A sus 39 años, Emmanuel Macron fue eleceto como presidente de la V República francesa, algo impensable hace sólo un año y todavía hoy difícil de creer si se atiende a su recorrido vital y a sus ideas políticas.
Europeísta en tiempos de eurofobia rampante, liberal en la poco liberal Francia, cerebro económico del vapuleado presidente socialista François Hollande, banquero de inversión en un país receloso con las finanzas, joven en una clase política añosa… Macron, pese a todo, ha conseguido tocar una tecla en los franceses.
Su fulgurante transformación de semidesconocido ministro de Economía a gran favorito para alcanzar la presidencia se explica por su éxito en presentarse como un reformista al margen del sistema, pero también por las circunstancias que lo han rodeado.
En unas elecciones que parecían confeccionadas para el triunfo de la derecha, la caída en desgracia del conservador François Fillon y la guerra civil en el Partido Socialista le abrió una oportunidad de oro para aglutinar votos a ambos lados del espectro político.
Y, sobre todo, dentro de la lógica de un modelo electoral que propicia la bipolaridad, Macron consiguió posicionarse como el antídoto perfecto contra el populismo nacionalista de su rival, Marine Le Pen.
Si algo buscó «Manu», como le conocen sus allegados, desde su entrada en el Gobierno socialista de Hollande en agosto de 2014, fue hacerse con una voz propia.
Su continua búsqueda de un perfil diferenciado, a la derecha de los socialistas pero con tintes sociales y cosmopolitas que lo alejan de los conservadores, convirtió a Macron en un ente extraño.
Ni es el orador más dotado ni cuenta con el carisma de otros políticos, pero siempre da la sensación de saber bien de qué habla. Ha conseguido que esa imagen algo atildada -para sus críticos, más bien de «niño repelente»- no empañe el fondo de sus propuestas.
Aunque toma sin rubor elementos prestados de la derecha y la izquierda, no ha cedido a la tentación de prometer cosas irrealizables, lo que, a su juicio, fue el gran error que lastró el mandato de Hollande.
Hijo de dos médicos de Amiens (norte del país), Macron se formó en el gran vivero galo de cargos públicos, la ENA (Escuela Nacional de Administración), donde coincidió con una promoción que hoy copa importantes puestos en el Estado.
Tras completar sus estudios comenzó a trabajar como inspector de finanzas, antes de desembarcar en la empresa privada de la mano de la banca de negocios Rothschild en 2008, de la que llegó a ser socio.
Allí se le apodó «Mozart de las finanzas» por su precoz habilidad para trabar acuerdos, apoyado en una buena red de contactos con el mundo político, como el que cerró Nestlé para comprar la división de leches infantiles de Pfizer por 9 mil millones de euros.
También fue en Rothschild donde pudo conocer bien España y a sus élites, gracias al trabajo que realizó en la reestructuración financiera del grupo mediático PRISA.
Aunque sus rivales lo han asaeteado con la etiqueta de «amigo de las finanzas», él insiste en que su carrera es precisamente lo que le distingue de los políticos profesionales que han vivido toda su vida del dinero público.
Como banquero, ya compaginaba su labor con la colaboración con el entonces candidato a la presidencia Hollande.
Convencido de que «la política es una droga dura», entró en el Palacio del Elíseo en 2012 junto a Hollande como secretario general adjunto, donde fue el arquitecto de las primeras reformas económicas impulsadas por el presidente socialista.
Su pecado original, no haber sido nunca elegido para un cargo en unos comicios, le privó de ser ministro del Presupuesto en el primer Gobierno de Manuel Valls, con quien entonces tenía una relación muy estrecha.
Cinco meses después, en agosto de 2014, le llegó el turno de asumir la cartera de Economía de manos de Arnaud Montebourg, cabecilla del ala izquierda de los socialistas.
Su intención de cabalgar en solitario quedó clara hace un año con el nacimiento del movimiento político «En Marcha», plataforma inspirada en la campaña de Barack Obama en Estados Unidos desde la que lanzó su candidatura presidencial, tras dimitir del Gobierno en agosto de 2016.
Avezado músico (ganó premios como pianista en el conservatorio de Amiens) y lector de filosofía, su ubicuidad en los medios franceses se amplió al «papel couché» por la peculiar historia de amor que le une a su esposa, Brigitte Trogneux, antigua profesora suya en el instituto y 24 años mayor que él.
«La vida política es muy violenta para el entorno. Los placeres narcisistas a menudo son solitarios, pero las dificultades las compartes», reflexionó en un mitin reciente Macron, antes de proclamar que «cuando sea elegido, Brigitte tendrá su lugar, no detrás ni escondida, sino a mi lado, donde siempre ha estado».