Como todo mundo creo que lo haría, fuera de mi familia es difícil que pueda meter las manos al fuego por alguien. Sí daría la cara por muchos de mis amigos, por los verdaderos por supuesto, sobre todo por los que conozco de toda la vida, ¡cómo chingaos no!, y que miren que tengo algunos, pero definitivamente meter, pero lo que se dice meter las manos al fuego por alguien ajeno a mi familia, pues ahí definitivamente serían contadísimos los casos.
Y lo anterior viene a cuento porque últimamente ha sido revivido el tema de la salud del escritor Sergio Pitol Demeneghi, tal vez la máxima figura de las letras de Veracruz y una de las glorias literarias de México, y al ser traído de nuevo el tema de su salud a la palestra, otra vez se vuelve a poner sobre el tapete de las discusiones, y ¡a cuestionar, lo que es peor!, el papel que en todo este lamentable enredo que se suscitó juegan los familiares más cercanos al escritor y que no son otros más que su primo hermano Luis Demeneghi y sus hijas, a los que, personas sin ninguna filiación familiar, se atrevieron a infamar acusándolos de mezquindad y media, según estas personas, insisto.
Estas infamias por supuesto y en lo personal me causaron una profunda indignación. No sé qué intereses los movieron para lanzar tales acusaciones, pero en su ahí sí mezquindad, involucraron a verdaderos amigos de Sergio, colegas que en verdad lo quieren y estiman, que se sumaron a esas falsedades proferidas injustamente en contra de Luis y su muy apreciable familia. Y me refiero a esto sin poder hacer a un lado esa indignación que me causaron esas falsas acusaciones, porque precisamente si por alguien tuviera que meter las manos al fuego siendo ajeno familiarmente a mí, esa persona es precisamente Luis y toda su descendencia inmediata.
¡Y es que cómo no voy a meter las manos al fuego por este hombre al que conozco inclusive antes de nacer!, y les cuento por qué hago tal afirmación y en qué la sustento. Ya había contado antes como conocí personalmente a Luis, me fue presentado por Froylán Rolando Hernández Lara poco después de que llegué a Xalapa a trabajar allá por el 85. Lo fuimos a buscar a su oficina en la calle de Juárez, casi esquina con Clavijero, trabajaba con don Justo Fernández, en la casa que hoy ocupa el OPLE.
Y mi relación entre comillas viene desde que mi papá fue a la primaria con su papá el doctor Agustín Demeneghi Buganza, allá entre la primera y la segunda década del siglo pasado, en su Huatusco natal de ambos. Después Luis ya en Córdoba compartió aulas en la escuela secundaria y preparatoria con mi hermano Armando. Así pues mi relación con Luis a pesar de que se da ‘personalmente en persona’ a partir de mediados de los 80, la verdad es que familiarmente lo conozco de toda la vida, sé quién es, qué ha sido y ha hecho en su vida personal y profesional, y para decirlo en una palabra, Luis es la personificación misma de la decencia personificada en una persona.
Luego el acercamiento con Luis se ahondó todavía más cuando se asoció con uno de mis más estimados amigos xalapeños, el gran Memo Cuevas, en la época en que pusieron un negocio de venta de CD’s de excelencia musical en el callejón de González Aparicio. De todo el proceso que significó la afortunada concesión del premio Cervantes a Sergio, Luis me pasó toda la película del evento en la Universidad de Alcalá de Henares cuando Sergio recibió de manos de Juan Carlos I el mencionado reconocimiento, aquel muy recordado 2005. Luis por supuesto y toda su familia estuvieron aquella vez acompañando a su querido primo, que más que eso es como su hermano mayor.
De tal manera que hoy que el escritor vive las dolorosas consecuencias que conlleva un padecimiento como la afasia que padece, mucho me congratulo que esté bajo el cuidado amoroso y dedicado de su familia directa que no es otra más que la de Luis Demeneghi, esposa e hijas. Luis es un buen hombre, decente, que toda la vida la ha vivido en la muy justa medianía. Es de esos hombres que jamás han aspirado a atesorar riqueza o posesiones. Tal vez su mayor virtud radique precisamente, y eso me atrevo a afirmarlo yo, en su sencillez, en su fino trato y en la calidad indiscutible que le otorga ser una persona de bien.
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