*De Benito Pérez Galdós: “El verdadero amor, el sólido y durable, nace del trato; lo demás es invención de los poetas, de los músicos y demás gente holgazana”. Camelot.

LAS MADRES DE LOS NIÑOS (CASA HOGAR)

Suelo ir un par de veces a la semana a la Casa Hogar la Concordia. Visito a los niños, les procuro apoyos económicos de amigos y míos, que se reflejan en zapatos, comidas y a veces diversión, como este domingo que irán, Dios mediante, a desayunar unos hot cakes o hamburguesas a la popular Mc Donald’s, más tarde al cine a ver una película que ellos escojan. Son 15 y el mayor tiene 15 años, y los menores de 5 y 6. Dos enanos llamados Camilo y Angel Refugio. No conozco a todos por su nombre, como me preguntó hace poco un amigo, pero los identifico de inmediato. Hay de todo, los delgados y los gorditos. Los callados y los alegres. Todos tienen padres o madres, bueno, algunos. Apenas alguien me escribió si podían adoptar un niño, no se puede, tienen familias. Los dejan allí porque no cuentan con recursos económicos para su manutención. Ejemplifico un caso doloroso, escrito en un 10 de Mayo, que es aún más doloroso. Porque una gran mayoría de madres son buenas, pero siempre hay una mala y desatenta. Un día un padre indígena llegó pidiendo clemencia, piedad, compasión. Sucede que su mujer lo había abandonado y le dejó cinco niños a su cuidado. El pobre hombre, que es maestro bilingüe de la sierra, llegó y tramitó la inclusión de los 4. No podía ni mantenerlos, ni cuidarlos. Se aceptó, son cuatro hermanos de 5, 8, 10 y 12 años y una niña de 13 a la que llevó a Córdoba, pues aquí solo conviven varones. Un día al mes es la fecha que las familias los pueden visitar. Les falta cariño, lógico, les falta un abrazo, por eso cuando llego corren a abrazarlo a uno y a los amigos que me acompañan. Viven bien, dentro de sus carencias, tienen alimento, ropa, calzado, educación y un buen lugar para dormir. Bajo el mando de Ana Laura Cubillas, que preside el Patronato hace añísimos, y quienes les cuidan día y noche, el matrimonio formado por Maria de Lourdes Nambo y Cristian Villicaña. Escribo esto con un poco de dolor en un 10 de mayo, porque hoy ellos no podrán ni cantarle las mañanitas a la mamá, ni podrán darle al abrazo a las mismas, pero Dios los cuida y los protege y les bendice, y alguna gente les apoya. Benditos sean.

SEAMOS MACHOS, HABLEMOS DEL MIEDO AL AVION

Gabriel García Márquez escribió en 1980 un texto llamado El miedo a volar. Lo reproduzco por el rezo de la madre, al final del relato.

“El único miedo que los latinos confesamos sin vergüenza, y hasta con un cierto orgullo machista, es el miedo al avión. Tal vez porque es un miedo distinto, que no existe desde nuestros orígenes, como el miedo a la oscuridad o el miedo mismo de que se nos note el miedo. Al contrario: el miedo al avión es el más reciente de todos, pues sólo existe desde que se inventó la ciencia de volar, hace apenas 77 años. Yo lo padezco como nadie, a mucha honra, y además con una gratitud inmensa, porque gracias a él he podido darle la vuelta al mundo en 82 horas, a bordo de toda clase de aviones, y por lo menos diez veces. No; al contrario de otros miedos que son atávicos o congénitos, el del avión se aprende. Yo recuerdo con nostalgia los vuelos líricos del bachillerato, en aquellos aviones de dos motores que viajaban por entre los pájaros, espantando vacas, asustando con el viento de sus hélices a las florecitas amarillas de los potreros, y que a veces se perdían para siempre entre las nubes, se hacían tortillas, y había que salir a media noche a buscar sus cenizas del modo más natural: a lomo de mula.

Mi madre no ha volado más de dos veces en su larga vida. Nunca ha sentido miedo, pero conoce muy bien el de sus hijos -que son doce-, de modo que mantiene siempre una vela encendida en el altar doméstico para proteger a cualquiera de nosotros que se encuentre en el aire. Su fe es tan cierta, que a uno de sus hijos -que es ingeniero de caminos- se le cayó hace poco un buldozer en una cuneta. Mi madre oyó decir que el rescate podía costar más de 100.000 pesos, y le dijo a mi hermano que no gastara ni un céntimo, pues ella iba a encender una vela para sacar el buldozer. Mi hermano la reprendió: «Sólo a ti se te ocurre que una vela puede sacar un buldozer de una cuneta». Mi madre, impasible, le replicó:

-¡Cómo no va a sacarlo, si sostiene un avión en el aire!”.

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