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Excélsior

En 1933 Ruth Graves Wakefield y su esposo se dedicaban a socorrer viajeros que transitaban de Boston a New Bedford, en un hostal llamado ‘Toll House Inn’ en la carretera de Massachusetts. Su establecimiento era todo un éxito debido a sus postres, a tal punto que el entonces senador John F. Kennedy lo visitó en un par de ocasiones, al igual que la actriz Bette Davis, la activista y diplomática Eleanor Roosevelt, y el boxeador Rocky Marciano.

Aunque en un principio su platillo estrella no eran las galletas de nuez con mantequilla, pronto se volvieron la sensación entre sus visitas, y uno de los inventos que más fama le dio al matrimonio Wakefield. Preparadas con una receta de la época colonial, les agregaban frutos secos, nueces y chocolate en polvo; no obstante, en una ocasión Ruth olvidó estos ingredientes y decidió sustituirlos por un trozo de barra del chocolate semidulce.

Para la sorpresa de Ruth, el chocolate no se derritió, conservó su forma y le dio una textura más cremosa a la galleta.

Los comensales quedaron fascinados con el nuevo invento, y las recomendaciones al restaurante se volvieron populares en toda Nueva Inglaterra. Además de ser publicados en un periódico de Boston, Ruth Graves escribió un libro de gastronomía: ‘Toll House Tried and True Recipes‘, publicado en 1936 por M. Barrows & Company de Nueva York.

Se dice que durante la Segunda Guerra Mundial la fama de las galletas se expandió por todo EU, pues los soldados de Massachusetts compartieron las galletas con militares de otras regiones. Luego de que comenzaron a popularizarse muchos mercenarios pedían a sus familias que les mandaran Toll House Cookies, por lo que Ruth tuvo que enfrentar un sinnúmero de cartas de madres y esposas preguntando cuál era el secreto de sus galletas.

Aquí una fotografía de la carta enviada por el soldado Herb, pidiendo galletas a su familia.

Debido al éxito de las galletas, muchos intentaron hacerse de la receta original de Ruth Graves Wakefield, sin embargo, nadie parecía lograr convencer a la restaurantera. Finalmente, fue Andrew Nestlé quien le propuso un trato a Ruth: comprarle la receta por un solo dólar. Así, a cambio de poder imprimir la receta en los paquetes de chocolate Nestlé, la cocinera recibiría un verde con la cara de George Washington.

Finalmente trabajó como consultora culinaria y recibió dotaciones, gratis y de por vida, de chocolate.