*De Dickinson: “Para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro”. Camelot.
LOS BUQUINISTAS
En torno a una mesa, no de cantina, en céntrico restaurante veracruzano, después de haber dado un rol por el bulevar del Chikiyunes, hijo del gobernador, alcalde de Boca del Río, que mete velocidad de Spiderman y a mil por hora terminan ese mismo tramo que da hasta donde ubicaron la estatua del expresidente Manuel Ávila Camacho, tío abuelo del gran Manolo Fernández, en la parte aledaña del hotel Lois, frontera con Veracruz, donde el mar, cada que pega norte da de lleno en toda esa extensión y buena parte de ese sitio está lleno de locales cerrados o casas olvidadas, donde el óxido y salitre se las ha comido, allí se pretende que sea la continuación del bello paseo, que viene desde la curva de la Plaza Américas y debe continuar hasta Veracruz, ahora que llegue el otro Yunes (Chikinando), ya ven ustedes que estos Yunes se patentaron y adjudicaron, como los Kennedy en Boston, todo este territorio que es muy suyo (políticamente), y donde en Veracruz, según gritaba en campaña Fernando, ya le toca a Veracruz sentir lo bueno (sin albur), allí en mesa restaurantera mi hermano habló de que terminaba de leer por la mañana al gran Arturo Pérez Reverte, escritor y periodista español. Miembro de la Real Academia Española desde 2003. Arturo habló de una palabra: Buquinistas. Y uno a veces piensa en los bucaneros de Tampa Bay, o en un equipo de béisbol o futbol o en los mismos Piratas del Caribe, pero no, Rico y quien esto escribe dilucidábamos qué era, y resultó ser los vendedores de libros al pie del Sena. Wikipedia: “El término buquinista (en francés bouquiniste) se refiere a los vendedores de libros antiguos y de ocasión, y desde el punto de vista etimológico, la palabra deriva de bouquin (libro y sobre todo pequeño libro, o sea ediciones de bolsillo o de dimensiones de menor tamaño que lo usual). Los ‘bouquinistes de París’, Francia, son los vendedores de libros usados y antiguos que ejercen su oficio a lo largo de amplios sectores de las orillas del Sena: en la margen derecha del Pont Marie al Quai du Louvre, y en la orilla izquierda del Quai de la Tournelle al Quai Voltaire. El Sena se describe así como el único río en el mundo que se extiende entre dos filas de estanterías y puestos de venta”.
EN ESE PUENTE
Recordé que allí me he parado las veces que camino rumbo a la Catedral de Notre Dame, y he comprado, por uno o dos euros, postales antiguas no solo de Paris, de las modelos cuando con sus cuerpos llenos, nada que ver ahora con las anoréxicas que desfilan en pasarelas mundiales, dejaban admirar su belleza o su desnudez. La mayoría son libros de segunda mano y esos buquineros deambulan allí desde 1587, cuando ni Quasimodo pensaba llegar a la Catedral. Han visto pasar a Luises y a los reyes, a los ejecutados y a los decapitados y a los que han corrido. Han visto el París ocupado, donde anoche vi en Netflix o Roku, una cinta de dos niños que pequeños viven su vida por unas canicas, cuando llega Hitler y su gente mala y huyen a la Francia desocupada, la zona de Niza, de Pétain, una cinta emotiva donde al final hasta las lágrimas llegan. Pero estaba con los libreros de París. Cuando se camina y se llega a la zona de Notre Dame, hay que buscar la librería Shakespeare and Company, famosísima, más vieja que Kamalucas, un filósofo de mi pueblo. Regreso a Wikipedia: “Shakespeare and Company es una librería independiente situada en el quinto distrito de París, sirve al mismo tiempo como librería y biblioteca especializada en literatura anglosajona. El primer piso es refugio para los viajeros, conocidos como «tumbleweeds», albergados a cambio de algunas horas de trabajo en la librería cada día. El piso bajo dispone de un ‘pozo de los deseos’ al que los visitantes suelen arrojar monedas, como esas que se arrojan en la Fuente de Trevi, en Roma, la Ciudad Eterna, no solo para regresar, ya ven ustedes que los pueblos tienen sus leyendas, la Fuente genera cada año cerca de 900 mil euros, de los paseantes que allí, cuando van, tiran una o tres monedas en la fuente, como la película, cada semana voluntarios de Cáritas recogen las monedas lanzadas por los turistas para destinarlas a fines benéficos, y decía que los pueblos tienen sus leyendas territoriales, porque en Orizaba cuentan que, cuando se llega a la ciudad, hay que subir al Cerro del Borrego, y entonces no te vas. Aquí te quedas. Esta librería, muy conocida desde hace años, le llegaron escritores de la talla de Ernest Hemingway, Ezra Pound, F. Scott Fitzgerald, Gertrude Stein y James Joyce (Y quien esto escribe también, con mi amigo Rico), uno llega y empieza a hojear libros viejos, es famosa porque, cuando se prohibió en Estados Unidos y en Inglaterra el libro El amante de Lady Chatterly, de D. H. Lawrence, allí se podía ir a hojearlo y leerlo, con unas monedas de alquiler. Los puritanos americanos e ingleses se espantaban con esa lectura, libro obligado que todos leímos en nuestra juventud. Y también Woody Allen la aupó en la película Paris de Medianoche.
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