No cabe duda que infancia es destino.

Lo que sucede en los primeros años de la vida marca de manera fundamental el resto de la misma. Lo que sucede en la primera infancia se nos queda marcado como un troquel en la memoria, lo que viene después pasa a un segundo plano. En lo personal me quedé como anclado a esa primera etapa de la vida, con recuerdos, imágenes (películas, televisión), sonidos, libros, lecturas, etc., que hoy, casi cinco décadas después, permanecen perennes en mi imaginario como individuo.

Y comento esto porque el pasado 29 de mayo, se cumplieron 100 años del nacimiento de uno de los iconos mundiales más influyentes de la segunda mitad del siglo XX, me refiero a John Fitzgerald Kennedy, el 35 presidente de los Estados Unidos. John nació el 29 de mayo de 1917, en Brookline, Massachusetts, población conurbada con Boston. Fue el segundo de una larga prole compuesta por Joe, Rosemary, Kathleen, Eunice, Pat, Jean, Bobby y Teddy. Su padre, un polémico empresario de origen irlandés, fomentó en ellos un sano espíritu de competencia: «No me importa lo que hagan en la vida, pero hagan lo que hagan, sean los mejores del mundo. Si tienen que picar piedra, sean los mejores picapedreros del mundo».

A la par, el padre del clan siempre tuvo en mente que uno de sus hijos llegara a ser presidente de su país. El escogido originalmente para cumplir con tal designio fue Joseph (Joe), el primogénito del clan, pero un accidente de aviación cuando desarrollaba una misión de guerra ultra secreta durante la segunda guerra mundial truncó los planes del patriarca, por lo que tuvo que reencausar sus planes para que el segundo en la ‘línea de sucesión’, John, cumpliera con tan altos designios de su padre. La tarea no fue fácil en un principio, Joe el ‘escogido’ representaba el prototipo del clásico héroe norteamericano: alto, musculoso, inteligente, excelente estudiante, carismático, facilidad de palabra y gran magnetismo personal. Por el contrario, John era debilucho, tímido e introvertido, se vio obligado a interrumpir sus estudios durante largas temporadas, por lo que fue un estudiante mediocre destacando solo en economía y ciencias políticas.

A la muerte de Joe, el padre volcó todos sus esfuerzos en favor de su segundo hijo. Después de un tiempo en el que trabajó como corresponsal en la cadena de periódicos de la familia Hearts, John recibió la encomienda de parte de su padre de que debía dedicarse de lleno a la política. En 1946 logra un escaño en la Cámara de Representantes, repitiendo como tal en 1948 y 1950. En 1952 optó por el senado, en ese tiempo conoce a Jacqueline Bouvier, una muchacha guapa, elegante, culta, carismática, preparada y, por añadidura, descendiente de una influyente familia de origen francés. Total que se casaron haciendo de su boda un acontecimiento político y social. Finalmente en 1960 se presentó a las elecciones presidenciales logrando derrotar al candidato republicano, Richard M. Nixon. Lo vence por un estrecho margen tomando posesión el 21 de enero de 1961.

Mil treinta y siete días duró el gobierno de Kennedy hasta que fue asesinado el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, Texas. En todo ese tiempo su gobierno aplicó importantes cambios al sistema educativo, a la cultura y a las artes, la economía del país fue relanzada, se recuperó el retraso aerospacial respecto a la URSS, la Administración Pública sufrió importantes cambios, se diversificaron los medios de defensa y se estableció una gran alianza para el desarrollo integral de Latinoamérica llamada ‘Alianza para el progreso”.

Recuerdo esa época, la de Kennedy, como un tiempo en que el mundo conoció a líderes como Golda Meir y Moshe Dayán de Israel, Gamal Abdel Nasser, del mundo árabe; surgió Yasser Arafat por el Ejército de Liberación de Palestina; la URSS tuvo su contraparte en la figura de Nikita Krushev y Alemania occidental ya empezaba a despuntar como la potencia europea por antonomasia de la mano del canciller Willy Brandt. Fueron los años cuando la ‘guerra fría’ estuvo a punto de convertirse en una conflagración bélica que hubiera involucrado a las dos grandes potencias mundiales que lideraban, por un lado el llamado ‘mundo libre’, los Estados Unidos, y por el otro, a los países de detrás de la ‘cortina de hierro’, el mundo comunista, a cuyo frente se encontraba la Unión Soviética. Esta guerra de haberse dado muy probablemente muchos de nosotros no estaríamos hoy para contarlo.

Era un mundo, esa década en especial, que fue el arranque de la carrera espacial entre los EUA y la URSS, que llevarían al primero a poner al ser humano sobre la superficie de la Luna con programa aeroespacial Apolo, y fue también el inicio de la era computacional que permitiría el surgimiento del primer gigante en la materia en el mundo: IBM, de las telecomunicaciones con ITT y de la industria de los aviones que harían más cortas las distancias entre los países del mundo.

Así fue esa época que se fue para no volver, pero que, de alguna manera, los tiempos que vivimos hoy en día son resultado inmediato de aquellos polvos.