*Cito a Gregorio Marañón: “En la oposición de los hombres frente a los cargos públicos hay una absoluta oposición entre el querer y el deber. El que quiere un puesto es que no debe ocuparlo. El que lo ocupa y lo quiere conservar es que se debe ir (las dictaduras, por ejemplo). El que quiere irse, debe quedarse. Por la magnitud del deseo de irse se mide la necesidad de quedarse”. Camelot.
A MEDIA SEMANA
A media semana los temas se atoran, suele uno atarantarse. Decía una escritora, me parece que Rosa Montero, que uno escribe a todas horas, en cualquier sitio, en cualquier lugar, lo mismo a la hora que te bañas, que a la hora que manejas o cuando el silencio es oro, como aquella canción de Simón y Garfunkel. Es Semana Mayor y son días de guardar, según decía el maestro Monsiváis. Y pocos temas entran a las alforjas, al menos no de los malosos, que esos no descansan ni en Semana Santa. En la aldea, Flavino se va a casita bajo fianza y el góber se faja con algunos periodistas, al lado del Fiscal Winkler, cuando arreciaban las críticas. Nada del otro mundo. Los gobernadores así han sido, por costumbre, ellos llevan la batuta y la voz cantante, aunque la Fiscalía sea autónoma. Llegó la Policía Militar y todos sabemos que las cosas están difíciles. Pero tendrán que componerse. Con los Trump, leo que Melanie le ha ganado un pleito al diario Daily Mail, según porque dijeron cosas de mentiras de la Primera Dama y el diario, después de un pleito legal, tuvo que disculparse públicamente, y llegar a un acuerdo confidencial de dinero.
Los líos de los diarios, en países del primer mundo, son así. Allá hay que andar a las vivas, so pena de que te apliquen una demanda ante un juez y tenga que caer la Belén cantando. En la Semana Santa, hagamos una oración, como nos lo pide el Padre Marcos Palacios, por el WhatsApp, y pidamos porque esos fantasmas de la maldad se alejen de nuestro estado, y del país. No es posible vivir con tanta violencia, con tanta incertidumbre en las calles o en las casas. Y que el Supremo nos auxilie. “Vives, Señor, no estás muerto. Vives en Dios, tu Padre. Vives en cada uno de los que te aman y siguen tu camino. Vives, Señor. Vives en la justicia y en la bondad de todos los justos de la tierra. ¡Vives, no estás muerto! La vida no se puede matar; la vida es más fuerte que la muerte. Tu muerte, Jesús, es el triunfo sobre todos los que matan. Enséñanos a proteger y cultivar contigo la vida, ofreciendo a todos en nuestras manos bondad, pan y ternura. ¡Vives, Señor, no estás muerto! Queremos ser testigos de Alguien que vive”.
LA TIBUROMANIA Y LOS ORIZABEÑOS
Rememoro una columna de hace tiempo. Mas ahora que ganó el Tiburón Rojo y, busca salvarse del descenso, no irse a esa división menor donde el huamachito no florece y donde la afición se aleja y los patrocinadores no le quieren entrar.
Eran los tiempos que la Tiburomanía se convertía en gloria épica con aquel goleador argentino, Jorge Alberto Comas (torneo 89-90) que horadó las redes 26 veces. La afición solo esperaba que llegara el sábado quincenal de juego. Dante Delgado, se recuerda, le regaló un auto a Comas y le llenaron de flores su vida. No éramos finalistas, siquiera, pero tuvimos al campeón goleador de la Primera División. Con eso bastaba. Vamos, alguna vez se atrevieron a traer al exgobernador convertido en secretario de Gobierno de Salinas y, cosa inusitada, a media cancha Gutiérrez Barrios recibió la ovación de su vida. Con su vestimenta blanca de palomo, su copetito padrotón y su paliacate de músico jaranero de Alvarado, la leyenda convertida en hombre, agradecía emocionado.
Hubo otros tiempos legendarios, aquellos de Aussin, Batata, Ubiracy, Siles, los orizabeños René Vázquez, Mario Guapillo y Chucho Hernández. Con Orizaba se cuadraban, era cantera pura. Hubo otro jugador, Picos Cabrera, el mejor de todos, decían, ese nunca quiso ir a la liga grande porque le entraba el síndrome del Jamaicón Villegas. Cuando jugó el América contra el Orizaba la final de la Copa México, segunda contra primera, en el viejo estadio Moctezuma de la sur 14, el Picos le dio un baile a los defensas Bosco, Portugal y Cuenca, que lo soñaron. Les dolían las caderas por días. Parecían que habían parido, como mujeres parturientas. Eso hizo que Panchito Hernández, directivo americanista, llegara un día a buscarlo a su casa en el orizabeño Barrio del Puente del Toro, para llevarlo directamente a Coapa, a la sede del América. Picos Cabrera no quiso. Como al Jamaicón Villegas, le gustaban más las tlancuayas del Chipi-Chipi, una cantina orizabeña. Y no fue a vestir los colores del América. Ese equipo fue dirigido por Evaristo ‘Burro’ Murillo, quien se adelantó a los tiempos del Piojo Herrera, pues Evaristo, cada domingo, quería linchar un árbitro.
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