Cada época, marca su manera de vivir, pensar, evolucionar y esta depende de la idiosincrasia, raíces históricas y culturales de la región o país que se trate. Es nuestra decisión esperar de brazos cruzados a que alguien venga y nos mejore las cosas o tomar las riendas de nuestra vida hacia un camino que nos saque de la ignorancia, mediocridad y pobreza material y espiritual.
En el caso de México, es importante lograr una visión integradora. Trascender las visiones reduccionistas que polarizan a la sociedad con el pensamiento binario obsoleto, de: “todo” o “nada”; o, en éstos tiempos de Trump: “Buenos” o “Malos”. Legitimar, más allá de la figura del líder, a la colectividad. Esto es lo que único que puede hacer de la política: El arte de lo posible’.
En el caso de Veracruz, que por primera vez está experimentando la alternancia, es fundamental asumir que todo tiempo es político, retando al poder que busca dañar a la memoria volátil, recordándonos que el ejercicio del poder siempre es prestado.
Desgraciadamente, nuestra personalidad como sociedad sigue siendo adolescente, La desesperanza que ya tiene carta de naturalización entre los mexicanos, erosiona al alma de nuestra identidad como nación, debilita nuestros valores, dejándonos llevar por la corriente.
Como adolescentes, seguimos queriendo estar bajo el cuidado y la responsabilidad de la paternidad presidencial, culpándola por aquello que pospone nuestra gratificación inmediata, evitando independizarnos y transitar hacia una auto-gobernabilidad.
Sin embargo, el mundo sigue cambiando y surge una incipiente ciudadanía que se rebela a seguir pagando por los platos rotos, por cúpulas gubernamentales que no aplican la ley. Son ciudadanos que hoy viven atenidos a su suerte, hartos de la impunidad y decididos a actuar. Buscan liberarse de reglas obsoletas que apelan a la prudencia política por miedo. Esta ciudadanía que despierta, es un peligro latente para el poder instituido. Ya han empezado a actuar por la libre. La clave es el individuo, el ciudadano; no como ente aislado, sino como engranaje democrático.
Así “el ciudadano” se convierte en “los ciudadanos”. Articula la construcción estructural de responsabilidad compartida con la participación ciudadana, asignatura pendiente de nuestra democracia. Insiste en construir redes sociales que fortalezcan una cultura de legalidad, a partir de: Políticas incluyentes; trabajo digno y justamente remunerado; justicia distributiva, y nuevos relatos de nuestro acontecer
Se requieren espacios de participación ciudadana que no sean meramente coyunturales, sino se finquen en derechos previstos por la ley, de manera permanente. Se requiere, en ésta víspera de campañas electorales, no esperar las “iluminadas” propuestas del candidato, sino que sea la comunidad con su propia propuesta en mano, quien le advierta que obtendrá el voto, quien atienda la propuesta ciudadana.
Se trata de trazar puentes de entendimiento que hagan contrapeso a la falta de comunicación entre pueblo y gobierno, sumando heterogeneidad, a partir de básicas coincidencias, para construir comunidad participativa.
En estos tiempos de desesperanza que atestigua el desmoronamiento de asideros religiosos, políticos, institucionales y hasta familiares, reflexionar y sumarnos a algunas de éstas tendencias innovadoras, puede acercarnos al cambio y la transformación ciudadana, en nuestro país.
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@RebeccArenas