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EFE

El asesino en serie Donald Harvey, apodado el “Ángel de la Muerte”, un enfermero que mató a decenas de personas bajo su cuidado en hospitales de EU, murió el jueves tras ser atacado en la prisión en la que purgaba tres cadenas perpetuas.

El teniente Robert Sellers, portavoz de la Patrulla Estatal de Carreteras de Ohio, confirmó la muerte de Harvey, de 64 años, según recogen hoy los medios locales.

El asesino en serie fue atacado en la tarde del martes por otro recluso en su celda de la prisión de Toledo (Ohio), en la que cumplía tres cadenas perpetuas, y finalmente falleció este jueves debido a las lesiones, en un caso que está bajo investigación.

Donald Havery fue condenado a tres cadenas perpetuas por haber asesinado a 34 personas durante las décadas de 1970 y 1980 cuando era celador en diferentes hospitales de Ohio y Kentucky.

En los juicios, Harvey, que es considerado uno de los mayores asesinos en serie de la historia criminal de Estados Unidos y que nunca mostró arrepentimiento, aseguró que mataba a sus víctimas, en su mayoría ancianos, por compasión, pero la Fiscalía defendió que mataba por el placer de matar y que incluso las torturaba.

Por lo general, envenenaba a sus víctimas con sustancias como matarratas, petróleo destilado, arsénico o cianuro, que daba a los enfermos mezclándolas en las bebidas y comidas.

Pero durante el juicio salió a relucir que también torturaba a sus víctimas y que a otras las mató mediante asfixia tapándoles las caras con almohadas cuando estaban postradas en las camas del hospital, poniéndoles una bolsa de plástico sobre la cabeza o no rellenando los tanques de oxígeno que necesitaban.

El asesino había nacido en una población próxima a Cincinnati (Ohio) el 15 de abril de 1952, pero su familia se trasladó a una pequeña localidad de los Apalaches en Kentucky, donde según los psiquiatras que lo examinaron en el proceso, creció en condiciones de pobreza y fue víctima de abusos sexuales por parte de parientes.

Los asesinatos de Harvey se descubrieron casualmente en 1987, cuando en el “Hospital Drake” de Cincinnati, un médico notó un olor a cianuro que salía del estómago de un cadáver cuando practicaba la autopsia al cuerpo de una de sus víctimas.

Al ser interrogado, Harvey confesó que ese había sido uno de los dos asesinatos que había cometido ese día.

Tras su detención, su madre, Goldie McKinley, declaró a los medios que su hijo era “buen chico”, pero que estaba “muy enfermo” y lo que necesitaba era “un buen médico”.

Después del juicio por ese primer caso, se descubrió que durante el tiempo en el que Harvey había trabajado en dicho centro hospitalario se habían registrado fallecimientos de similares características.

El asesino en serie acabó por confesar entonces 21 asesinatos, incluido el de un vecino al que le dio un pastel envenenado con arsénico y de un conocido, a cambio de no ser condenado a muerte.

Posteriormente, agregó a la lista otros 13 crímenes, correspondientes a pacientes del Hospital Marymount, en la localidad de London (Kentucky), donde había trabajado a comienzos de los años 70.

En una entrevista dada en 2003, su abogado dijo que el asesino calculaba haber matado a unas 70 personas, pero la gran mayoría de los casos nunca se descubrieron.