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*De Camilo José Cela: “Si el escritor fuera hombre de dinero, quizás en vez de escritor fuera coleccionista de relojes. Como es pobre, se conforma con el oficio que tiene. Después de todo, y bien mirado, el escritor es también una forma de ir contando pasos hacia la muerte”. Camelot.
LOS CIERRES DE CAMPAÑA
Las horas están contadas, suele este domingo que pasó, ser el día de los cierres de campaña, para los y las (me afoxé) candidatas que buscan un cargo de alcaldías o de síndicos y regidores, o directores o aviadores o cuates de los cuates, en los 212 municipios donde el huamachito florece y la soga se revienta, o sea, Veracruz, el pedacito de patria que el Peje sabe venir y pelear. Los líos entre Yunes Linares y López Obrador, que no es un López cualquiera, andan a la orden del día. Veracruz tiene gran peso en la elección nacional, aquí también se apuesta la vida y se respeta al que gana, como cantaba José Alfredo. Son las horas difíciles para quienes a estas alturas ya saben que van o en medio, o abajo en las encuestas. Y también para el que puntea, el que lidera. Los electorados son impredecibles, a veces los votos cambian, algunas otras ocasiones se mantienen firmes. En cualquier sitio, por más chico o grande que se digne ser, los municipios son elecciones muy locales, se diferencian de las diputaciones, porque aquí va en juego tu calle, tu colonia, tu barrio, tu alumbrado público, el agua que te sirven o escasea, el pavimento que hace falta, los servicios municipales que son tan necesarios. En eso pensaremos a la hora de votar, en eso y muchas cosas más, en quien nos garantice una calma que nos merecemos. Las elecciones han dividido amistades y familias. Son pueblos chicos y los candidatos se conocen todos, algunos se ven como aquella rola, se agachan y se van de lado. Hay mucho en juego: Poder y dinero. Intereses de grupos y ambiciones y también conspiraciones, lo dijo Shakespeare: Donde hay poder hay conspiración.
RELOJ NO MARQUES LAS HORAS
Las horas están contadas. Son como aquel reloj de Camilo José Cela, en su discurso del Nobel: “Mi viejo amigo y maestro Pío Baroja tenía un reloj de pared en cuya esfera lucían unas palabras aleccionadoras, un lema estremecedor que señalaba el paso de las horas: todas hieren, la última mata”. Quizá de las elecciones, donde el reloj camina y camina hasta llegar a detenerse el primer domingo de junio y anunciar, como anunciaban en las Cortes de los Reyes, o cuando en el Vaticano sale humo blanco en la Capilla Sixtina, que Presidente Habemus, y que la fuerza de la verdad y del bien portarse les acompañen, porque el país ya no aguanta más sangría de corrupción. Tenemos ganado el primer premio de corrupción en el mundo, es tiempo de detener ese reloj y encauzarlo al bien común, a no pensar que por llegar a alcalde me volveré millonario a costa del erario público, a no intentar pedir el 20 por ciento a los constructores, o fijarle una cuota a los directores de Tránsito y Policía, para que se mochen con la mordida. México debe cambiar, una nueva generación tendrá que llegar para que, desde arriba, piramidalmente terminemos con la corrupción. La estafeta del relevo debe ser tomada por sangre nueva, una Nueva Generación, como la que soñaba el presidente JFK, y que en Dallas, un infortunado 22 de noviembre, unas balas mataron ese sueño. Aquella antorcha del relevo que una nueva generación deberá tomar y engrandecerla. Presidentes y presidentas municipales que no le metan mano al cajón de la tesorería, y que no anden beneficiando a sus amigos con contratos, luego llorando y huyendo correteados por el Fiscal Winckler, proclamando con el amparo bajo la axila, su inocencia, cuando los alcanzó el peculado o esas cosas horribles que les endilga el Orfis, que no sirve para nada, cuando han sido pillos y rateros y terminan sus mandatos. Al grito de ‘yo no fui’, agravian a sus votantes. Honren el voto que se les dio. No avergüencen a sus familias para que, cuando terminen, al menos puedan ver a los ojos a la ciudadanía, y no ser acusados de deshonestos y pillos. Que así sea por el bien de Veracruz.
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