De Borges: “Todos caminamos hacia el anonimato, solo que los mediocres llegan un poco antes”. Camelot

LAS TELES NOCTURNAS

Ciro Gómez Leyva y David Páramo, uno conductor periodista, el otro economista, discuten todas las noches en el noticiero nocturno de Imagen TV, el que ya se convirtió en el número uno de noticias, superando a Denise Maerker de Televisa, que vieron pasar sus mejores momentos de grandeza. Discuten los comunicadores por el salario mínimo, ese que seguido le endilgan al presidente: ‘Salario mínimo al presidente, pa’ que vea lo que se siente’. Páramo dice que México va bien económicamente, y que los millones de empleos que se generan motivan la economía. Ciro le responde que en México los salarios mínimos son terribles, malos, que la gente no gana arriba de los cinco o seis mil pesos y que eso es nadita de nada. Cierto, en economías de Primer Mundo, eso no sirve para nada. México sobrevive a esos avatares malos porque en cada casa hay tres o cuatro o mas personas que trabajan, y entre ellos suman su esfuerzo para mantener el hogar, cuando el padre y la madre trabajan y ellas, algunas, lavan hasta ajeno para salir adelante con la educación y alimentación de los hijos. Es sencillo, si nos daría para tener mejores condiciones de vida, solo falta terminar con la corrupción, que todo lo que se roben los políticos lo inviertan en programas sociales y en ayudas económicas, y van a ver que si salimos.

EL TENIS DE NADAL.

El tenis hoy despierta pasiones. Son millones los que lo ven. Estrellas cuyos nombres pasarán a la historia. Como aquellos Vilas, Iván Lendl, Jimmy Connors, Raúl Ramírez, Osuna, Palafox, Orantes, Nastase, Arthur Ashe, el negro que murió de un cáncer y que el nuevo estadio del Abierto de Estados Unidos lleva su nombre, en su memoria. Hoy son otros los nombres y otras las estrellas. El de mujeres ha logrado captar a miles y miles de fanáticos y fanáticas (me afoxé), que ven no solo la belleza de las croatas, americanas, checas, que vienen a rivalizar con aquellas que en los 80’s reinaban en las canchas de arcilla o supreme, donde sobresalía Chris Evert. En el tenis hay rivalidades. Aunque los jugadores se dan la mano y se abrazan al término del juego, en el fondo se repudian.

“¿Dijo que yo tenía un sólo golpe? ¿Gané Wimbledon y 21 torneos, incluso en polvo de ladrillo, con un sólo golpe? Si es así yo soy un genio y él… un idiota” (Goran Ivanisevic, sobre un comentario que hizo John McEnroe).

Otros juegan reverencias y admiraciones: “Me voy a inclinar ante él y luego le voy a dar un beso. Ese será mi homenaje”, (Ilie Nastase, sobre lo que le diría a Borg cuando se retirase). Hace unos años, quien esto escribe rolaba por Paris. En el lobby del hotel de la gran avenida Haussmann, cerca de la Opera y el café de La Paz (Café de la paix), un español que oyó nuestro lenguaje cuenqueño, se identificó. Preguntaba si iríamos a la final de ese día. La peleaban Federer y Nadal. Ni siquiera lo habíamos pensado. Dijo, muy seguro de sí mismo, que él había checado la reventa y estaba en la estratosférica suma de 3 mil euros. Algo así como 60 mil pesotes. Cerca de la Torre Eiffel, con unos quesos franceses de botana y una mexicana chela Corona, en una tele plana y grande vi esa final. La ganó Nadal. Como el domingo pasado, cuando el español Rafael Nadal se alzó con la copa del Abierto de Francia, en Paris, el afamado Roland Garros (nombre de estadio que no es de ningún tenista, sino de un piloto francés, que falleció en la Primera Guerra Mundial), para llegar a los 10 torneos ganados en esa arcilla y dejar ahí sembrado un record difícil de superar, porque otro grande, Bojn Borg, solo alcanzó seis veces esa copa, y no se ve nadie en la cercanía. En el tenis, hay que ser un guerrero en la cancha. Como lo dijera la mamá de Jimmy Connors: “A mi hijo siempre le enseñé que tenía que ser un tigre en la cancha, cuando era pequeño y jugábamos, si podía meterle un pelotazo en la garganta se lo metía, para así poder decirle: vez hijo, si tu madre hace esto contigo, que te esperarás de los rivales”.

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