*Solo eso faltaba, la corrupción en Capufe. Con razón tienen las autopistas como las tienen, muy de brecha, de camino rural, llenas de hoyos. El Capufeleaks, le llama el portal ‘Mexicanos contra la corrupción y la impunidad’ MCCI publicó el martes por la noche una investigación donde se dio a conocer que el número dos de la dependencia federal, Mauricio Sánchez Woodworth, encabeza una red que filtra a contratistas información (costos y especificaciones detalladas) sobre licitaciones de obras para CAPUFE. El reportaje logró acreditar que al menos seis empresas se han beneficiado de ese esquema, mismas que obtuvieron contratos de CAPUFE por 770 millones de pesos. Cierren las puertas. Esta historia continuará. To be continued, como dicen los finales de las películas. Camelot.
EL FISCAL ENOJADO
Mañana de jueves de mayo, viene el 5 de la gloriosa epopeya. El Fiscal Winckler arremetió contra los diputados locales y federales, luego se disculpó. Sucede que, al amparo del Fuero, viven la vida loca, como Ricky Martín, y protegidos en su concha partidista, cuando el fuego llega a ese infierno como el de la Divina Comedia de Dante (no confundir con Dante Delgado), donde en esos círculos el Paraíso queda lejos y el Purgatorio está a la mano, pues los diputados señalados lloraron y arremetieron contra el Fiscal. Sin pensar que tienen la boca muy suelta (algunos) y la lengua muy larga y la cola manchada, como uno de ellos que se siente impoluto y es como Atila. En fin. Es el día que antecedió a la caída del WhatsApp y el mundo no volvió a ser igual, unos pensaban que sus créditos se habían terminado, otros, que sus amores les habían olvidado, y a la vez invocaban un fragmento del poeta Jaime Sabines, el de Los amorosos: “El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable”. Hubo memes hasta de Yunes y Winckler, donde informarían por Facebook y Periscope, como acostumbran, el porqué de esa caída. Entre las notas desagradables de dimes y diretes, encontré una agradable, muy agradable, en El Sol de Córdoba y Orizaba, la poetisa Athena Fenix, que como el Ave Fénix no resurge de sus cenizas, llegó a esta zona de las Altas Montañas, y en Tequila fue a llevar a esa zona marginada el conocimiento de la lectura y la poesía. Habló de que los políticos antiguos si leían. Los de ahora son de Twiter, y apenas les da tiempo de abrir un libro. No saben leer (ler dijo el secretario Nuño Mayer).
LOS LIBROS
De los libros han escrito muchos de los buenos. Yo lo más cerca que he estado ante un intelectual picudo, fue una vez que, a la salida de un Sanborns de México, encontré al Maestro Carlos Monsiváis, le saludé. Monsiváis solía decir: “O no entiendo lo que está pasando, o ya no pasa lo que estaba entendiendo”. Así anda el mundo a ratos. Otra vez ocupé mesa de comida con Enrique Krauze, en Veracruz, y algo aprendí de él, aunque me llamaba colega, no lo éramos, él estaba y está a años de distancia luz del mío. Mi satélite giraba más lento, su luna era de octubre, las que más iluminan. Gente pensante. Otra vez se me escapó Gabriel García Márquez, y un día en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), el gobernador Fidel Herrera Beltrán, que allí andaba dando una conferencia en la UAG, me llamó que me apresurara, porque estaba platicando con el escritor Carlos Fuentes ((Panamá, 11 de noviembre de 1928-Ciudad de México, 15 de mayo de 2012), y quería le entrara a la tercia de la plática. No pude, me encontraba como Robinson Crusoe, en otro sitio, lejos de esas playas donde podría desembarcar, y me la perdí. Ni modo, hay días así, me dije lamentando el hecho.
LOS EGOS DE LOS ESCRITORES
Juan Cruz del diario El País, escribió de los egos en los escritores: “La leyenda sobre los escritores egocéntricos deja fuera a los que parecían sencillos. Pero Julio Cortázar, por ejemplo, o Juan Rulfo, o el insumiso Juan Carlos Onetti, por nombrar a algunos de la lista de los modestos, pasaron a la historia por su modestia registrada, y sin embargo sobre ellos pesan anécdotas que desmienten que fueran santos de la humildad. Cortázar le escribió a José María Arguedas recordándole que él dirigía una orquesta en París mientras que Arguedas tocaba la quena en Perú. Rulfo dijo que escribió Pedro Páramo porque no hallaba uno similar en su estantería. ¿Y Onetti? Siempre pensamos que le daba lo mismo ser conocido o ser desconocido, pero a la semana de la salida de sus libros llamaba al editor: «¿Y esos anuncios?». Jorge Edwards, al que le tocó lidiar, por ejemplo, por el inconmensurable, pero mitigado (por los placeres) ego de Pablo Neruda, ve a los autores en las librerías buscando primero sus libros y después buscando a William Shakespeare. ¿Y usted mismo, Edwards? “Yo soy un ególatra discreto; por elegancia, disimulo mi ego, pero lo tengo, claro que sí”. ¿Y para qué sirve? “Para no descuidarme totalmente. Un poco de vanidad es buena para la salud de la literatura propia”.
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