero empiezan a operar en base a una doctrina de corte paternalista, donde el estado es el controlador de todo, donde el dinero se diversifica hacia ciertos rubros sociales que le permiten mantener la atención de las clases populares, hasta que se agota el capital de un país. Es decir, saben gastar pero no saben reproducir o generar inversiones inteligentes para multiplicar el dinero y garantizar bienestar permanente. Directa o indirectamente, reproducen la dependencia de los ciudadanos hacia el gobierno porque centralizan el poder, cambian el marco constitucional y jurídico a su conveniencia, generan un tipo de autonomía de país que se confronta con el equilibrio de otros sectores y naciones y entonces, se empiezan a resentir los efectos en la economía en general, estancándose y/o entrando en crisis.
Y cuando se llega a ese extremo, se tiene el discurso perfecto: no aceptar el error, actuar a la defensiva pues no se reconoce el fracaso de su proyecto de grupo o nación y se buscan culpables: el sistema, los gobiernos que antecedieron, al imperialismo, etc. Y lo que sigue es que el destino de esos pueblos entra en decadencia y empiezan a surgir nuevos movimientos populares y políticos de inconformidad que buscarán derrocarlos. Pero para ello el atraso de su país es ya tan significativo que pasarán décadas para recuperarse. Pero ¿acaso el sostener una ideología ligada a la atención de las necesidades del pueblo, por fuerza se cae en “populismo”?
No hay que confundir el “populismo”, con la “visión popular” o “visión del pueblo y para el pueblo”.
Al respecto me atrevo a describir otra visión a la que yo denomino “visión popular”. Cuando se habla de “visión popular”, me refiero a: la percepción de la sociedad sobre la forma en que valora sus circunstancias, necesidades, problemas, hechos y expectativas y que permiten diseñar una agenda de soluciones por parte de la propia acción ciudadana o del gobierno. La “visión popular”, es peculiar al pueblo o procede de él y sirve de base para establecer acciones de solución a favor y al alcance de la gente de menos recursos o menos favorecidos por la sociedad. Es decir, la visión popular alude a diseñar, operar y evaluar las acciones, proyectos, programas o encomiendas pensando en los grupos sociales de mayor necesidad.
Y ello puede lograrse a través de alguna forma de organización social o gubernamental que busque enarbolar las causas con esa visión, buscando solucionar los problemas, sin chocar con los cauces institucionales. Igualmente la visión popular puede dirigirse a orientar e informar al pueblo sobre la forma en que puede ser autogestivo y autónomo en la toma de decisiones que le favorezcan para que el mismo participe en su solución, es decir, el hecho es no generar dependencia sino lograr autosuficiencia. Y otra característica importante es, que esta visión, fomenta liderazgos sociales que pueden ser trasmisores de una nueva cultura del desarrollo, de la autonomía en el trabajo y el fortalecimiento de una posición más democrática de la política y de la forma en que puede participar la propia sociedad.
Por eso debe quedar claro lo que el “populismo” encubre. Porque su radicalismo de buscar enganchar al pueblo con el discurso contestatario, promoviendo el encono, buscando soluciones impresionistas pero a la vez imprecisas, irreales, imaginarias, aprovechando la ignorancia y el resentimiento de los grupos, revela una intención manipuladora y antidemocrática finalmente. Solo lleva a decir el qué, pero no el cómo.
Por el contrario la visión popular, diseña soluciones a partir del autoanálisis popular y a partir de ello define acciones y programas viables para atenderlas y asegurar su cumplimiento. Es decir, no pierde objetividad porque dice el qué, pero también el cómo y está acorde a la viabilidad social y la económica. Por lo tanto, la necesidad popular está en reconocer líderes y gobiernos con visión popular y no populista, preparados y con deseos de servir, concentrados en el avance y no el retroceso de un pueblo.
Por eso celebro que hoy se ponga el tema en la mesa, y qué bueno que se aborde en foros públicos y se tenga una idea más certera de las conveniencias e inconveniencias, de lo que puede ofrecer un estilo o moda de ideología social o política que en su forma extrema, genera expectativas pero también desencanto, cuando la ficción se confronta con la realidad.
Gracias y hasta la próxima.