Por Ramón Durón Ruíz (†)
Formamos parte de una generación que constantemente vive inconforme con la vida, pocas cosas hay que satisfagan nuestro ego como ser unos insatisfechos permanentes: cuando somos niños, queremos ser jóvenes; cuando somos jóvenes queremos ser grandes; cuando somos adultos queremos ser jóvenes.
En verdad que nunca he sabido por qué ponemos bardas en los panteones, si los que están adentro no pueden salir y los que están afuera no quieren entrar; por otra parte hay pela’os casados que quieren estar solteros y solteros que se desviven porque les llegue la hora de estar casados.
Ya en las mieles de la juventud, los que hemos tenido el privilegio de accesar a la universidad “se nos queman las habas” por ser profesionistas, una vez que somos profesionistas nos pasamos añorando la etapa como estudiantes.
Quino, ese argentino que era de una genialidad sin par, y que hizo de Mafalda un ícono de la caricatura política, se refirió a estas paradojas de la siguiente manera:
“Pienso que la forma en que la vida fluye está mal. Debería ser al revés: Uno debería morir primero para salir de eso de una vez. Luego, vivir en un asilo de ancianos hasta que te saquen cuando ya no eres tan viejo para estar ahí.
Entonces empiezas a trabajar, trabajar por cuarenta años hasta que eres lo suficientemente joven para disfrutar de tu jubilación.
Luego fiestas, parrandas, alcohol, diversión, amantes, novios, novias, todo, hasta que estés listo para entrar a la secundaria. Después pasas a la primaria y eres una niña (o) que se la pasa jugando sin responsabilidades de ningún tipo.
Luego pasas a ser un bebé, y vas de nuevo al vientre materno, y ahí pasas los mejores y últimos nueve meses de tu vida flotando en un líquido tibio, hasta que tu vida se apaga en un tremendo orgasmo. ¡¡¡Eso sí es vida!!!”
Otro argentino, no menos talentoso como lo fue Facundo Cabral, decía que: “Hay tantas cosas para gozar y nuestro paso por la Tierra es tan corto, que sufrir… es una pérdida de tiempo… Somos hijos del amor, por lo tanto nacemos para la felicidad, fuera de la felicidad son todos pretextos”.
Por eso, veas el mundo al derecho o al revés, entiende de una vez que no estás aquí por casualidad, mucho menos para fracasar, estas aquí para gozar de la vida… y ser feliz.
Lo anterior me recuerda la ocasión aquella en la que el viejo Filósofo fue a Cd. Victoria a realizar unos trámites, como es bueno pa’ eso de “la chorcha”, es decir pa’ la platicada, se le hizo tarde, entonces llamó a su “vieja” y ésta inmediatamente lo apercibió:
— Ha como están las cosas de inseguridad, ni se te ocurra venirte ahorita.
El Filósofo con tal recomendación se fue al modesto hotel al que llegaba cuando la ocasión lo ameritaba, situado en las inmediaciones del mercado Argüelles, al llegar, el administrador le dice:
— No tengo cuarto para ti… sólo hay una cama disponible, en una habitación compartida; el problema es que está ahí dormido el “Catanga”, el chofer que trae verduras del centro del país, y nadie duerme ahí porque no aguantan sus tremendos ronquidos.
— No hay problema −dice el Filósofo− méteme ahí.
Por la mañana el administrador intrigado de cómo le había ido al Filósofo con los ronquidos desmesurados le pregunta:
— ¿Cómo te fue con tu compañero?
— A toda madre −responde el viejo campesino de allá mesmo− llegué, me desvestí totalmente, después tosí fuerte pa’ despertarlo, luego fui y le di un beso en la mejilla a la vez que le agarré las nalgas, en seguida me acosté plácidamente, y me dormí profundamente, mientras él se pasó toda la noche con los ojos abiertos y con las nalgas… ¡PEGADAS A LA PARED!
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